En política, el empleo de la TV como medio para impactar a grandes audiencias ha constituido un mecanismo de importancia creciente, a partir de la campaña electoral de Dwight Eisenhower, en 1953, y sobre todo, de John F. Kennedy, en 1961, el primero que usó las técnicas de persuasión a partir de los modelos comunicológicos entonces vigentes, en especial los del conductismo.
Pudiera estudiarse paso a paso, como se ha hecho, el desarrollo de sofisticados mecanismos comunicativos que han terminado en lo que Leslie Janka —fundador del Council for American-Saudi Dialogue, después de haber servido en el Departamento de Estado bajo Henry Kissinger— codificó en una frase lapidaria como “el desplazamiento de la sustancia por la imagen”.
No queda entonces sino evocar en este punto a Ronald Reagan, ese maestro de la imagen, porque lo supieron rodear, antes y después de las elecciones, de un equipo dirigido por el golden boy Michael Deaver, quien le moduló una estrategia pública en la que el presidente debía tener la iniciativa frente a los medios, según lo ha estudiado insuperablemente Mark Herstgaard en un libro clásico: On Bended Knee: The Press and the Reagan Presidency. Ello posibilitó, en buena medida, la conversión de un actor subrogado en una figura carismática que obtuvo muchos beneficios de la Guerra Fría y extrapoló al discurso administrativo expresiones de la Biblia: ese “imperio del mal” (evil empire) para designar a la Unión Soviética, ejercicio continuado por los asesores de George W. Bush después del 11 de septiembre, al nombrar “el eje del mal” (axis of evil) a varios países puestos en la mirilla.
Si se enciende ahora mismo la TV, resaltaría el empleo de anuncios políticos que toman prestados de los comerciales al uso los mismos mecanismos de persuasión al consumidor, hecho que muchos críticos, no necesariamente liberales, atribuyen a la idea de que la política —incluidas las elecciones presidenciales— constituye una actividad lucrativa más destinada a vender figuras como Fords o Mc Donald´s. Se trata, por definición, de mensajes simples, reiterativos, con un foco claro y una idea clara que, por lo mismo, no dé lugar a interpretaciones o polisemias.
Dada la importancia de la población hispana/latina en estas elecciones, y en particular en la Florida, la televisión dirigida a este sector poblacional ha sido y será objeto de ambos teams, sobre todo durante esta fase final. Ni el más previsor de los pioneros lo hubiera imaginado cuando se anexaron aquellos territorios mexicanos en el siglo XIX. Desde las elecciones presidenciales que llevaron a William Clinton al poder ejecutivo, el uso del español ha sido creciente en las carreras hacia la Casa Blanca, no solo mediante el empleo de anuncios que tratan de persuadir al receptor con las razones por las cuales debe votar por demócratas o republicanos, sino también en alocuciones verbales directas de los candidatos en las cadenas de televisión y radio en la lengua de Cervantes.
Una revisión sumaria de la actual campaña republicana arroja que ha decidido diseñar sus anuncios a partir de cuatro puntos fundamentales: a) el socialismo /comunismo de Joe Biden, b) que este le suprimiría fondos a la Policía, c) su política de subir impuestos a los votantes y d) su avanzada edad y problemas mentales, lo cual le impediría ocupar el cargo, temas que desde luego constituyen núcleos duros del discurso del presidente. En efecto, por ofrecer un breve botón de muestra, recientemente, durante un mitin en Vandalia, Ohio, Trump insistió en el tema del socialismo/comunismo de su rival, una de las construcciones más reiteradas a partir del impacto de este discurso en una cultura desde hace mucho tiempo signada por la Guerra Fría. Y por una dimensión emocional en el receptor.
“La elección en noviembre será muy simple”, le dijo el presidente a sus seguidores. “Nunca ha habido un momento en que haya habido tal diferencia. Uno probablemente sea el comunismo. No lo sé. Le siguen diciendo socialismo”. Por esa razón —dijo en Swanton, Ohio— los estadounidenses “no podrían sobrevivir” a la presidencia de Biden.
Correlativamente, en esos anuncios televisivos y en otros en las redes sociales se manejan mensajes como los siguientes:
La izquierda se involucra en actos de repudio. Las demócratas y Joe Biden son EXTREMISTAS. Sacrificamos mucho para ser libres y respetados. La izquierda ataca nuestros negocios, iglesias, y cultura. Hasta quieren controlar cómo pensamos. Joe Biden es demasiado débil para defendernos.
El presidente Trump sabe que los medios de comunicación falsos NUNCA informarán con precisión sobre sus posiciones en las encuestas contra el Sleepy Joe. Queremos la verdad, y necesitamos escucharla directamente de los estadounidenses reales, como tú.
Por favor, toma nuestra encuesta oficial Trump vs. Biden AHORA para demostrarle a Sleepy Joe y a todos sus grandes seguidores socialistas que los VERDADEROS ESTADOUNIDENSES quieren CUATRO AÑOS MÁS.
Energizante sin dudas para crackers, rednecks y fans republicanos de diverso talante, pero a pesar de ello, hacia la segunda mitad de agosto, la campaña de Trump empezó a experimentar problemas de dinero. Por si fuera poco, a mediados de septiembre se anunció que Sheldon Anderson, el zar del juego de Las Vegas y Macao, uno de los principales donantes, de cuyas manos habían salido unos 10 000 millones de dólares para usos políticos, se retiraba del escenario debido a roces con el presidente.
Por esas mismas fechas, observadores varios señalaban el hecho bastante inusual de que un candidato quedara en situación de desventaja en la televisión, prácticamente la semana después de la Convención Nacional Republicana. Faltaban entonces más de dos meses para las elecciones presidenciales; en algunos estados la votación anticipada comenzaría en septiembre. Informes de prensa subrayaban los gastos limitados de Trump en propaganda política, fundamentalmente centrados en Iowa y Montana, estados que había ganado de manera holgada en 2016. La mayoría de los anuncios televisivos de su campaña se colocan en Fox News Channel y CNN.
Pero en el lado opuesto, la situación distaba de ser la misma. A mediados de septiembre, pocas semanas después del viaje de Biden a Tampa y al corredor de la I-4, aparentemente la estrategia implementada por sus asesores, dirigida a capturar el voto latino en la Florida, arrojaba sus primeros resultados debido a acciones de logística y base material. Según el rastreador de anuncios políticos Kantar/CMAG, hasta ese momento, el equipo de Biden había gastado más que el de Trump en publicidad televisiva en la Florida durante este ciclo: entre 30 y 42 millones de dólares.
Una encuesta de votantes latinos de la NBC, The Wall Street Journal y Telemundo, implementada sobre una muestra de 300 electores, entre el 13 y el 16 de septiembre, arrojaba que el 62 % de estos votarían por el candidato demócrata. Solo el 26 % planeaba votar por el presidente Trump. Asimismo, dio a conocer que, a escala nacional, Joe Biden le llevaba ventaja a Trump, aunque menor que la que tenía Hillary Clinton en ese bloque de votantes en 2016.
Justamente a mediados de septiembre, el exalcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, anunció que donaría 100 millones de dólares para la campaña de Biden en la Florida, cifra que se adicionaba a los 50 millones aportados por el húngaro George Soros para todo el territorio de la Unión. “La votación comienza el 27 de septiembre en Florida, por lo tanto, necesitamos inyectar un capital real en ese estado. Es una necesidad apremiante”, dijo Kevin Sheekey, un asesor de Bloomberg, a The Washington Post.
Poco después, la cadena CNBC dio a conocer que Sheldon Adelson estaba considerando donar entre 20 y 50 millones de dólares a la campaña de Trump en un último esfuerzo por ayudarlo. Aparentemente, el cabildeo por despejar los problemas entre ambos había rendido sus frutos.
“Tenemos más de 200 millones en anuncios de televisión que están reservados desde el Día del Trabajo hasta el Día de las Elecciones”, había dicho un portavoz de Trump, Jason Miller. “Estamos hablando con los votantes en los estados a medida que comienzan a conectarse”.
Con esos truenos, veremos lo que ocurre de ahora en adelante en materia de comerciales políticos, hasta que finalmente se rompa el estambre.