Espero al escritor cubano Marcial Gala en la boca de la estación Callao del Subte D en Buenos Aires. Antes de conversar sobre Intensos compromisos con la nada, su novela premiada por la Revista Ñ, y de próxima edición, debe hacer una gestión en una oficina cercana. Ñ creó el premio por su quince aniversario y Marcial resultó ganador, de forma que no solo se ha convertido en el único cubano en obtener un importante premio literario en estas tierras, sino que su nombre y biografía resuenan por estos días en los medios. “Fui un privilegiado. Tengo el honor de ser el primer Premio en la Ciudad de Buenos Aires, una ciudad que me encanta”, dirá en unos minutos, sentado en Clásica y Moderna, uno de los cafés emblemáticos de esta urbe llena de cafés.
Lleva cuatro años Marcial Gala en Buenos Aires y ha visto cada uno de sus costados. También ha comprendido que Argentina es un territorio dispar, que el norte es una cosa y el sur otra. Tal diversidad resulta visible incluso en el corazón de su urbanidad, por donde ahora nos movemos.
El día antes, por estas mismas calles vio a una mujer sentada en la acera con una niña en brazos. La niña, de apenas un año, lloraba mientras la mujer, con un brazo extendido pedía dinero para mantenerla. Como llevaba encima cincuenta pesos Marcial Gala se metió una mano al bolsillo y entregó el billete a la mujer. “No porque me crea Cristo”, advierte, “sino porque en esos momentos podía dárselo. Ahí me di cuenta de que esa niña había nacido con las cartas marcadas. La vida puede ser muy dura si naces con las cartas marcadas”.
Cruzando un paso peatonal, Gala se anima a conversar: “La última novela que terminé, la comencé en Cuba, me había dejado bastante satisfecho, fue Rocanrol. Trata de dos familias de cubanos y repasa la historia reciente de Cuba, desde el 56 hasta los años noventa. Lo que une a estos cubanos es el amor al rocanrol y que los dos protagonistas están pasando el ejército. Peter Kiss, el seudónimo que usa uno de estos protagonistas, es un muchacho con todas las condiciones para estar en el ejército y sin embargo decide que, aun a costas de su propia cordura, iba a hacer todo lo posible por no pasarlo. La novela se desarrolla en los años ochenta. Hay saltos temporales y esas cosas en la narración”.
“Intensos compromisos con la nada viene siendo como un espejo, porque es un chico con una relación especular, en el sentido contrario. Es un transgénero que se cree Casandra en otra vida. No tiene ninguna condición física para estar en el ejército, pero quiere regresar al pasado, a lo que antiguamente se conocía como el viejo mundo, para morir; porque al ser Casandra necesitaba reintegrarse al paso de los tiempos. En todo momento el personaje le habla a Zeus, es como si Zeus le hubiera pedido un informe. Aunque no tenga nada que ver, quizá recuerde un poco a Informe contra mí mismo. En este caso el personaje le responde a Zeus, quien debe haberle hecho la pregunta de: ̔A ver, Casandra, cuéntame esa parte de tu vida que yo no la puedo entender̕. Se supone que Zeus vive en el Olimpo y ella le cuenta esos 17 años que vivió cuando era un joven cubano llamado José Raúl Iriarte, que fue a morir a Angola, y cómo esta discontinuidad entre su condición de mujer presa en un cuerpo de hombre lo condenó a pasar tantas cosas. La novela puede tener un trasfondo político, o sociopolítico, pero sobre todo es una indagación acerca de lo que es el ser humano.”
Marcial Gala dijo todo eso en el trayecto de tres cuadras, y temo no vuelva a repetir la idea durante la entrevista, por eso debo advertir que mejor espere a que estemos en el café para entonces prender la grabadora y que no se le escape nada a mi mala memoria. “Claro”, responde, y nos detenemos en la esquina, porque hemos llegado al sitio adonde quiere ir.
Entramos y voy directo a un asiento. Marcial saca un turno en la máquina, pone su mochila al lado mío y se queda parado en medio del pasillo. Enseguida ve su número en la pizarra. Avanza y se pierde de mi campo visual. Veo que otros clientes realizan el mismo procedimiento, llegan, entran a la zona donde ha entrado Marcial y enseguida salen; pero, él demora tres, cinco, ocho minutos. El lugar es pequeño y logro escuchar lo que se habla. Alguien repite: “Premio Ñ, premio Ñ”. Pasan dos, tres, cinco minutos más.
Marcial Gala aparece, ahora acompañado de un funcionario. Tal vez como junto a mi asiento permanece su mochila ha dicho: “Enséñale el periódico”. ¿Periódico?, pienso, pero Marcial ya ha dado una zancada y está con la mochila, abriendo un zíper. Saca un macuto doblado en dos, y: “¡No!”, exclama el ejecutivo, hombre de unos cincuenta años. “No”, repite mientras observa la página. En la portada de la edición del jueves 1 de noviembre de 2018 hay una imagen donde los jugadores de Boca festejan su triunfo. El titular: “Boca y River jugarán una final histórica por la Copa Libertadores”.
Pero a Marcial no le interesa eso, no ahora, y esa es la imagen en la que se ha detenido el ejecutivo para con tono sarcástico decir su: “¡No!, ¡no!”. Entonces mira arriba, donde un dedo de mi coterráneo se ha posado imperativo. Es él mismo quien está allí, posando, junto al Premio Clarín de Novela de este año, el mendocino José Niemetz. Ambos miran a la cámara, y sus imágenes recortadas casi son tocadas por el cabezal del periódico Clarín.
Marcial Gala es un negro de 1,80 centímetros de estatura, casi siempre lleva saco sobre pulóver, que puede enunciar algún tipo de mensaje. El de hoy dice: “Barcelona”. A su imagen de los últimos tiempos, periodo que se acerca a los cuatro años y que parte de ellos se circunscribe a una residencia en la zona bonaerense de Vicente López, le ha sumado una gorra bolchevique. Indudablemente es diferente al que se movía antes por La Habana o Cienfuegos el Marcial Gala que escribe en territorio austral y que, luego de un continuado laboreo literario es noticia en un país donde se lee con gusto y pasión la literatura cubana, desde Carpentier hasta Padura, de Arenas a Wendy Guerra. En Argentina lleva una buena racha de novelas escritas y publicadas con exitosa recepción, aunque la creación de cuentos y poesías se le resisten por aquí. “Mira, después que no vivo en Cuba se me ha hecho bastante difícil escribir poemas y cuentos. Escribí un poema, pero todavía no he podido escribir un solo cuento.”
En 2015, llegado de Cuba, donde era ya conocido por haber merecido premios nacionales de importancia que le habían ganado el reconocimiento de la crítica, Ediciones Corregidor publicó su novela La Catedral de los Negros. Desde entonces su nombre se encuentra en paneles durante la Feria del Libro de Buenos Aires, participa en congresos en otras provincias del país y sus lectores siguen en aumento: “Creo que la Editorial Corregidor hizo un esfuerzo muy lindo al publicar La Catedral de los Negros. Entre María Fernanda Pampín y Nicole Witt, mi agente literaria, lograron que la novela pudiera ser publicada en los Estados Unidos.”
Después de larga espera, escucho que por fin despiden a Marcial Gala. “Muchas gracias, te felicito”. Tres minutos después sale, satisfecho, o al menos tranquilo. No es mucho el tiempo que nos toma llegar a Clásica y Moderna, el café-librería de la calle Callao. Quiso él que hablásemos allí donde ambos indistintamente hemos vivido momentos especiales. En su caso, amigo de Natu Poblet, la dueña del establecimiento que falleciera el año pasado. “Fue una de las personas que me dio buena onda acá”, dice, y con el teléfono en una mano, a la espera de un café, continua: “La novela transcurre en Cuba y Angola; también quiere establecer hasta cierto punto un diálogo con una novela muy importante de un escritor angolano que es Angaluza, él escribió una novela que para mí es una joya, donde los cubanos aparecen de soslayo. Esa novela es Teoría general del olvido. Si en Angaluza lo más importante es el trasfondo angolano, en esta es el cubano, y Angola se ve de fondo. Es una novela que trata sobre la intolerancia, sobre la incapacidad de ponernos en el lugar del otro, sobre esa atmósfera tan opresiva que se vivió en Cuba durante los años setenta y ochenta, sobre todo para las personas que tenían otra orientación sexual.
Sin hablar de otras ideologías y filosofías.
Además.
Y, ¿dónde estabas en ese momento? En los días en que los muchachos eran enviados a Angola, ¿dónde estabas?
Estuve en la universidad. Y no fui a Angola cuando pasé el servicio militar porque ni a mí, ni a un amigo mío, nos llegó la chapilla, que era eso que te daban por si morías. Por eso pasamos el ejército en Cuba.
Entonces fue una salvación para ti, una señal.
Exacto.
En tu obra siempre la lectura, el libro, la literatura cobra una importancia capital para muchos de tus personajes, ¿qué sucede contigo?, ¿fue también una especie de salvación?
Está de tal manera unida a lo que soy que me es muy difícil determinar dónde empieza y dónde termina. Te lo digo con la mayor humildad, y sin pensar que mi literatura sea importante o que yo soy el mejor lector del mundo; hay gente que lee muchísimo más que yo. Pero, para mí, como para muchas personas, fue un refugio, como el Aleph de Borges, un hueco por el que veíamos otro mundo y nos hacía ver que las cosas no eran tan cómo nos las hacían creer. La Revolución cubana fue muy pacata desde el punto de vista moral, desde el punto de vista de las prohibiciones y esas cosas. Ante eso, la literatura te abría a un mundo; aparte, los libros en Cuba tenían mucho de arcano, conseguías uno prohibido y sentías que tenías una posesión deseada y querida.
Y la manera en que llegaba a ti podría ser hasta misteriosa, digo yo: buscabas a Onelio Jorge Cardoso en un puesto de libreros en La Habana vieja y de pronto te saltaba Vargas Llosa, o Solzhenitsyn…. Desde ese punto de vista, ¿cuál fue el primer libro que se puso en tu camino?
Sería muy difícil determinarlo, pero por algo esta novela tiene ciertas reminiscencias a La Ilíada, de Homero. La Ilíada fue muy importante para mí y para muchos jóvenes, fue la entrada a la poesía de muchos escritores. También lo fue No soy Stiller, del Max Frisch, el suizo, lo leí muy joven; La Guerra y La Paz, Cuentos completos, de Poe… Rayuela. Éramos lectores muy caóticos, que tal vez sea la mejor manera de ser lectores. En mi juventud temprana no había una guía literaria que te dijera esto es lo bueno y esto lo malo. Muchos escritores de mi generación nacidos en los años sesenta, mitad, no teníamos ninguna idea de la gran literatura cubana, más allá de Carpentier y Guillén.
Ustedes comenzaban a tener una noción de lectores en el Quinquenio gris, plenos años setenta, principios de los ochenta.
Sí, muchos escritores estaban suspendidos.
Demasiados rusos en librerías.
Clásicos y soviéticos.
Ni soñar con publicar sobre estos antihéroes o héroes distintos que te interesan a ti en la literatura.
Sí, héroes distintos… Sin embargo, se imbrican con los temas de otros escritores cubanos que tenían una visión distinta del ser humano.
Una visión más completa, pienso yo.
Completa, sí. La debilidad por la fuerza, por ejemplo. Este Raúl Iriarte que aparentemente parece tan poco cubano está inspirado en muchas cosas. Una de las cosas que a mí me inspiró es una foto que vi en Internet. Aparecen cinco veteranos. Está el clásico militarote cubano, con un bigote grande, un casco. Están los soldados, algunos negros, jóvenes, inocentes. Detrás de todos ellos hay un personaje tan frágil que parece imposible, la ropa le queda grande y mira a la cámara con una melancolía tremenda. Esa foto la utilizo en la novela. Hay un momento en que después de una acción combativa satisfactoria para los cubanos, Raúl Iriarte, con su pie enfermo, va al sanitario y allí ve un ejemplar del periódico Granma. En ese ejemplar se ve a sí mismo, ve esa foto.
El tema de Angola es un asunto en cuestionamiento perpetuo, recuerdo algo que dijo Padura recién y produjo mucha polémica. Esta posibilidad te puso a pensar antes de escribir.
No, me parece que el trabajo literario consiste en concentrarse en lo que uno quiere decir, sobre todo pensar que la literatura es entretenimiento, que es también esencia, pero esencia para un fin artístico. No quise hacer una novela para determinar el número de muertos o para saber si fue buena o mala. Creo que, como todas las cosas, fue mitad buena y mitad mala. Sobre todo, trata de la circunstancia de este hombre en un mundo patriarcal, un mundo donde ser homosexual era ser un no-persona, así me preguntaba qué podría significar ser un transgénero, que iba más allá.
Publicaste por primera vez como a los treinta, desde entonces lo has hecho con cierta asiduidad. Ahora, haberte radicado en la Argentina y haberte convertido en otro de los tantos escritores cubanos que desarrollan su obra fuera de la Isla, en el exilio, o como quiera que pueda llamársele, ¿qué implicaciones ha tenido en tu poética o en tus búsquedas conceptuales?
Yo escribía en un cubano muy cerrado. La Catedral de los Negros y Sentada en su verde limón, las dos novelas publicadas acá, están escritas en un cubano tan cerrado que quizá por eso disfruten tanto de la musicalidad, del cienfueguero, si es que se puede hablar de un dialecto cienfueguero. La traductora de La Catedral de los Negros, que pronto va a salir al inglés en la prestigiosa editorial Farrar Straus and Giroux me hacía preguntas sobre cuestiones que eran difíciles traducir.
La novela se presta mucho para la experimentación con el idioma. Pero, para mí, Argentina ha sido una tierra muy fecunda en la novela, he podido trabajar de manera muy rápida. Ponte a pensar que vine con Rocanrol, que debe salir para la Feria del Libro, por Corregidor. Terminé Pulsión, y terminé Intensos compromisos con la nada, la novela de la que estamos hablando. Sin perder la esencia del cubano, el lenguaje se ha hecho un poquito más universal.
Sigo siendo un escritor que escribe en cubano, y no tengo intención de escribir de otra manera, a no ser que sea una historia que se desarrolle en otra época. Una de las pequeñas deudas que tengo conmigo es una novela sobre este gran poeta alemán, Ulirch de Hutten, contemporáneo de Martin Lutero, caballero, soldado, poeta… Muy interesante. De él escribí un cuento que se llamaba “1492”, cuento en el cual tenía cifradas muchas esperanzas, por eso te digo que esto de los premios es muy coyuntural. Hay que ser muy tonto para ensoberbecerse con un premio. Ese cuento que me dio muchísimo trabajo, lo mandé al Premio La Gaceta de Cuba y se fue en blanco. Después vi la devolución de uno de los jurados, y fue magnífica. Pero una de las cosas buenas que tienen un premio es que el dinero te puede ayudar a escribir otro libro, y quizá pueda empezar a escribir esta novela, no con prisa.
Yo soy un escritor de apuro, quizá en mi novelística se note. Muchas cosas que he escrito están signadas por la premura, por la necesidad de subir un peldaño en lo literario. Esa prisa me ha sido beneficiosa; pero, con más edad y otros deseos prefiero darme un tiempo y pensar más esta novela, quizá ir por los lugares en los que estuvo. Te preguntaras: “qué raro que un escritor negro cubano quiera escribir una novela sobre un poeta alemán de los años de La Reforma”; pero es lo que hacen continuamente los europeos. Van a nuestros países y toman nuestras historias, las rehacen y deshacen. Trazarme esta novela parte de eso también, de pensar que el acervo es de todos. Y la literatura es sobre todo retos.
Otras de las cosas que haces en la Argentina para vivir son los talleres o clínicas literarias. En ellas, ofreces herramientas para la escritura y promueves la literatura cubana. ¿De quienes hablas en tus clases?, ¿qué cubanos son importantes para ti y están presentes en esos talleres?
Una de las cosas más lindas que tiene un premio es que, debido a la repercusión puedes hablar de otros escritores. Muchas veces, por una cuestión de mezquindad, o de olvido o lo que sea, muchos escritores cubanos, que tienen la posibilidad de hablar de lo que se hace en Cuba, callan o mencionan un nombre o dos. Cuba es un país fecundo en arte y literatura. Si me dijeras ahora que mencionara una lista de escritores cubanos empezaría por Ena Lucía Portela, una novelista de incalculable valor, seguiría con un escritor como Alberto Guerra, con su novela La soledad del tiempo, que es una novela muy buena; hablaría de Antonio José Ponte, sus cuentos y ensayos que son tan interesantes; seguiría con Emerio Medina, que ha ganado muchos premios buenos en Cuba y que recuerda mucho a Carpentier; Ronaldo Menéndez, con sus cuentos y sus novelas; Karla Suárez… En Cuba hay escritores jóvenes de gran calidad. Está un escritor que vive en Argentina, Jorge Luis Arcos, gran poeta y ensayista. Escritores de Cuba hay muchos que no tienen la difusión que se merecen.
¿Crees que su difusión ha estado condenada por la política, por el hecho de vivir en Cuba? Y, también en el caso de los que viven allí, ¿por poca presencia en los medios de prensa cubanos?
Mira, aquí he tenido la suerte que no he tenido en Cuba, porque a pesar de ser Premio Nacional de la Crítica y Premio Alejo Carpentier apenas me entrevistaban. Aquí me han entrevistado los principales periódicos, pero hay una característica común, te preguntan siempre sobre la realidad de Cuba. Aunque tu novela trata del tema más fantástico posible es así. Eso se entiende, pero cuando ves que el cintillo del periódico habla más bien de tu condicionamiento político se hace extraño; más en el caso mío, que soy un escritor negro y debo responder sobre racismo y eso. Lo entiendo, pero yo soy más bien un escritor de lenguaje, un constructor de ficciones. En mis novelas hay muy poco realismo, en La Catedral de los Negros los fantasmas están presentes; Sentada en su verde limón es una novela de fantasmas, Kirenia está muerta desde el principio. Y esta es una novela de una subjetividad absoluta, narrada en primera persona por alguien que dice ser Casandra y tiene saltos temporales a la ciudad de Ilion, de Príamo; están Héctor y Aquiles, nunca sabes si son sueños o una realidad. Para mí lo fantástico es muy importante.
¿Y qué explicación te has dado para que así siga sucediendo?
Cada vez estoy más convencido de que el mundo es mágico. No soy religioso, soy agnóstico, pero en el mundo hay mucha magia. El mundo tiene mucho de holograma, de simbolismo. ¿Qué es lo que diferencia a un gran futbolista de un futbolista mediocre, a un ajedrecista grande de un ajedrecista mediocre, a un escritor grande de un pequeño escritor, a un artista grande de un artista pequeño? La capacidad de descifrar los símbolos, de entender el juego, de decir: “Agarro por acá o por allá, hago esto o dejo de hacerlo”, de entender los símbolos. Es como que la realidad o lo que sea te está dando continuas señales, e interpretar los símbolos es fundamental. Esa frase tan antigua de Shakespeare en Hamlet: “Hay cosas en el mundo que tu filosofía no puede explicar”. Es una frase que, solo Shakespeare y dos o tres como él han tenido, es de una exactitud tremenda. No nos alcanza nuestro conocimiento científico para medir la magia de la realidad.
Esta pequeña novela es eso también. Es pequeña, tiene doscientas y pico de cuartillas, pero ambiciosa. Tiene mucho de filosofía del eterno retorno de Nietzsche, A Nietzsche siempre lo leí, y también tiene de Borges, por eso el exergo de la novela es “Como el caballo muerto que la marea inflige a la playa”, que viene del poema de Borges aquel, que dice: “el recuerdo de una antigua vileza vuelve a mi corazón como el caballo muerto que la marea inflige a la playa.” Eso de la marea que trae una cosa y vuelve a llevársela está muy presente en la novela, porque incluso aparentemente todo el rejuego e identificación de José Raúl González Iriarte, de esta Casandra, de este transgénero, empieza con una escena que, sin embargo, está al final de la novela, que es cuando ve un pedazo de madera en la playa. Según esta fantasía de la novela ese pedazo de madera cruzó los mares y los tiempos, quizá formaba parte del bajel de Ulises, de Odiseo, y seguro el pedazo de madera se volvió tan pesado que sobrevivió desde tiempos anteriores a Cristo, regresó, y de pronto él encuentra ese pedazo de madera, y encuentra un antiguo signo en él.
Es como en la película Ven y mira, de Ivan Klimov, una joya del cine. Al final el chico que perdió a toda su familia asesinada por los nazis encuentra un retrato de Hitler sobre la yerba y empieza a dispararle al retrato, pero en la medida en que dispara Hitler rejuvenece. Dispara y Hitler es un adolescente, como cuando estudiaba en la universidad e intentaba ser arquitecto; dispara y es más joven y vuelve a disparar y de pronto es un bebé y el chico no puede disparar más. O sea, que de cierta manera el mal tiene las de ganar, no tiene escrúpulos y no va a parar. El muchacho aquel al que las hordas de fanáticos creadas por Hitler mataron a su familia tiene el escrúpulo de no dispararle. En mi novela, a este chico, con esa cosa que tiene la fantasía, ese pedazo de madera lo lleva a su tiempo en que era la hija de Príamo, ya no es una joven presa en el cuerpo de un joven cubano, sino que es Casandra…
Eso tiene un poco el peso del isleño, cualquiera que viva en una isla puede ser con un trans, el tipo que ha vivido o vive preso en un cuerpo, en este caso la tierra de la cual no logra escaparse.
Exactamente. Esa cuestión de la soledad también presente en nosotros los cubanos, que es el miedo al vacío. Quizá por vivir en una isla, donde el vacío te rodea, vive uno asustado.
Y, sin café en las tazas y poco más que agregar, aunque siempre quede mucho por conocer, acabamos esta conversación.
Antes de irnos camino al fondo del café donde la librería. Marcial Gala quería unas fotos entre los libros y me puse en acción. En eso, alguien, como mala cara y tono, preguntó si habíamos pedido permiso. No sabía que un cliente tenía que pedir permiso para hacerse fotos aquí, dije y seguí disparando sobre Marcial. Después, al salir, hablamos del asunto. A Marcial Gala, con su carácter sereno y amable, le parecía increíble también. Pero existen circunstancias a las que nadie escapa por mucho mar o carretera que atraviese.
Marcial Gala nació en La Habana (Cuba) en 1965. Es narrador, poeta y arquitecto. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC. Premio Pinos Nuevos de cuento 1999. La Catedral de los Negros fue Premio Alejo Carpentier 2012 en el género novela y Premio de la Crítica a los mejores libros publicados en Cuba en el 2012. En la actualidad vive entre Buenos Aires y Cienfuegos. Ediciones Corregidor publicó en Argentina las novelas La Catedral de los Negros y Sentada en su verde limón.