José Víctor Gavilondo —Pepe para sus amigos— es uno de los jóvenes artistas que más he admirado desde que nos conocimos, hace ya 15 años, en las aulas del Conservatorio Amadeo Roldán. Desde entonces, Pepe tenía claro que su vocación lo llevaría a explorar mucho más allá de la creación musical, que su trabajo lo ayudaría a entender que el ser humano es una sumatoria de sus experiencias vitales y artísticas, y que todos —absolutamente todos— somos parte del llamado de lo holístico. Esta entrevista es, de alguna manera, mi deuda con esta amistad.
¿De qué manera influyó en tu formación la existencia de artistas en tu familia? ¿Qué aprendiste de la observación y de la experiencia de los otros?
Cuando antes de nacer estás dando saltos de ballet en la barriga de tu mamá, y tu hermano ya está dibujando como un prodigio, y tu padre científico toca la guitarra y toma fotos espectaculares, es inevitable que salgas con atracción hacia el arte.
Es importante entender que el arte o ser artista es un fenómeno holístico. No eres solo músico, o bailarín, o pintor. Todas las artes están conectadas y es esa interacción de percepciones la cual se codifica y nutre tu rama o vertiente creativa, interpretativa o analítica.
Para mí, la mayor influencia es nacer dentro de una familia que promueve la lectura, el análisis, el pensamiento y el cultivo del buen arte. Definitivamente tuve un contacto temprano con este mundo. Recuerdo corretear por el Ballet Nacional de Cuba (BNC) a los cinco años, viendo los ensayos de las mujeres, escuchando el piano, observando los movimientos. Con mi hermano, que estudiaba Diseño, hacía maquetas para sus tareas del ISDI. Y con papá salía a tirar fotos cuando la fotografía digital comenzaba aquí en Cuba. Para colmo, mis abuelas escuchaban música en la radio: una, canciones cubanas tradicionales, y la otra, ópera clásica. De todo esto supongo que aprendí a amar la diversidad de expresiones del ser humano (no estaba consiente de este fenómeno como tal en ese momento, pero viéndolo en retrospectiva, cimentó las bases para mi amor por lo distinto, lo diverso, la riqueza de las expresiones culturales y artísticas del planeta).
¿Hasta qué punto la competencia o la emulación es saludable para la vida creativa de un músico?
La competencia es necesaria. Yo soy altamente competitivo conmigo mismo. A veces lo llevo hasta lados negativos, lados de negar mi propia creación o restarle valor. Pero poco a poco he aprendido (y sigo aprendiendo) a transformar eso en ganas de mejorar, pero mejorar como el concepto de seguir experimentando, de seguir descubriendo mis voces, mis demonios, mis miedos, mis alegrías. Uno nunca para de conocerse o sorprenderse a sí mismo. Pero la música —he descubierto ya de viejo— se trata sobre compartir. La competencia o la emulación deben tornarse para abrir nuestras mentes a las diferentes voces y perspectivas de las personas.
En este momento, ¿cuáles son los principales retos del mundo de la composición? ¿De qué manera sintetizas lo cubano y lo universal en tus obras?
Hay un gran sentido de la universalidad ahora, siento yo, en la creación artística. Vivimos en tiempos de unión, de fusión, de mezcla y descubrimiento global absoluto. El arte ha dejado de tener fronteras para explorar sus diferencias y semejanzas con otras manifestaciones, cercanas y lejanas. Si hay un reto en la creación actual —que es virtual, no existente, pienso— es hallar nuevas maneras de expresar. Pero no es necesario. Ya se ha compuesto, escrito, dicho, pintado, filmado, fotografiado, de tantas maneras. Y en las redes descubres a mucha gente talentosa, genios, haciendo cosas maravillosas.
Entonces, el reto real de la creación es ser honesta con su origen (el creador) y apuntar a enriquecer nuestras vidas desde un concepto global: promover un sentimiento de sociedad, de pensamiento colectivo, de amor humano, de amor planetario, de lo místico, de lo distinto y de lo semejante.
Aquí en Cuba todavía se ve lo cubano de una manera muy tradicional, pese a que este fenómeno se va ampliando poco a poco. La gente espera de un creador cubano ciertos patrones, clichés, mundanerías tradicionalistas que ya han pasado de moda. La globalización de la cultura nos demuestra lo parecidos que somos pese a nuestras lejanías (reales y aparentes). El artista cubano debe apuntar hacia eso, hacia llevar la cubanía aún más hacia lo universal.
Particularmente no pienso mucho en ese fenómeno cuando creo. Lo que hago es mío porque lo hago yo, y yo soy cubano porque nací y vivo aquí en Cuba, y me gusta tanto una rumba como una música irlandesa o un disco experimental finés. Que no indague en géneros cubanos o utilice patrones obvios no me resta cubanía, ni me añade otras cosas. Me hace lo que soy y punto.
Uno de los grandes sueños de un compositor es poder tener una producción discográfica, lo que constituye un cierre de una etapa de trabajo y de creación. Ya lo has conseguido con tu CD “Voces del Subconsciente” (2016), el cual fue nominado a los Premios Cubadisco en 2019. ¿Hasta qué punto los reconocimientos son un estímulo para un joven artista? ¿Ayudan a que el camino a recorrer sea más simple o fijan metas más ambiciosas?
Tener un disco que contenga tu música, sobre todo, tu música sinfónica —tan difícil de componer, montar y grabar— es una alegría inmensurable. Siempre estaré agradecido a la AHS, a Colibrí, a Carmen Souto y Yentsy Rangel por ayudar a la promoción de las becas y las grabaciones de estos fonogramas. Ahora, esta alegría no sirve para establecerse (creerse establecido, digo) o, como decimos aquí, achantarse. Todo lo contrario. Es solo un impulso más para seguir creando y haciendo cosas distintas.
Solo las ganas de hacer cosas y la inhibición para probar lo desconocido me han llevado adelante. No creo que haya sido tanto el talento u otra cosa. Es la voluntad lo que te empuja. Y, definitivamente, hace que el camino más difícil, porque con cada paso sientes el peso de los demás. Un peso que no es para atormentarse, pero sí a veces se convierte en un compromiso con uno mismo, y con la gente que te ayuda y que disfruta de lo que le brindas. Yo no creo en relajarse, en decir: “en otra ocasión, mejor”. Ojo, esto puede llevarte a caminos tormentosos, sinuosos, terribles. Pero, por otro lado, puedes realizarte todos los días.
Has estado en contacto con algunos de los artistas más importantes del mundo creativo cubano en la actualidad, ¿qué se puede aprender de la experiencia musical de los otros y cómo adaptarla a tus necesidades particulares como artista?
La experiencia de compartir, aprender y crear junto a otros artistas cubanos y del mundo es de lo que se trata esto, te digo. Te pongo un ejemplo. Después de tantos años de hacer locuras con el Ensemble Interactivo de La Habana, tocar en Síntesis, trabajar en la Fábrica de Arte Cubano, colaborar con bailarines y coreógrafos, puedo decir que no me gusta crear arte solo. La interacción de mentes es el verdadero camino al progreso… y mientras más baches, mejor. Esto, entonces, ha creado en mí una necesidad de siempre compartir la experiencia creativa con otras personas o artistas. Casi puedo decir que no puedo funcionar como creador o esparcidor de arte si no lo hago junto a otras personas.
Tu música ha tenido el privilegio de ser interpretada por ensambles de cámara y sinfónicos del país, como la Orquesta de Cámara de La Habana, la Camerata Romeu, el Trío Lecuona, la Orquesta del ISA adjunta al Lyceum Mozartiano, la Orquesta Sinfónica Nacional, y por Fear No Music y Tenth Intervention, de Estados Unidos. ¿Qué piensas que, hoy en día, trasmite la música al mundo?
Ha sido un privilegio escuchar mi música desde el punto de vista de artistas, agrupaciones y conjuntos tan prestigiosos en Cuba y el mundo. Volvemos a lo mismo: tengo una concepción de mi música que siempre cambia con sus interpretaciones, y esto es genial. Me saca de mi zona de confort y de tranquilidad, me hace pensar.
La música existe en el mundo para comunicar algo muy misterioso. Todavía hoy no entendemos en su integridad cómo funciona el arte musical, cómo simples frecuencias simultáneas pueden transmitir tantas emociones a través de un medio tan abstracto, tan subjetivo. Mi música busca eso sin pretensión alguna.
¿Cómo transcurre tu proceso de investigación y de creación musical? ¿Hasta qué punto el mundo a tu alrededor influye en este proceso?
Hay dos músicas que creo: la que hago para mí, y la que hago para acompañar, integrar o fusionarse a otra experiencia artística. Las dos cumplen la misma función de comunicar contenido abstracto. Yo no investigo mucho, la verdad. Escucho música, pero tampoco tanta como alguna gente supone. Lo que sí me he pasado mi vida entera escuchando música, reuniendo sonidos y experiencias sonoras, según las que más me hablan y las que menos tienen que ver conmigo. Mi proceso de creación es puramente intuitivo, me siento al piano, o abro un programa en la computadora y simplemente me pongo a crear. Claro, después viene el 2839% de cabeza que hay que meterle a todo contenido en bruto. Pero esa parte también, me atrevo a decir, es más inconsciente e intuitiva.
El mundo exterior por supuesto que tiene una influencia en mi creación. Tiene la mitad de la influencia. Después mi cerebro procesa ese mundo, lo transforma, le encuentra defectos, lagunas, maravillas, cosas increíbles, sueños, fantasías, miedos y lloviznas. Ahora, sí soy consciente de por qué compongo, arreglo y orquesto como lo hago, o sea, estoy muy aware de mis influencias y mis preferencias en cada aspecto de la creación. Pero siempre trato de no anclarme a nada. Stravisnky profesaba mucho eso, el no-enamoramiento de un creador con su manera o estilo, la constante evolución intelectual y conceptual del artista. Yo trato, ¡trato!, de seguir ese camino.
No es un secreto que te interesas, y con muy buen tino, por el mundo de la fotografía. ¿Cómo se complementan estas dos artes, fotografía y música, en tu creación? ¿Qué te ofrece el mundo de la experiencia visual?
La fotografía es mi pasión. Y tiene todo que ver con la música, que al final es composición, colores, perspectiva, niveles. Es lo mismo, exactamente lo mismo. Además, yo tengo sinestesia musical con los colores (veo colores específicos cuando escucho ciertas notas o frecuencias) y siempre he percibido la música como algo descriptivamente visual, y viceversa. Mi música es altamente colorística por esto. Y mi fotografía explora los mismos conceptos sinestésicos desde su punto de vista.
El mundo de la danza está en intenso contacto con tu creación. ¿Hasta qué punto los cuerpos en movimiento y la espacialidad influyen en tus concepciones particulares de lo musical? Cuando compones para un coreógrafo en específico, ¿pactan de antemano alguna pauta de trabajo?
La danza es otra cosa. La llevo en la sangre antes de nacer y pienso que toda mi música es, inherentemente, bailable o danzable. Componer para la danza me trae tanto placer que soy muy adicto a ello. Tengo experiencia visual (no tanta motora, pues no bailo nada bien). Esta experiencia me ayuda a saber qué puede funcionar o no.
El otro aspecto que me encanta de este tipo de creación es trabajar con el coreógrafo. He explorado distintas formas de componer para la danza, desde estar encargado completamente del guion, historia, dramaturgia y todos los elementos musicales, hasta tener distintos tipos de guías por parte del coreógrafo. He compuesto, incluso, con el coreógrafo al lado, compartiendo esa experiencia conmigo. Es genial. Como te dije, soy adicto a esto.
Desde el 2014 trabajas en Síntesis como tecladista. Síntesis es, sin dudas, una de las agrupaciones icónicas e históricas de la música cubana. ¿Sientes que en tu creación particular hay un cambio, un “antes y un después” de tu entrada a esta banda?
Hay un Pepe antes y después de Síntesis, definitivamente. Carlos y Ele, y la experiencia de tocar, descubrir, entender la música afrocubana, el rock sinfónico, los arreglos, la voz, a través del grupo han alterado mi manera de entender y pensar la música.
Y está el lado humano, que es esencial para cualquiera, más si eres artista. Carlos y Ele me han enseñado a ser mejor persona. En una nota más micro específica, yo ya no puedo ver o entender la música afrocubana y africana si no es por el espejo de Carlos Alfonso.
Eres integrante y director del Ensemble Interactivo de La Habana (EIH), un colectivo de músicos y artistas promotores de la música experimental, la improvisación colectiva y el arte interdisciplinario. Coméntame un poco de esta experiencia, y de tu interrelación con la poesía y el mundo literario.
Sobre el EIH y su proyección en mí como un ente total, no encuentro ya más formas de expresar lo que siento. No solo he sido testigo de la creación de una familia, de un colectivo de personas distintas y hermosas, sino de algo igual de importante: el descubrir que la creación es un fenómeno colectivo, y que nuestro subconsciente, conducido siempre por lo instantáneo, lo intuitivo, lo improvisado, puede ser parte de un pensamiento colmena simultáneo. Eso, para mí, es la expresión máxima de lo que creo: en este planeta todos somos iguales, y nuestras diferencias e individualidades solo hacen nuestras vidas más ricas y felices.
Otra cosa que el Ensemble me ha aportado es el afán por la interdisciplinariedad (que no es más que otra extensión de mi concepto base). El arte es un fenómeno holístico, y no hay razón alguna para pensar las diferentes manifestaciones como, bueno, diferentes. Sí, hay funciones y características, pero al final te das cuenta que todo conduce al mismo objetivo. Música con poesía, danza, performance, teatro, pintura, video: es la misma cosa. Y repito, vivimos en los tiempos de la universalidad del arte y de la vida. Debemos estar abiertos a mezclar todo de formas orgánicas.
Te has enfrascado en la composición de una ópera, ¿puedes adelantarme algo al respecto: tema, historia?
De la ópera no puedo revelar mucho, excepto que la estoy componiendo junto a mi amigo, mi hermano de creación, Yasel Muñoz, uno de los músicos y seres humanos más originales y asombrosos que he conocido en mi vida. Estamos respaldados por un equipo creativo genial, y, si este reto no nos vuelve locos, podremos tener una experiencia como ninguna el año que viene.
En 2018 participaste como Fellow del programa 1Beat, residencia artística de creación y experimentación musical con sede en Estados Unidos, que reúne a músicos, productores y emprendedores musicales de todo el mundo. ¿Cuánto valoras la posibilidad de entrar en contacto con la actualidad musical y de producción del orbe? ¿Hasta qué punto este aporte es esencial para el crecimiento de un joven creador?
1Beat también sentó en mí un antes y después. La experiencia de hacer música —y no solo eso, se trató también de vivir, de convivir, de reír, llorar y experimentar junto a veinticinco otros humanos y artistas de todos los confines del mundo— no tiene precio. Todavía siento que ese mes y medio fue un sueño. He tenido la alegría de poder seguir colaborando con muchos de mis hermanos y hermanas de 1Beat, sobre todo en estos tiempos de cuarentena. Los extraño mucho, pero sé que nos reuniremos de nuevo para seguir conociéndonos y haciendo arte juntos. Musical y artísticamente, fue una bomba de conocimiento.
Por último, si tuvieras que recomendar una de tus obras como banda sonora para este tiempo, ¿qué nos invitarías a escuchar? ¿Y qué otra obra, de un autor cubano o extranjero, también formaría parte de esta definitiva banda sonora?
Si hay algo que he compuesto que sirve mucho para estos tiempos de cambio de paradigma es Satori, la música que hice para la coreografía homónima de mi hermano Raúl Reinoso, bailarín y coreógrafo de Acosta Danza. Satori es un viaje hacia adentro, que solamente explota hacia afuera en su conclusión, con un mensaje: el misterio de nuestro interior solo se explica con los ojos de los demás. Si tuviera que recomendar una pieza que no fuera mía, esta sería The Kolhn Concert, de Keth Jarret. Es una lluvia de humanidad, de perfección e imperfección, para refrescar el alma.
*Este artículo fue publicado originalmente en el sitio de la Asociación Hermanos Saíz, se reproduce con la autorización expresa de su autora.