“Hay que ver que lo rápido que se mueve en la cancha esta chiquitica, es una ardillita.” Así decía Julita Osendi cuando llegaba al tabloncillo del Cerro Pelado y se encontraba a una de las más pequeñas jugadoras de la selección nacional de baloncesto intentando cualquier diablura con la pelota y corriendo de un rincón a otro.
Con el tiempo, aquello de “Ardillita” fue cuajando, hasta quedarse para siempre como el sobrenombre de Licet Castillo Iglesias (Pinar del Río, 1973), quien, en efecto, era muy ágil, sobre todo para escapársele a la mismísima Julita Osendi.
“Yo siempre fui muy escurridiza, muy tímida para las entrevistas y las cámaras. Veía entrar a Julita y me ponía a velarla para que no me pillara. Lo mío fue siempre jugar baloncesto, nunca estuve pendiente de que me entrevistaran o no”, recuerda Castillo, una de las jugadoras que marcó una época con el equipo nacional gracias a su despliegue y energía sobre la cancha.
Y en efecto, como una mujer trabajadora a la máxima capacidad podría definirse a Licet Castillo, quien no tuvo claro de inicio sus intenciones de practicar baloncesto. De hecho, realizó varios intentos en el atletismo y en la gimnasia rítmica, hasta que su hermano fue seleccionado para entrar en la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE) y entonces se enamoró del deporte de los aros y las canastas.
Sin saberlo, estaba entrando por un camino repleto de éxitos, con dos títulos panamericanos, dos centroamericanos y un inigualable bronce mundial en la cita del orbe de 1990, en Malasia. Fueron años gloriosos, de una consistencia en los deportes colectivos que, ahora mismo, casi que forma parte de la historia antigua.
“O todos los entrenadores se han ido al exterior a trabajar o no hay el mismo interés que existía antes”, dice Castillo en exclusiva con OnCuba, hablando sobre el estrepitoso descenso de los deportes colectivos en la Isla, incluyendo, por supuesto, el baloncesto.
“Cuesta muchísimo ver un atleta que salga de su provincia trabajado técnicamente como antes. Los recursos no son los mismos, aunque antes no había mucho, pero sí lo básico para poder entrenar, sobre todo balones. Y otra cosa, la mentalidad es diferente. Antes un atleta salía y le pagaban dos dólares diarios, regresaba contento, feliz y continuaba aportando con las mismas ganas.
“Ahora hay muchos que tienen hasta la posibilidad de tener un contrato en el exterior, de que su rendimiento individual sea el óptimo, y cuando llegan aquí no les interesa siquiera jugar su categoría por la provincia. Eso es muy lamentable, de verdad. Se perdió completamente el amor a la camiseta y la reestructuración actual no la entiendo. Se han eliminado muchas categorías”, asegura Licet, a quien le ha tocado vivir de cerca los despropósitos de la organización del deporte en Cuba.
“Te pongo un ejemplo claro: mi sobrino practica béisbol y me dice que actualmente no entran a formarse a las Escuelas de Iniciación Deportiva (EIDE) hasta noveno grado, pese a que tienen sus proyectos y sus áreas. Si esto no cambia, la calidad en las disciplinas colectivas seguirá mermando. Tú debes recordar que nosotras con la banca le ganábamos a equipos como Puerto Rico o Argentina con diferencia de 40 y 50 puntos, y ahora cuesta un trabajo enorme lograr un buen resultado.”
Los inicios y el boom
Pero hay un largo camino entre todos esos triunfos y los inicios en el deporte de una niña que, con solo 10 años, llegó a su primera competencia internacional, en República Dominicana.
“Te confieso que no se me olvida nunca cuando me monté en aquel avión. Me preguntaba a mí misma que hacía allí, aquellas nubes, uff. La experiencia fue muy bonita. Alcanzamos el segundo lugar y me premiaron individualmente. Te aclaro que yo nunca jugaba para alcanzar reconocimientos individuales porque me lo enseñaron desde pequeña. Soy muy reservada en ese aspecto”, rememora Castillo, quien desde esa primera experiencia vivió un ascenso meteórico.
Con 14 años cumplidos, ya la pinareña formaba parte de la preselección nacional, aunque por su edad debía estar en Juegos Escolares y campeonatos juveniles. Licet no sabía muy bien cómo había llegado tan lejos, ni pensaba demasiado en si era seleccionada para un torneo internacional o no; su sueño era jugar baloncesto y nada más, y lo estaba cumpliendo por el simple hecho de estar allí.
Pero transcurrió poco tiempo para que saliera a relucir su competitividad y, con ella, surgieran nuevas metas en el horizonte. Sin que se le subieran los humos y sin pretender dar pasos agigantados, intentó cumplir objetivos paulatinamente. Su máxima prioridad era mantenerse en la preselección, y después pelear hasta las últimas consecuencias por estar siempre en el plantel de 12 jugadoras convocadas a cada competencia.
“Cuando hice equipo al Mundial de Malasia pensé que, aunque me tocara ser el último cambio en mi posición, haría todo lo posible por jugar y ayudar. Yo entrenaba para ser titular, era lo que quería y así fui escalando poco a poco, empujando con mi mentalidad y mi concentración”, relata Licet, quien finalmente no vio acción en aquel torneo.
Sin embargo, la vueltabajera estuvo siempre disponible para apoyar a sus compañeras cuando estaban peleando en la cancha, refrescarlas en el banquillo… Toda aquella experiencia tuvo un gran significado, pues comprendió que el esfuerzo colectivo surtía efecto, en este caso, con una histórica medalla de bronce, la única que ha conseguido el baloncesto femenino cubano en Copas Mundiales.
La época dorada
Los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 y Sydney 2000 fueron otros dos episodios inolvidables para la talentosa pinareña. En la lid española, Cuba quedó cuarta, pero en la mente de Castillo aquel torneo se saldó con una medalla, particularmente en el orden individual, pues llegó allí como último cambio y terminó jugando titular. “Marcaron mucho mi carrera esas Olimpiadas”, asevera.
Después vino una etapa plagada de triunfos, con los títulos centroamericanos en Ponce 1993 y Maracaibo 1998, la inclusión en el Top-8 de los Mundiales de Australia 1994 y Alemania 1998, o el cetro en el torneo FIBA Américas de 1999 en La Habana, al cual Cuba llegó con una sequía de diez años sin subir a lo más alto del podio.
“Imagínate. Creo que fue la primera competencia oficial que jugué en Cuba y el saldo fue sensacional. Siempre fue mi sueño jugar ante mi pueblo y se cumplió. Para mí tiene un gran valor el hecho de que nuestros seguidores quedaran complacidos con el resultado”, revive Licet.
Ese 1999, además, marcó el regreso de Cuba a lo más alto del podio en los Juegos Panamericanos de Winnipeg, donde Castillo disfrutó a lo grande, aunque con dolor. La trayectoria de una atleta, como la vida misma, está plagada de contratiempos y retos extremos, y ella lo experimentó al jugar en la urbe canadiense con su rodilla izquierda en muy mal estado.
“Me había hecho infiltraciones, descalcificación, de todo, pero no resolvía. En ese entonces, todavía se jugaba a dos cuartos de 20 minutos. Me infiltraban dos veces en el primer cuarto y dos en el segundo, imagínate, durante siete u ocho partidos. No obstante, gracias a los entrenadores pude terminar muy bien esa competencia y con una medalla de oro muy especial, porque desde 1979 Cuba no ganaba”, relata la vueltabajera.
Un capítulo desconocido
Sin dudas, esa corona en Winnipeg, la incursión en los Juegos Olímpicos de Barcelona y Sydney (donde terminaron novenas) y el nacimiento de su hija en el 2001 —algo que también cataloga como una verdadera medalla—, son los momentos cumbres de su vida.
Sin embargo, no puede evitar comentarme sobre los más amargos y que le han marcado heridas que aún no cicatrizan del todo. “Mi momento más triste tiene que ver con los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. Ese año, habíamos hecho una gira por unos cuantos países y yo estaba muy bien preparada. Llego a Cuba y me dan una noticia terrible: había dado positivo a una prueba antidopaje de testosterona que nos habían hecho antes de irnos para Grecia.
“Eso nunca lo había contado y lo hago ahora porque el que no la debe no la teme, y yo pude demostrar que no era cierto. Imagínate que la cantidad que me salía a mí era superior a la de un hombre, tenía que ser inyectada y te confieso que cada vez que yo veía una jeringuilla por una vacuna o un análisis, la escena que montaba era terrible.
“Como te dije, mis entrenadores sabían que no era cierto que yo tuviese esa cantidad de testosterona en mi cuerpo y decidieron hacerme otra prueba. Me dijeron que, si daba como resultado 0,0 yo me iba sin ningún problema con el equipo. Las muchachitas partieron a las ocho de la mañana y el resultado de la prueba llegó a las 8:30, efectivamente con 0,0.
“Me costó mucho trabajo asimilarlo y me preguntaba a cada minuto por qué me estaba sucediendo eso a mí. Cuando regresó el equipo de la Olimpiada mis propósitos eran demostrarles a todos que yo no necesitaba de ningún medicamento para tener buenos resultados en mi juego.”
Rumbo al profesionalismo
En algún punto del 2005, Licet Castillo decidió no continuar jugando. Tenía 32 años, pero una segunda intervención quirúrgica y experiencia fallida en un contrato en Rusia la llevaron a tomar ese camino.
“Después de la operación ya yo no quería regresar, pero me convencieron. Vino una entrenadora rusa que pretendía que yo jugara allá y me fui al torneo de clubes campeones, preparada para quedarme una temporada. Lo que en esa competencia me ponían solo 20 o 30 segundos finalizando los cuartos. Las jugadoras de otros países me preguntaban por qué no me ponían a jugar. Yo sólo les mentía diciéndoles que estaba lesionada de una rodilla”, recuerda Castillo.
Ella nunca entendió por qué la estaban subvalorando, por qué no la tenían en cuenta para ser de las protagonistas. Se hacía mil preguntas y dentro de tantas posibles respuestas, no podía concebir que le estuviesen considerando una veterana. Licet Castillo vive convencida de que a ella nadie le regaló nada; todo lo fue logrando a base de esfuerzo y mucho sacrificio.
“Cuando me bajé del avión, le dije al comisionado Pepe Ramírez que no continuaría. Juro que nunca tuve intención de dejar el equipo antes, ni mucho menos jugar por mi cuenta. Sólo le dije que había escrito mi historia con mucho trabajo, sacrificio, esfuerzo y dedicación, y nadie podía venir a tirar eso por el suelo. Entonces lo dejé. Eso fue lo que sucedió. Hasta hoy yo no había hablado de ese tema”, relata.
Pero lo que se suponía como un punto y final, terminó siendo solo una pausa en su carrera activa. A los dos meses de regresar de Rusia, recibió una llamada de un entrenador húngaro, proponiéndole jugar en su equipo. Ya había tomado la decisión de alejarse de las canchas por las decepciones antes expuestas, pero sintió que se trataba de una propuesta diferente.
“Yo siempre me trazo metas. Por ejemplo, soñaba con jugar la WNBA y no pudo ser. Cuando llegué a Hungría, dije que mi meta sería jugar en España porque para mí era la mejor liga. Así fue. Esperé tres años con mucha paciencia, compitiendo entre Hungría y Croacia, y en 2008, cuando Hungría pasa a ser parte de la comunidad europea, se me hizo más fácil dar el salto a España”, explica.
Para ese momento, ya habían quedado atrás sus 15 años en la selección nacional cubana. Licet se adentró de lleno en el profesionalismo, un mundo hasta cierto punto desconocido, en el cual aprendió y creció enormemente como jugadora.
“Fue mucho tiempo en el equipo nacional y yo quería probarme ya en otros países. Lamentablemente no me daban nunca la oportunidad hasta que me salí en 2005. De entrada, no me fue difícil, la verdad. Y te puedo decir que me sentí hasta más madura y segura en el juego. Era, por supuesto, otro nivel. Sí te digo que cambian muchas cosas, pero para bien. Me costó un poco más en los cambios, por ejemplo: nosotros somos más de lo físico, velocidad, y en Europa el sistema es más pausado y con el uso de la inteligencia.
“Ahora, ten por seguro que ser profesional implica responsabilidad, sacrificio, disciplina, compromiso y constancia. Creo que todos estos requisitos ya yo los tenía desde que salí, por eso el cambio para mí no fue un problema, pero te das cuenta de que el trabajo del entrenador, los atletas, la forma de pensar de un equipo, cómo hacer los estudios a otra selección, la pretemporada, todo eso es completamente distinto a lo que estabas habituado.”
El adiós definitivo
Licet Castillo no hizo otra cosa que jugar baloncesto durante tres décadas. Su liderazgo y capitanía en la selección nacional de Cuba fueron un aval importante antes de dar el salto al profesionalismo, en el que brilló con luz propia en ligas de Hungría, Croacia, España o Alemania, hasta su adiós definitivo a las canchas con casi 50 años de edad.
“Yo recuerdo que cuando jugué en España con el Ensino Lugo, el resto de las jugadoras me decían mamá, abuela y cosas así. Yo no me molestaba para nada, porque sentía que yo era como un reflejo para ellas. Incluso las mortificaba siempre diciéndoles que ojalá pudieran llegar con 43 años hasta donde yo llegué”, asegura Castillo, quien insiste en que no hay nada más que trabajo como sustento de su longeva carrera.
“Te aseguro que no hay magia. Lo único que hice en mi vida fue jugar baloncesto y cada vez que pisaba un tabloncillo lo hacía con mucha ilusión. Iba a entregarme, a darlo todo, así me pusieran un minuto a jugar, pero para eso me preparaba muchísimo. Eso sí, me cuidaba al detalle, desde la alimentación hasta mis horas de descanso. Y otra cosa, desde pequeños la base deportiva que teníamos era muy buena. Como bien tú conoces, por situaciones diversas que ocurren en Cuba, nuestras selecciones no viajan mucho y es prácticamente un año entero haciendo físico. Creo que son esos factores, los claves que determinaron mi permanencia tanto tiempo en la cancha”, explica Licet, quien cerró definitivamente su etapa deportiva hace poco tiempo.
“En 2017, ya había tomado la decisión de no jugar más, no por problemas físicos ni limitaciones por la edad, sino por la necesidad que tenía de estar cerca de mi familia. Pero se dio la oportunidad de participar en la Segunda Liga femenina en España, en la cual me fue muy bien esa temporada. Pensé en seguir y es cuando me contactan de Alemania, donde ya había jugado.
“Me preguntan que si estaba en disposición de incorporarme en enero del 2018 para ayudar al equipo. Ellos habían comenzado la Liga pero también habían concluido los fichajes y me necesitaban para esa fecha. Sucedió entonces que mi padrastro presentó problemas con su salud y yo no quise que mi madre enfrentara sola esa situación. Hablé con el club y ellos estuvieron de acuerdo. Yo había firmado el contrato y me quedé en Cuba ese año. Más tarde mi mamá atravesó por una enfermedad terminal. Entonces me dije que las cosas suceden por algo y comprendí entonces que era la hora de terminar”, asegura.
Como toda persona que ama con creces algo en la vida, Licet no podía apartarse tan fácil del deporte que tantos momentos brillantes le regaló. Antes del retiro, ya estaba entrenando equipos infantiles en España. En Cuba, colaboró de alguna manera con algunos recursos que hacían falta en la provincia y aportaba consejos al equipo pinareño, aunque de manera directa no estaba incluida en el cuerpo de dirección. Claro, también la situación que atravesaba con su mamá le impedía comprometerse más y ya en 2019 llegó la pandemia y no se pudo hacer más.