Por Santiago Iñiguez de Onzoño, IE University
Una parte significativa de la identidad de muchos profesionales se refleja en su actividad en las redes sociales. Se comparten fotos, opiniones, artículos, comentarios y adhesiones a las contribuciones de otros. Esto ha llevado a muchos reclutadores a examinar la presencia digital de los candidatos que aplican a puestos de trabajo en sus empresas.
A la pregunta ¿es conveniente tener un perfil permanente en las redes sociales?, mi respuesta es positiva. Pero recomiendo que la semblanza que se proyecte tenga una orientación marcadamente profesional, y no tanto personal.
El relato
A lo largo de mi carrera profesional he confirmado la importancia de las narrativas para construir la excelencia personal, así como para el éxito de la actividad empresarial. Frecuentemente explico a mis alumnos que la comunicación y el marketing añaden verdadero valor a los productos y servicios y que, en ocasiones, es la mayor parte del valor final.
Mi afirmación se suele recibir con cierto escepticismo porque, como seres que vivimos en un entorno físico donde los sentidos son la vía de entrada del conocimiento, relacionamos lo valioso con lo tangible, lo apreciado con lo perceptible y material. Sin embargo, la fuerza del marketing y la comunicación reside en que tocan nuestras emociones y sentimientos que, aunque intangibles e invisibles, impactan en nuestro ánimo y nuestras decisiones.
En el ámbito del desarrollo personal, la construcción de una narrativa propia, que dé sentido a nuestra vida, tiene especial significado para interpretar nuestra existencia, e incluso para alcanzar un grado razonable de felicidad y sosiego.
Dos filósofos contemporáneos ilustraron acertadamente esta idea. El americano Charles Taylor, representante del comunitarismo, explicaba:
“La condición básica para darnos sentido a nosotros mismos es que entendamos nuestras vidas como una narrativa (…) como una historia en desarrollo”.
Por su parte, el escocés Alasdair McIntyre, uno de los pensadores que ha rehabilitado el concepto clásico de las virtudes como pilares de la moral personal, escribía:
“La unidad de una vida humana es equivalente a la búsqueda de una unidad narrativa”.
Valores y propósito
La importancia de la narrativa se percibe, por ejemplo, en las historias que padres o abuelos cuentan a sus descendientes. Es frecuente que la devoción por un deporte o un equipo, la pertenencia a un club o algunos oficios se trasladen de una generación a la siguiente. En las empresas, para cohesionar la organización y vincular a sus miembros, la historia corporativa busca realzar los valores y el propósito de la organización.
Pero ¿y en el ámbito individual? ¿Cómo se puede construir una narrativa personal sin pecar de orgullo, o concebir una imagen hinchada de los méritos propios? Si se acepta que la autenticidad es una práctica valiosa, que refuerza el liderazgo y el respeto de los demás, ¿cómo forjar la mejor impresión de uno mismo sin exagerar los rasgos, con sinceridad y objetividad?
El reto es parecido a cuadrar un círculo porque al construir una imagen idealizada de la identidad propia, que sea atractiva para los demás, se suelen enfatizar las bondades y se minimizan los defectos.
¿No hay cierto engaño en exaltar las fortalezas personales, y ocultar las debilidades?
Buena cara
Lo cierto es que mostrar la mejor cara de nosotros mismos, vestir de largo nuestra identidad, realzar los atributos, es una práctica habitual. No solo entre los humanos sino en muchas otras especies animales, por ejemplo cuando buscan apareamiento. Parece que se trata de algo instintivo.
Además, hay dos argumentos adicionales en defensa de este proceder para mostrar que no es manifestación de orgullo insano, de engreimiento o soberbia.
El primero está tomado del evangelio de Mateo, que no selecciono por su religiosidad sino por su evidente razonabilidad:
“No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa”.
Confiar en nuestras capacidades para asumir un trabajo, o seguir el consejo de un amigo para concurrir a un galardón, supone no ocultar la vela debajo de una mesa sino poder ser referencia para que otros aprendan.
El segundo argumento está tomado del filósofo Paul Ricoeur, quien propone una distinción interesante: somos narradores y no autores de nuestras vidas.
“Una vida examinada, en el sentido tomado de Sócrates, es una vida narrada”.
Cuando elaboramos una narrativa personal estamos dando sentido a nuestra vida. Hasta cierto punto nos estamos distanciando de nuestra vida real, de nuestras limitaciones y de la experiencia cotidiana. Estamos idealizando nuestra propias vivencias.
Para Ricoeur, cualquier narrativa es una mímesis de la realidad, que no está replicando exactamente la realidad, sino el “corte que abre el espacio de la ficción”. En definitiva, dar sentido a nuestra existencia, responder al desafío socrático de examinar la vida personal, tiene un componente de ficción ineluctable.
El escritor Peter Brooks hace referencia a este mismo fenómeno en su libro Seduced by Story, citando a varios pensadores: “Nuestro yo ‘es una historia perpetuamente reescrita’”.
Según el psicólogo Jerome Bruner todos estamos constantemente involucrados en una narrativa de creación personal y, “al final, nos convertimos en las narrativas autobiográficas mediante las cuales contamos nuestras vidas”.
El neurólogo británico Oliver Sacks también pensaba que cada uno de nosotros construye y vive una narrativa y que esta narrativa “somos nosotros, nuestras identidades”.
La mejor versión
Si nuestra identidad y proyección personal se construyen sobre la narrativa que elaboramos, lo que parece especialmente importante es construir un relato que dé la mejor cuenta de nuestra existencia. Para ello sería conveniente evitar varios errores.
Sacudirse el exceso de orgullo. Una forma particular de orgullo insano se manifiesta en aquellos que miran una y otra vez sus fotos, sus grabaciones o sus escritos, no con la intención de corregir alguna imperfección sino como recreación de la personalidad. Estos son casos de evidente egolatría.
La falsa modestia es otro tipo de jactancia. Las redes sociales ofrecen múltiples ejemplos todos los días. ¿Ha contado la de mensajes de profesionales que comienzan con expresiones como honrado por,emocionado de, conmovido por o similares, seguidas del anuncio de un nuevo puesto, de haber conocido un personaje significativo o haber alcanzado algún logro? La falsa modestia consiste en fingirse humilde por haber tenido un éxito. Realmente se trata de una forma de arrogancia.
Otra de las situaciones frecuentes de falsa modestia se suele dar en entrevistas de trabajo. Una de las preguntas que los reclutadores suelen formular es: “¿Cuáles son sus debilidades o su defecto más relevante?”. Posiblemente el error está en plantear esa pregunta pues la mayoría de la gente, que busca positivamente el trabajo, no va a decir la verdad. ¿Qué ganaría un candidato si respondiera que tiene ataques de ira bajo estrés, que no le gusta trabajar en equipo o que se cansa después de comer?
Estamos ante la falsedad forzada, como explicaba el filósofo francés Jean Paul Sartre en su novela La Náusea:
“Elaborar la historia personal, aunque inevitable, nos condena a la falta de autenticidad, una especie de ausencia de nuestras propias vidas”.
Por eso, ante esa pregunta perversa, la mayoría de los candidatos responden con clichés propios de la falsa modestia. Por ejemplo, diciendo que su defecto es el exceso de perfeccionismo o que su problema es dar demasiada importancia a tomar todos los retos que se le presentan, o que no puede evitar completar las tareas, lo que incide en menos dedicación a la vida privada.
También los académicos se ven presionados a practicar la falsa modestia por el sistema de promoción de sus carreras y la relación que existe entre su desempeño y la evaluación de sus instituciones, por ejemplo en rankings o por agencias de acreditación. Esto genera una exagerada autopromoción y difusión de la investigación propia.
Original y auténtico
Algunos expertos que han investigado la falsa modestia en el entorno profesional muestran que sus efectos son negativos y recomiendan actuar con mayor autenticidad. Mi consejo sería el de intentar ser original, sorprender con respuestas que muestren el ingenio frente a una pregunta que está mal planteada.
Lo cierto es que ahora muchos jóvenes trabajadores reivindican con naturalidad sus exigencias y responden con mayor espontaneidad a preguntas referidas a sus limitaciones. Posiblemente el fenómeno tiene que ver con los retos de las grandes corporaciones para atraer y retener talento joven tras la experiencia de la gran dimisión.
Elegancia de carácter
Lo opuesto al engreimiento no es el abatimiento sino la humildad elegante, la modestia exquisita. Las personas que han alcanzado el éxito profesional suelen eludir el elogio expreso, las largas biografías o el reconocimiento regular de sus contribuciones en su trabajo.
Por el contrario, algunos de los que todavía se encuentran en promoción, o están al comienzo de su carrera, suelen inquietarse si no reciben frecuentes feedback positivos o no encuentran el aplauso tras la realización de lo que, por otro lado, todo el mundo esperaría que hicieran.
Las loas de los veteranos y de los jefes a los más jóvenes es una muestra de liderazgo y un recurso sencillo y económico para motivarles y animarles a que mantengan la tensión y el esfuerzo. Conforme pasa el tiempo y adquirimos más experiencia es preferible tener mayor autonomía emocional y no depender de las lisonjas, aunque puedan ser merecidas.
Es preferible construir la narrativa propia en primera persona, no solo depender de las versiones ajenas. Como le dice un ángel a Dante a punto de salir del círculo del orgullo:
“Hombres nacidos para el alto vuelo, ¿por qué un poco de viento os echa abajo?”.
Una versión de este artículo se publicó en LinkedIn.
Santiago Iñiguez de Onzoño, Presidente IE University, IE University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.