La tercera jornada de la Convención Nacional Republicana continuó durante la noche del miércoles bajo el tema “Estados Unidos, tierra de héroes” y con el vicepresidente Mike Pece cerrando desde Fort Henry, Baltimore, el sitio de una batalla contra los ingleses durante la Guerra de 1812, hecho que inspiró al abogado Francis Scott Key a escribir la letra del himno nacional de Estados Unidos.
Observadores varios coinciden en señalar que uno de los rasgos distintivos de esta Convención ha consistido en trasmitir una visión apocalíptica del país al presentarlo marcado por la violencia, el caos y poseído por una fuerza oscura llamada “izquierda radical”, encarnada por el Partido Demócrata. Su propósito último –argumentan– consiste en destruir a Estados Unidos.
Se trata también de un evento marcado por un mantra inevitable: que solo la reelección de Donald Trump, como el único representante de “la ley y el orden”, podría sacar al país de donde lo han colocado esas fuerzas del mal.
La noche de ayer no fue distinta. Al aceptar su nominación como vicepresidente, Mike Pence atacó desde el principio al candidato Joe Biden como el representante más conspicuo de esas fuerzas. Esa fue, a ojos vista, la tarea que le dieron. Nada entonces más apropiado en lo estratégico que excluir al enemigo del patriotismo, una dimensión emocional muy bien explotada históricamente por el trumpismo ante las características socioculturales de sus bases.
“Los héroes que sostuvieron este fuerte”, dijo Pence, “defendieron la vida, la libertad y la bandera estadounidense. Esos ideales han definido a nuestra nación. Sin embargo, casi nunca se mencionaron durante la Convención Demócrata de la semana pasada. Los demócratas se pasaron cuatro días atacando a Estados Unidos. Joe Biden dijo que estábamos viviendo una ‘temporada de oscuridad estadounidense’. Pero como dijo el presidente Trump, ‘donde Joe Biden ve la oscuridad estadounidense, nosotros vemos la grandeza estadounidense'”.
Y luego: “La semana pasada Joe Biden dijo que la democracia está en la boleta, pero la verdad es que nuestra recuperación económica está en la boleta, la ley y el orden están en la boleta. […] No se trata tanto de si Estados Unidos será más conservador o más liberal, más republicano o más demócrata. La elección en esta elección es si Estados Unidos sigue siendo Estados Unidos”, dijo.
Calificó la reelección del presidente Donald Trump como fundamental para preservar el orden público y la viabilidad económica, advirtiendo que de ganar Biden, pondría a Estados Unidos en el camino del socialismo y el declive, un falso dilema que quienes apoyan este peculiar proceso político repiten una y otra vez cual verdad revelada. Entonces aceptó su nominación con esa fidelidad suya: “con gratitud por la confianza que el presidente Donald Trump ha depositado en mí, el apoyo de nuestro Partido Republicano y la gracia de Dios, acepto humildemente su nominación para postularme y servir como vicepresidente de los Estados Unidos”, dijo.
El siguiente paso consitió en dar, de nuevo, una imagen humanizada de Trump, al que Pence tiene el privilegio de ver y conocer en la intimidad, “cuando las cámaras están apagadas”. “Los estadounidenses ven al presidente Trump de muchas maneras diferentes, pero no hay duda de cómo el presidente Trump ve a Estados Unidos. Él ve a Estados Unidos por lo que es: una nación que ha hecho más bien en este mundo que cualquier otra, una nación que merece mucha más gratitud. Llegamos por caminos muy diferentes a esta asociación y algunas personas piensan que somos un poco diferentes. Pero he aprendido algunas cosas viéndolo lidiar con todo lo que hemos pasado durante estos últimos cuatro años. Él hace las cosas por su cuenta, así en sus propios términos […]. Pero lo más importante es que ha cumplido su palabra”.
Se dedicó a elogiar la labor de Trump ante la pandemia del coronavirus como si esta ya estuviera bajo control, pero sobre todo obviando el hecho de que ha afectado a casi seis millones de estadounidenses y causado la muerte de 190 000. El vicepresidente lo presentó como un impecable líder previsor cuya labor impidió mayores consecuencias. “Antes de que el primer caso de coronavirus se propagara dentro de Estados Unidos”, dijo, “el presidente tomó medidas sin precedentes y suspendió todos los viajes desde China, la segunda economía más grande del mundo”. La decisión de impedir que los ciudadanos extranjeros de China ingresaran al país a fines de enero, subrayó, había salvado un numero de “vidas incalculables” y “nos dio tiempo para lanzar la mayor movilización nacional desde la Segunda Guerra Mundial”.
Una afirmación a contrapelo de muchos expertos, que han venido sosteniendo que en febrero Trump perdió un tiempo precioso; que sus restricciones a los viajes desde China llegaron tarde para marcar una diferencia importante en el número de casos; y que muchos provenían de Europa antes de que el presidente estableciera la prohibición de viajar, en marzo pasado.
El vicepresidente cerró el tema del coronavirus con la idea de que la vacuna llegaría a finales de este año, lo cual no figura ni en las proyecciones más optimistas de los profesionales del gremio, incluyendo al principal epidemiólogo del país, el Dr. Anthony Fauci, quienes han dicho que solo estará disponible a principios del año próximo.
Pero lo hizo solo para volver a la carga contra el candidato demócrata: “La semana pasada, Joe Biden dijo: ‘no se avecina ningún milagro’. Lo que Joe no parece entender es que Estados Unidos es una nación de milagros y estamos en camino de tener la primera vacuna contra el coronavirus segura y eficaz del mundo para fines de este año”.
Después de concluido su discurso, se le unieron su esposa Karen Pence y Donald y Melania Trump saludando a una entusiasta multitud sin nasobucos.
Es que el presidente, como Hitchcock, termina siempre apareciendo personalmente en todas sus producciones. Pero con una diferencia: aquí no hay suspenso.