Glenda Jones, emprender para el futuro

La historia de La Isla de los Niños es también la historia de vida de una “mujer, madre, queer, emprendedora, luchadora y soñadora”.

Si ella y su hermana fueran personas comunes, en 20 entre 11 y 13 habría uno más de los tantos restaurantes de El Vedado. Si no se hubieran tenido la una a la otra, si no se hubieran dado ese “te amo” todas las veces que lo necesitaban, tal vez hoy hubiera un grupo de jóvenes haciendo CrossFit a una cuadra del Túnel de Línea.

Pero llegaron al mundo y se volvieron excepcionales, como tanta gente que nace en Santa Clara. Se acompañaron, se consolaron, fueron aprendiendo juntas sobre los afectos y sobre las cosas duras de la vida. Ser madre y tía les ofreció la posibilidad de soñar con una crianza distinta. La complicidad de hermanas fue la arcilla que luego tomaría la forma de La Isla de los Niños, una guardería Montessori, única de su tipo en Cuba.

La historia de La Isla… es también la historia de vida de Glenda Jones, “mujer, madre, queer, emprendedora, luchadora y soñadora”. Así se autodefine; aunque detrás de esas palabras hay un mundo de vivencias, acontecimientos y emociones que hacen muy difícil describirla como ser humano en una línea.

Para hablar de Glenda, desde la sinceridad, hay que verla triste, sorprendida, alegre, molesta, nostálgica, pensativa. Hay que mirarle a los ojos muchas veces y descubrir cómo cambian de color sin dejar de ser albos y brunos. Y no es difícil, porque ella te mira firme, como enfrentándote, como quien confía en aquello de: “Los ojos son el espejo del alma”. Su mirada puede resultar intimidante, como la de esas madres a la antigua que te regañan por cualquier cosa; pero hay también mucha dulzura y elegancia bajo sus cejas.

Le cambian de tono los ojos muchas veces cuando habla de su vida antes de La Isla. Su mirada se enciende mientras me cuenta de su carrera como médica. En quinto año vino a estudiar a La Habana y luego se fue junto a otros mejores expedientes para Venezuela a hacer el internado. Su ubicación laboral fue en un policlínico en el que hizo amistad con unos alemanes que venían a donar medicamentos y la invitaron a su país por tres meses. A sus aprendizajes de un año en Venezuela y de dos años en La Habana Vieja rotando por doce de los trece consultorios de la zona, se sumaron esos noventa días transitando por hospitales alemanes y participando en prácticas de ginecología, cirugía reconstructiva y ortopédica. Conoció al papá de sus hijas y se enamoró. Pero nunca pensó en quedarse en Alemania. Le dijeron entonces que era una boba, y no entendían cómo iba a “virar para atrás” con lo mala que estaba la cosa aquí.

“Yo estoy muy arraigada a mi familia, a Cuba; no sé por qué, pero me cuesta mucho separarme. Esos once meses que estuve en Venezuela sufrí y los tres meses que estuve en Alemania me costaron. Yo extraño todo y no me gusta extrañar”. Por eso regresó, estuvo siete años casada y sus hijas, de madre cubana y padre alemán, nacieron en esta tierra caribeña.  

El amor de Glenda por la isla grande, que tanto nos duele y nos enamora, es contagioso. De la complejidad que tiene toda separación y de ese amor indescriptible nace también La Isla de los Niños.

A veces uno usa la frase “se alinearon los planetas” para referirse a que todo se dispuso, como mágicamente, en función de algo. Pero quien sabe de astrología sabe que cada planeta tiene su carga de dolor. Cada planeta traza líneas que suponen trabajo sobre uno mismo.

Por un lado, estuvo la decisión de hacer un alto en su trabajo como médica. Embarazada de su hija más pequeña estaba haciendo una especialidad quirúrgica y eso requería estar varias horas de pie. Como parte de los cuidados básicos del embarazo, debía descansar y salir del salón para merendar. Sentía que no podía dar el máximo en esas condiciones, así que prefirió dedicarse a cuidar la salud de su bebé por nacer.

Por otro lado, su niña de 3 años llegaba del “cuido” estresada porque la seño la reprendía por salirse de los contornos al colorear. A veces llegaba repitiendo las noticias que escuchaba en el televisor que les ponían durante varias horas a los niños, para que no se aburrieran. Un día llegó temprano a buscar a su hija y una de las seños intervino para decir que era una lástima que se la llevara porque iba a perderse la clase de matemática que tenían en la tarde.

Como madre, comenzó a sentir inconformidad con el tratamiento que le daban a su niña. Su hermana le dijo: “No vamos a hacer ni un restaurante, ni un gimnasio: vamos a hacer una guardería, como nos dé la gana a nosotras”.

Pie: Glenda y sus hijas en La Isla de los niños
Glenda y sus hijas en La Isla de los niños. Foto: Jorge Ricardo.

Así fue como comenzaron a soñar juntas con un lugar en el que los niños pudieran ser niños, aprendieran lo que quisieran aprender y pudieran potenciar al máximo esa necesidad. Un lugar en el que no les pusieran televisión ni se les forzara a recibir clases de matemática en las tardes. Un sitio en el que pudieran salirse del contorno y ser felices durante el aprendizaje.

En ese proceso se encontraron con la Educación Montessori y tuvieron la suerte de recibir clases de expertos de diferentes partes del mundo. Se encontraron además con los términos de Disciplina Positiva y Crianza Respetuosa. Acompañaron a los diseñadores en el proceso de diseño de los espacios, y junto a ellos idearon cada detalle en función de los niños, en que disfrutaran cada pedacito de La Isla. Esa primera parte recuerda que fue muy hermosa. Luego llegó la parte dura: la construcción.

El proceso constructivo de La Isla duró de agosto de 2019 a abril de 2022. Mientras la mayoría de la gente estaba encerrada en sus casas, Glenda estaba a 9 metros sobre el nivel del piso, tirando una placa, preguntando, aprendiendo cómo hacer mezclas.

Pasó por la experiencia de construir, de lidiar con los albañiles informales, con la falta de materiales, con las trabas de todo tipo; pero también tuvo la suerte de encontrar a personas como Daniel, un albañil que supo materializar un proyecto único.

Su Isla, la que soñaron ella y su hermana, se levantó desde cero. Y en ese nacimiento hubo también pérdidas, ciclos que se cerraron, cambios y nuevos empoderamientos. Su divorcio y la partida de su hermana cruzando fronteras desde Nicaragua, como hizo tanta gente joven, fueron acontecimientos que estremecieron su estructura familiar mientras las columnas de La Isla se fortalecían.

Desde que su hermana se fue, Glenda no ha vuelto a dormir tranquila. “Yo tenía otras posibilidades económicas, pero ella me decía que no podía pasarse la vida esperando que yo la mantuviera siempre”. Junto a la gravilla, el cemento y la arena con que se levantó La Isla, está la tristeza que provoca la emigración como un ingrediente más de la mezcla. Su hermana ha sido la razón de su desvelo y a la vez su motor para seguir adelante.

Su guardería Montessori, que cumplió un año de fundada el día 1 de junio, es la concreción de un sueño, con todo lo amargo y todo lo dulce que tienen los grandes sueños. Es un lugar para que los niños crezcan en condiciones de respeto por sus ritmos, sin premios ni castigos.

“No se trata solo de un lugar para cuidar niños: es una comunidad”. Es un sitio para crecer, para aprender, sobre todo de los propios infantes. Además de todo lo bello que ha rodeado a las personas conectadas a través de La Isla, ha habido críticas, ataques y cuestionamiento por el precio mensual de los servicios de guardería.

Es cierto que la mayoría de las familias cubanas no pueden tener acceso por falta de condiciones económicas que lo permitan; pero muchas de las críticas podrían estar basadas en el desconocimiento de cómo funciona un lugar así desde el punto de vista logístico.

“Tener una guardería supone muchos gastos; preparar un lugar ideal lleva mucha economía. Si quieres poner cualquier silla, es fácil; pero cuando quieres diseñar un mobiliario a la altura del niño, que no se rompa si se encaraman, que sea confiable para ellos, que les dé libertad, es muy costoso”. No solo es costoso en Cuba, sino en cualquier lugar del mundo donde por demás no existen las dificultades propias de la isla.

“Si quieres preparar personal para atender a los niños, hay que formarlo en los presupuestos de la Crianza Respetuosa, pagar cursos, pagarles a personas que vengan y den talleres de formación”. Los gastos en alimentación son grandes. Las legumbres y las carnes se compran en las tiendas en MLC, porque debe haber garantía de lo que van a comer los niños. Además, hay otros gastos en materiales, libros, toallitas húmedas, lápices, cepillos de dientes, pasta, jabón… “Nada es fácil ni barato si quieres hacer las cosas bien”. Los niños toman agua en vasos de cristal y todos los meses hay que comprar nuevos, porque se rompen. “A los niños hay que darles esa confianza, enseñarles que el cristal pesa, y que se rompe”.

La Isla es un proyecto que ha requerido mucho tiempo, esfuerzo y dinero. Tiempo, esfuerzo y dinero que no fueron empleados en hacer un emprendimiento convencional, sino en lanzarse a la aventura maravillosa de guiar a los niños de hoy para que sean mejores que sus padres y sus abuelos.

No he visto críticas a guarderías cubanas en las que les inculcan a los niños que los varones juegan a los carritos y las hembras con muñecas, o a aquellas en las que solo aceptan niñas porque los varones son muy intranquilos. O esas, igual de caras, en las que no aceptan a los niños en condiciones de discapacidad o con condiciones genéticas que les impidan ir al mismo ritmo de los otros de su edad.

Glenda, a quien no le afectan mucho las críticas, porque su misión es crear puentes y trabajar desde la excelencia y el amor, ha creado un lugar en el que conviven niños de diferentes condiciones, sin importar si tienen un cromosoma de más o si aún no hablan con 5 años.

La Educación Montessori, por su parte, no cuesta dinero. Ahí están los libros escritos por María y sus discípulos. Se puede llevar a cabo en nuestras casas, como otras formas de educación alternativas de las que poco se habla en nuestro contexto. Y esa es una tarea que Glenda ha asumido en función de todas aquellas familias que quisieran adquirir esos conocimientos.

Ahí están los repositorios de bibliografía sobre Educación Montessori, Crianza Respetuosa y Disciplina Positiva, a disposición de todos de forma gratuita. Además, se imparten talleres en la guardería para todas familias, sin costo o con un costo mínimo que se dona a proyectos de bienestar animal, proyectos comunitarios u hogares de niños sin amparo filial.

Hace unas semanas se celebró en Fábrica de Arte Cubano el primer Encuentro de Crianza Respetuosa, otro sueño de Glenda. Durante varios días familias de diversas procedencias pudieron asistir a conferencias, charlas y talleres. Expresamente se les pidió a las familias de La Isla de los niños que no asistieran al evento, para reservar todas las capacidades para otras familias.

Me gustaría que proyectos como este se multiplicaran y se hicieran más accesibles, para que quien desee darles a sus hijos una educación alternativa puedan hacerlo, lo hagan en su país y no tengan que irse a otros lares. No se trata de qué sea mejor o peor, simplemente es una alternativa, y la posibilidad de elegir nos hace más libres.

Además de La Isla, que es su centro, Glenda tienen un nuevo emprendimiento de materiales educativos llamado Sisé, otro empeño que recién comienza y que la mantiene feliz. Aunque, si de felicidad se trata, hay que mencionar a Cuco, su carrito.

Con él puede ir a buscar el yogurt de los niños a la Finca Vista Hermosa, y las frutas al Cotorro. Quien la conoce sabe que su carro no para porque, como buena emprendedora, no espera a que las cosas le lleguen solas: ella sale a buscarlas. “Cuco y yo somos una máquina”. Todos los días por la mañana se sienta y le dice: “Buenos días, Cuco, pórtate bien y arranca bonito”. Y cuando Cuco arranca, le da una alegría tan grande que se le compone el resto del día.

El dúo dinámico: Glenda y Cuco. Foto: Jorge Ricardo.
El dúo dinámico: Glenda y Cuco. Foto: Jorge Ricardo.

Otra parte importante de su vida en los últimos años han sido los activismos. “Lisy es incendiaria, es la que le pone chispa a nuestra vida”. La conoció en el activismo LGTBIQ+, junto a otras personas que hoy están muy cerca de su familia. Se hicieron amigas en un momento en que las dos se necesitaban, terminaron enamorándose, compartiendo las malas noches, las noches de fiesta, los días grises y los días de arcoíris.

El otro lado del activismo para ella es Pasos, el grupo de protección animal al que pertenece Glenda y al que dedica una parte de su tiempo y sus ingresos. Como tiene a Cuco, la llaman a todas horas para que recoja a algún animal abandonado, enfermo o perdido.

Gracias a Pasos su familia se ha hecho más grande. Un día la llamaron para que recogiera a un pastor belga Malinois que nació ciego. Hay quien cruza los perros para venderlos sin importar que sean consanguíneos y que esto traiga problemas a algunos cachorros. De una camada grande, nació Zatoichi. Iban a sacrificarlo porque nadie pagaría por un perro ciego. Pero lo rescataron. El plan era tenerlo con ellas un tiempito hasta que un amigo canadiense entrenador canino que tenía experiencia con animales ciegos lo educara para darlo en adopción. El perro fue entrenado con éxito, pero Glenda se enamoró de él y después del tiempito previsto dijo: “Na’, este perro no se lo voy a dar a nadie; este perro es mío”. Y ahí anda ella, siendo los ojos y el alma de su Zatoichi.

Glenda y Zatoichi, en su lugar favorito
Glenda y Zatoichi, en su lugar favorito. Foto: Jorge Ricardo.

También hay dos gatos en la casa, ambos son de su novia, Lisy. Los felinos Tomás y Poe completan la familia diversa de Glenda. Lisy siempre quiso tener un gato siamés y un día llamaron a Glenda para que fuera a rescatar a un gato viejo. ¡Era un siamés! Estaba golpeado, flaco, tenía como 12 años, se le habían caído los dientes y tenía los músculos de las patas traseras atrofiados. Pero Poe fue un hermoso regalo para Lisy, que pudo ver su sueño cumplido. ¡Al fin podría tener un gato siamés!

Hace unos días que Poe está perdido. Estaba bajo tratamiento médico para una bronconeumonía. Quizá desde que Glenda y Lisy lo encontraron, Poe ha vivido los mejores tiempos de su vida. Tal vez aparezca pronto, o tal vez se escondió para morir lejos de casa, como hacen misteriosamente los gatos.

Ella sabe que Cuba tiene que mejorar en cuidado animal; aunque exista una Ley queda mucho por cambiar. Y ese cambio empieza en la infancia. Por eso en la guardería que proyectó con tanto cuidado hay una gata comunitaria que se llama Isla y convive con los pequeños de forma armoniosa. Muchas veces llevan animales para que los niños interactúen con ellos y se fomente el amor y el respeto.

A Glenda le brillan los ojos cuando habla de sus niñas: Emma y Lena. Le gusta decir que no se parecen en nada, aunque se visten igualito y son de un colibrí las dos alas. Por dentro, dice, son muy distintas. “Me recuerdan mucho a mí y a mi hermana”. Pero Glenda sabe que el mundo ha cambiado y por eso ha querido darles a sus hijas una crianza diferente a la que tuvieron ellas. “Quiero que mis hijas sean capaces de ponerles nombre a sus sentimientos. Quiero que ellas puedan decir: ‘siento angustia, siento miedo, siento alegría’”. Y en ese camino de crecimiento y sinceridad, también ella se ha vuelto más grande y más empática.

Sus hijas han crecido junto a su gran sueño, que es La Isla de los niños. Estudiar la obra de María Montessori ha sido un camino de ida y vuelta, el deseo de un futuro mejor para sus hijas y para otros niños. Sobre sus estudios, sus dudas y sus experiencias como madre se han levantado las columnas de la guardería. En esa arquitectura invisible está la fortaleza y la hermosura de este proyecto suigéneris.

El amor de sus hijas, iguales y diferentes. Foto: Jorge Ricardo.
El amor de sus hijas, iguales y diferentes. Foto: Jorge Ricardo.

Emma y Lena, cuyos nombres están tatuados en el muslo de su madre, son niñas privilegiadas. Pueden ser libres, pueden correr descalzas, se caen y se levantan solas, saben pedir perdón cuando lastiman a alguien. Su libertad está en que un día van a kárate y otro día a clases de ballet, sin que nadie les diga las hembras bailan y los varones se fajan. Son niñas con suerte, porque cuando quieren un traje de cosmonauta, su madre no lo compra ni se lo manda a pedir a la familia de afuera: ella misma se lo hace de papel maché. Y las pequeñas ven cómo, cada día, va haciéndose realidad el traje que anhelaban y participan del proceso y discuten sobre el diseño, los colores y las formas.

Las hijas de Glenda seguirán creciendo entre la Cuba dura de hoy y el microcosmos que es La Isla; entre niños y niñas de diferentes colores, procedencias, nacionalidades, idiomas, condiciones y capacidades. Seguirán creciendo libres entre el amor de su padre, nacido en Alemania y radicado en Cuba, y el amor de su mamastra nacida en Guantánamo. Se harán chicas más cultas entre las tradiciones germanas de Max y Moritz, de Wilhelm Busch y los cuentos de Deshojando margaritas (historias de muchachas complicadas), del guantanamero Eldys Baratute. Y su madre estará siempre en el centro de esas influencias velándoles el sueño y alentándolas a volar cada vez más alto.

A Glenda no le gusta alardear de lo que hace por los animales ni por las familias. Ella sigue la máxima de un profesor que tuvo cuando estudiaba medicina que decía: “En la vida uno es tortuga o es gallina. La gallina pone un solo huevo y todo el mundo se entera, pero nadie se entera de la cantidad de huevos que pone una tortuga. Uno decide qué quiere ser”. Ella ha decidido ser tortuga.

Es una mujer a la que le gusta más la belleza exuberante e incómoda de monte que la cómoda bonitura de la playa. Quizá por eso prefiere tener una Isla de los Niños y no un parque inflable, o una venduta de comida chatarra. Y cuando le preguntas si quiere irse de Cuba, responde con otra pregunta: “¿Para qué y para dónde?”. Si aquí está su lugar favorito en el mundo. Debajo de la mata de mango, en la acerita, frente al edificio blanco de ventanas verdes. Allí se sienta a cada rato, cuando no hay mucho sol, y mira el sueño compartido entre ella y su hermana hecho realidad.

 

Salir de la versión móvil