Al final del recorrido, Delfín Prats se aleja entre la penumbra. En la foto se tambalea sobre una línea de hierro, justo al borde de la calle que lo pondrá en su casa. De un lado quedaba la estación de trenes con vagones varados, del otro lo que han sido viejos almacenes del ferrocarril. Al fondo, amenazante, una gran nube que a la larga resultó inocente.
“En mi poesía no son importantes los trenes”, advertía una hora antes, cuando en bicitaxi tomábamos la calle que nos pondría cerca de la última casa de Reinaldo Arenas en Holguín.
-Con el tiempo has estado más dispuesto a hablar de Arenas y de aquellos años -comento: En la entrevista que me diste para La Gaceta de Cuba en 2006 decías haber dado por cerrado el tema.
-Venían a verme para eso. Después, por suerte dejaron de venir, porque yo no tenía nada nuevo que decir sobre su caso, que es tan hiperconocido. Él ha publicado toda su obra, la ha republicado.
-¿Estás menos predispuesto ahora?
– Prefiero que no vengan. Hoy converso contigo porque se trata de ti, pero mi personalidad no es de estar en estas situaciones, con gente visitándote, cuestionándote, preguntando. Solo soy un hombre que ha escrito unos poemas.
Los poemas de los que habla Delfín Prats pueden leerse en conjunto bajo el título: El brillo de la superficie, libro editado el año pasado por Ediciones La Luz. Tiene 165 páginas, unos sesenta y cinco poemas y el prólogo del poeta y ensayista holguinero Ronel González.
Escribe González: “La insatisfacción del poeta con los códigos estéticos predominantes en el discurso lírico, llamémosle norma, su rechazo de los moldes clásicos maltratados en buena medida por autores de escaso talento, la fuerte carga existencial de su poesía, su emparentamiento con el surrealismo, del que tomó, en parte, la elaboración de imágenes -a veces insólitas entre los creadores de esos años-, diferenciaron su discurso del resto de los creadores cubanos…”
El año 2017 fue estimulante para Delfín Prats. Otra vez fue candidato al Premio Nacional de Literatura y también Ediciones Holguín publicó El huracán y la palma, una anunciadísima antología en la que había invertido años de labor.
-Fue idea de Reinaldo Arenas. La de él se iba a llamar Rigurosísima antología de la poesía cubana. Iba a reunir los textos de los poetas que más nos gustaran a nosotros, desde Heredia hasta nuestros días.
-¿Quiénes eran “nosotros”?
–Reinaldo García Ramos, yo… los pocos que éramos, como el núcleo.
-¿Cómo fue surgiendo la antología?
-Fue una idea nacida en playas, en lugares por donde paseábamos, en conversaciones personales. Hay una novedad, y se le debe a Reinaldo Arenas: el poema de la Avellaneda “La pesca en el mar“, que no es uno de los poemas de ella que más se antóloga.
Él hubiera estado muy de acuerdo conmigo en muchas cosas, por ejemplo, en que apareciera “La isla en peso“, de Virgilio Piñera, que apareciera “Noche insular: jardines invisibles”, en que apareciera algo de Tallet, algo de Guillén; no sé si lo mejor de Guillén, pero sí algo verdaderamente representativo de lo antillano, de lo tropical. Ahora, por ejemplo, Poveda; la selección fue mía. La idea fue mía de incluir también el texto de Dulce María Loynaz, que es un texto prosístico. Donde creo que él no hubiera estado de acuerdo es en que yo incluyera a Cintio, que es un buen ensayista.
-¿Cuánto tiempo tomó este trabajo?
-Fui reuniendo eso poquito a poquito. Primero en casa de Seik [el poeta Gilberto González Seik], en una máquina de escribir. Fui sacando los poemas, pasándolos a máquina. Después, cuando tuve acceso a computadora en lo de Lourdes [la escritora Lourdes González. “lo de Lourdes” es Ediciones Holguín). Como yo no tenía nada qué hacer, trabajaba en eso. Finalmente la terminé en mi casa, con esta computadora que tengo.
-¿Quedaste satisfecho?
-Muy contento.
-¿Qué referentes intelectuales unían al grupo del que me hablas, ese “nosotros”?
-Nuestras lecturas.
-¿Cuáles eran?
-Leíamos de todo, pero sobre todo a Faulkner, después surgió García Márquez….
-¿Y en poesía?
-A los poetas fundamentales: Rilke, Eliot, Pound…
-¿Y de los cubanos consagrados?
-Virgilio, Lezama sobre todo; éramos grandes lectores de Lezama. Por esos años fue el “caso Padilla”.
– ¿Asististe a recitales de Padilla?
-Nunca, pero llegué a conocerlo. Nosotros éramos más… callejeros.
***
A principios de 1968 Delfín Prats obtuvo el Premio David con un libro de trece poemas titulado Lenguaje de mudos. Su obra no logró recepción alguna dado que, por acuerdo de alguna fuerza poderosa y en extraña decisión, no más editado el libro se esfumó de los almacenes antes de alcanzar las librerías.
En este sentido, y dado que era un principiante, las consecuencias para él fueron peores que lo sucedido poco después a Heberto Padilla y Antón Arrufat, quienes, aunque con una advertencia de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en las primeras páginas de sus obras, premiadas también ese año en otro certamen, sumaron interés y ganaron nuevos lectores para su obra ya publicada.
Debido a esto, el escritor Arturo Arango, en una de aquellas conferencias ofrecidas a propósito de la llamada Guerra de los emails, en 2007, ha registrado a Prats como “la primera víctima” del Quinquenio Gris en lo que corresponde a la poesía, y podría añadir que, de contar Delfín con otro temperamento, de tener una inclinación por la crítica y la participación pública, aun siendo entonces un desconocido, habría alcanzado resonancias semejantes a las del autor de Fuera de Juego.
Tan duro resultó aquel fogonazo que Delfín Prats no publicó libros hasta pasados casi veinte años. Para la fecha se había radicado en Holguín y estaba integrado al grupo de escritores de la ciudad, dando la impresión de haber superado las nefastas circunstancias que eclipsaron sus comienzos literarios y que le pusieron en la mira tanto de burócratas y policías, como de medios de opinión extranjeros.
Pero en 1968, Prats solo era un muchacho de veintitrés años que empezaba con éxito su carrera. Había regresado de Moscú adonde viajó para aprender el idioma ruso. Fue el único de su aula de la escuela habanera Máximo Gorki que conseguía esa beca. En su currículo también contaban sus esfuerzos como alfabetizador.
-Ese período de La Habana fue para mí muy importante: leí, conocí un conjunto de personas que después iban a ser mis amigos, personas con las cuales uno ha compartido un espacio, un tiempo.
-Fue la época del MINFAR.
-Sí, pero cuando yo conozco a Reinaldo estoy seguro de que yo ya no trabajaba en el MINFAR, que fue alrededor del premio o después de haberlo ganado.
-Algunos han tomado ese dato –tu trabajo en el MINFAR– como algo sospechoso de tu persona.
-La historia es muy simple. Yo había estudiado ruso en la Unión Soviética. Regresé graduado como profesor de ruso, pero entonces la plaza que me ofrecieron, o que me impusieron, fue traductor militar. Al mismo tiempo se me consideró ese período como el servicio militar, nada más que estuve dos años.
-¿Era una oficina en el MINFAR?
-Una dirección. Había un jefe y una secretaria con fobia a los gays llamada Paquita. Yo permanecía sentado en una oficina las ocho horas traduciendo, que sé yo, un libro sobre telefonía. Y después que comía me iba para La Habana, específicamente para las calles del Vedado, por eso voy conociendo gente.
Mis recuerdos son muy fragmentarios, pero debo haberlo conocido después del premio de mi libro. En esos momentos él trabajaba todavía para La Gaceta de Cuba. Yo iba a la Biblioteca Nacional, a la biblioteca de la Casa de las Américas, paseaba también por La Rampa, por la noche. En algún momento alguien tiene que habernos presentado. Entonces, mira, como los dos éramos de la misma provincia era muy bueno encontrarse.
Cuando él llegaba a Holguín venía a la casa mía. Yo iba, visitaba a la madre. Casi siempre, nos íbamos para Gibara. Gibara era un lugar muy importante porque él era un ser que tenía tendencia hacia el mar, y Gibara es mar.
Nunca fuimos a donde él había nacido, a Perronales. Fui más tarde, a llevar a la traductora suya, la traductora al francés, Liliane Hasson, que vino con una fotógrafa lituana. Perronales es un lugar al que es muy difícil llegar y nos contentamos con subir a Los Lirios. Ella estaba interesada en conocer esas localidades, no tanto el lugar exacto. Eso tiene que haber sido en la década del noventa.
***
En el comienzo de la década murió en Nueva York Reinaldo Arenas. El 7 de diciembre de 1990 una sobredosis de pastillas sorbidas con whisky terminó con la agonía del escritor, enfermo de SIDA; aunque, tal vez, todo había comenzado para él desde que nació y creció en una ciudad, en un país, y en un momento en que sus proyecciones no fueron comprendidas ni aceptadas.
Por esos años, Delfín Prats había ido superando sus miedos y se había insertado lentamente en el movimiento cultural holguinero luego de años forzosamente alejado de las editoriales y, por lo mismo, recluido en sí mismo.
Después del Premio David había sido empleado por la Academia de Ciencias como traductor, hasta que perdió el trabajo por “problemas laborales”. De regreso a su ciudad natal se ganaba la vida en lo que aparecía: en una brigada de construcción ayudó a edificar una secundaria básica en la comunidad de San Andrés. Entonces vivía con su madre.
Con la llegada del Período Especial, y tras su regreso de Madrid, adonde asistió al encuentro de poetas en el exilio La Isla entera, organizado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España y el Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid, se mantuvo lo más alejado que pudo, cultivando su preferido bajo perfil desde las periferias, como si pretendiera desaparecer de los mapas culturales en la maleza de La Cuaba.
Pero, acababan de ser publicadas las memorias de Reinaldo Arenas, Antes que anochezca, y los lectores del mundo volvían a saber del poeta, quien resurgía bajo el seudónimo de Hiram Pratt.
Además de enlistarlo como uno de los talentos de su generación, junto a Nelson Rodríguez, José Hernández, Luis Rogelio Nogueras, Norberto Fuentes y Guillermo Rosales, Arenas ratifica que Delfín Prats era uno de los mejores poetas de su generación, aunque había terminado alcoholizado y envilecido.
Al respecto, en la entrevista de 2006, me confesó: “Lo de envilecido es circunstancial, lo de alcoholizado, bueno… confieso que he bebido, y que casi todo lo que he escrito lo debo al poder de las molestas resacas.”