Trujillo, el narrador oral

Era solicitado en todos los ambientes; era el invitado de todas las fiestas y tertulias.

El entrenador Raúl Trujillo es uno de los mayores artífices de los triunfos de Mijaín López. Foto: Ricardo López Hevia.

Él era un personaje del Reparto Flores, aunque había llegado muy jovencito desde Corral Falso de Macurijes (actual municipio Pedro Betancourt), gracias a sus condiciones físicas, para integrarse a la Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético (ESPA) cuando esta se encontraba en el antiguo Biltmore Yacht Club & Country Club (hoy Club Habana).

Los “albergues” de la ESPA estaban en casas abandonadas o expropiadas entre las calles 184 y 190. Era un carismático muchacho bajito de grandes crespos y una diastémica sonrisa.

Pronto se integró al barrio. Era solicitado en todos los ambientes; era el invitado de todas las fiestas y tertulias. Se le veía siempre al Centro de algún grupo que seguía embobado sus historias. Si, Trujillo o simplemente “El Truji” era un gran Narrador.

Utilizaba su oralidad como todo un juglar antiguo. Jugando con los tiempos y las impostaciones, llegaba al climax y luego hacía mutis por el foro y dejaba a todos sorprendidos y con deseos de más, pero él administraba sus ideas como el corredor de fondo su aire.

La primera vez que lo escuché sería tal vez en 1974 fue en el poste frente a casa de los Castellanos, en la calle 172, en la que aún vivo. Su historia iba de vuelos internacionales, de azafatas, de erecciones, de un pueblo perdido de Bulgaria donde una campesina tomaba licor de ciruelas mientras mascaba pepinillos encurtidos. La búlgara de marras se había enamorado perdidamente de su co-equipero negro que usaba un Mallot de lo más sugerente.

El climax de esta historia procaz era la dramatización del Truji, mientras imitaba a la campesina comiendo pepinillos e inventaba frases en búlgaro que todos comprendíamos. Nos partimos todos de risa.

Siempre que podía me acercaba a sus historias, que se entremezclaban y se perfeccionaban, y nos hablaba de las Espartaquiadas, de tacles, de sus pabellones auditivos con “coliflor” y siempre detrás de la hilaridad nos dejaba un pedazo de su historia.

En 1975 Trujillo hizo el equipo de Lucha Greco a los Panamericanos de México en la división de 51 Kg. Fue su mayor logro deportivo esa medalla de bronce. Una rotura de los ligamentos de su rodilla le impidió ir más allá.
Aunque modesta su hazaña, en su barrio adoptivo lo recibimos como un héroe.

Estaba en el portal de casa de Pablito con su pierna enyesada y llena de firmas sobre una silla. Le preguntamos sobre sus combates pero no quiso contarnos. Tal vez la derrota le dolía más que la lesión. Pero de pronto se le iluminó el rostro y nos contó risueño, para mí, su mejor historia.

Resulta que después de la lesión lo invitaron a formar parte de la Comisión de Embullo de los atletas que iban a animar a otros atletas en aquellos Panamericanos.

Así fue que llegó a apoyar a su equipo Cuba en la Bombonera de Toluca en aquel mítico partido de fútbol Cuba-México el 21 de octubre de 1975. El resultado fue un histórico 2 a 2. Era aquel el tremendo equipo de futbol que nos representó luego en Montreal 76 y Moscú 80. El equipo de Francisco Reinoso, de Jorge Massó (delantero cubano que se disputaban un montón de clubes internacionales), de Regino, de Roldán.

Por estar con la pierna enyesada lo sentaron en un lugar de privilegio mientras el grupo de apoyo estaba un poco más arriba.

Empezó el partido y evidentemente México era superior. A los 7 minutos el mexicano José Luis Caballero marcó el primer gol. Los cubanos salieron a darlo todo y a los 22 minutos Regino Delgado hizo una jugada de ensueño y empató el juego.

Trujillo lo celebró con toda la euforia que le permitía su limitación. A los mexicanos que estaban a su alrededor no les gustó su exagerada celebración. En el segundo tiempo México de nuevo salió a demostrar su superioridad. A los 10 minutos un habilidoso joven se metió en el área chica y provocó un penal. El mismo jovencito lo cobró de manera impecable. Su nombre era Hugo Sánchez. Tenía 17 años.

Los cubanos no se rendían y seguían dando batalla. A los 35 minutos una jugada individual del cubano Ernesto de la Rosa provocó un autogol. Trujillo, como Matamoros, soltó la muleta y el bastón y empezó a bailar y a gritar.

Un enorme paquete de papas familiares lanzado a quemarropa en su nuca lo hizo perder el conocimiento. La Comisión de Embullo corrió a auxiliarlo y a salvarlo de la ira colectiva de los mexicanos que aún no salían de su asombro.

En una camilla recobró el conocimiento, a su lado lo escoltaban Jorge Cuervo y Pérez Vento. Cuando los vió solo atinó a preguntarles:

—¿Recogieron las papas?

Mi mamá aún recuerda el día que, con mi guitarra polaca y con la música de “Nana de las Cebollas”, improvisó un poema épico sobre un personaje del barrio al que le achacábamos todos los males. Nos reíamos a carcajadas de sus salidas geniales, de los imprevistos giros.

Al final, lo aplaudimos a rabiar, sobre todo mi madre que literalmente se orinó de risa. Una cadena de lesiones lo alejó del deporte, pero se quedó en el barrio. Estuvo estudiando Agronomía y luego hizo un par de años de Ingeniería Industrial en la CUJAE. Ahí nos veíamos a menudo. Dejó la carrera y le perdí la pista.

Unos decían que había vuelto a Matanzas, a entrenar jóvenes promesas en la EIDE, otros que se dedicaba a la agricultura, otros que tenía una casa de alquiler en Playa Girón. Lo cierto es que no supe de él hasta 2020. En plena pandemia lo ví una madrugada de insomnio en las Olimpiadas de Japón.

Tenía que ser él. El mismo apellido, el mismo tamaño, la misma voz aguda y ronca, el mismo diastema, las mismas orejas con “coliflor”. El Truji era el entrenador principal del equipo cubano de Lucha Greco.

Seguí con interés su nuevo ciclo olímpico, lo escuchaba con orgullo en el noticiero cuando disertaba de cargas y entrenamientos. Me imaginaba la cantidad de historias que podría contar ahora.

En estos días se ha hecho un rostro familiar, la gente delira cuando en un arranque de alegría Mijaín López lo proyecta.

No sé si te acuerdas de mi, querido Raúl Trujillo, de aquel niño al que se le salían las lágrimas de tanto reír por tus disparatadas historias. Pues ese niño en estos días volvió a lagrimear contigo, por todo lo que nos dejaste, por el ciclo que has cerrado.

Te esperamos por tu barrio adoptivo para escuchar tus nuevas historias.


*Este texto fue publicado originalmente en el perfil de Facebook de su autor. Se reproduce con su autorización expresa.

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