Rigoberto Ferrera, el que hace reír, padece una enfermedad que le quitaría la risa a cualquiera y que lo envía temporadas completas al hospital. Con cada presentación firma su propia orden de ingreso, que cumplirá la doctora Leopoldina.
No debería estresarse, ni bailar, ni saltar, ni sufrir el calor de los teatros cubanos. Pero Rigoberto es un huracán en escena, un clown, como prefiere llamarse. La dermatitis atópica que lo lacera desde pequeño como herencia familia le produce una picazón insoportable, que no logra en él lo que en otros pacientes: alteración, irritabilidad, depresión, ansiedad.
–Ven a ingresar, que ya lo necesitas –le dice Leopoldina.
–Déjame terminar las funciones, y te prometo ir al hospital –contesta Rigoberto.
Y Leopoldina, aunque sea de otra opinión, lo deja actuar. Ya vendrá mañana, con toda seguridad.
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En el escenario, el invitado canta como un poseso en el concierto de la banda Interactivo. Es calvo, lleva espejuelos y se mueve por todo el escenario. Canta una popular canción de Bobby McFerrin de 1988. “Don’t Worry Be Happy”, corea el público. Es Rigoberto Ferrera, el humorista que ama cantar. Más bien, ama la música, en su sentido total.
“Tiene un gran talento, una musicalidad increíble. Lo que hizo con Leo Brouwer fue interesante. Conversamos mucho de música. Siempre lo alenté a que estudiará más en serio. Lo ayudo en cosas como corregir la posición de las manos”, dice Robertico Carcassés, líder de Interactivo, pianista y jazzista.
La música, casi más que el humor, es ahora la obsesión de Rigoberto; la que moviliza su esfuerzo varias horas al día.
“Yo quisiera que la gente amara la música cubana, ciento por ciento. Eso no lo puedo lograr, pero, ¿cómo puedo hacer que se acerquen? Haciéndolo en el escenario entonces”, dice.
Ha cantado en escena desde que comenzó con aquellos shows multitudinarios de principios de los 2000. Pero decidió que la música tendría un fin mayor, y por eso introdujo el piano en sus espectáculos humorísticos, entrando en un terreno desconocido.
“Lo del piano pudo ser mucho antes, en la academia. Pero aquí tienes que hacerte actor por tus medios. En mi época, a duras penas, un profesor de canto venía una vez al mes. Ganar aptitudes queda por ti”.
–¿Por qué quieres llevar la música al humor?
–La música es universal. Ya lo intenté en espectáculos como el Pianero Solitario. En la celebración de los 25 años de vida artística incluí algo también.
–Pero el piano te quitaría el movimiento. Te obligaría a estar quieto en los espectáculos.
–Sí. Es complicado para alguien que ha trabajado siempre con movimiento sentarse al piano, algo que no has estudiado realmente. Pero recibo clases de solfeo, busco cosas en internet, estudio todos los días. En estos momentos hasta me interesa más la música que el humor. Las primeras veces te tiemblan las manos, metes los dedos donde no va. Pero después empiezas a hablar con los músicos y tienes que hacerlo en el lenguaje de ellos, porque el lenguaje teatral no sirve para que entiendan lo que quieres. Ellos usan otros términos y por eso tienes que rodearte de buenos músicos que te den pequeños consejos, sabiendo que eres un actor, no un músico, que no estudiaste desde niño, que vas a usar el instrumento en función de lo que quieres hacer con él.
Rigoberto, el humorista exitoso, sintió con preocupación la llegada del hastío. Ocurrió un día de 2012, cuando visitaba Estados Unidos. No le bastaba con llenar los teatros y encadenar 27 funciones seguidas durante varios meses; con conducir Lucas, el programa televisivo del video clip durante años; con ser solo un actor que se atreve a cantar…
–¿Vas a evolucionar hacia la música totalmente?
–Al final no lo podré hacer nunca porque soy actor. Lo que me dejó de interesar un poco es el tipo de humor que venía haciendo. Siento que en Cuba estamos estancados, necesitamos competencia. Eso era lo bueno de los 90. En esa época se empezó a dar clases a los humoristas de teatro. Muchos provenían de otras carreras y no conocían de actuación; pero había motivación de hacer teatro dentro del humor, y eso generó espectáculos buenos. Pero cambió la situación del país, y eso afecta todo. El humor que se está haciendo actualmente, sin ser pesimista, está estancado. Por ejemplo, no he visto humoristas –con excepción de Pagola– que se tomen el canto en serio. Con excepciones, se desafina con mucha frecuencia.
–¿Entonces lo del piano va muy en serio?
–Hago ejercicios para liberar los dedos. Muchos ejercicios. Lo que no puede faltar todos los días son las canciones que ya sé, repetirlas. Yo tengo dentro de mi repertorio personal las canciones políticas que ya he hecho en el teatro y las otras, las baladas, que las canto para mí.
–¿Baladas humorísticas?
–No. Estas baladas las canto por el placer de cantar, pero uno no sabe el día de mañana… Son algunas que me interesa aprendérmelas y entonces las voy “fusilando” y después me las aprendo en inglés. Por ejemplo: tengo una canción de Rihana que se llama “Stay”, muy interesante. Fue la primera que me aprendí. Tengo una en forma de macht-up, estilo últimamente muy en boga, que es coger un acompañamiento de una canción, pero le puedes poner diferentes letras en la misma tonalidad.
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Puso el piano en su propio cuarto. Pasa horas “soltando los dedos”, en la soledad con canciones de Gerardo Alfonso y los match-up que usa como ejercicio. Siempre quiso tocar y cantar al mismo tiempo. Cuando lo logró, supo que había pasado una frontera.
De música clásica aprendió cosas de Beethoven, pero cuando el Ave María de Bach comienza a flotar en la habitación cerrada, ya no es el artista frenético, el clown del escenario, el humorista orquesta. Es un hablante, no profesional, de otra lengua. Ya es, como pretendía, “un actor que sabe usar el piano”, que lo disfruta, lo aprende, para crear –como pretende– un lenguaje universal, un puente de comunicación, con el humor y la música.
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Rigoberto llega agitado, a la cafetería del Hotel Vedado. Usa un abrigo ligero y una gorra que lo protegen del sol; y sus espejuelos tradicionales. Se mueve inquieto, rápido, ágil.
–Practico deportes, llegué tarde por eso.
–¿Vas al gimnasio?
–Desde los 12 años comencé a practicar artes marciales, hasta primer año de la carrera. Estuve 8 años practicando de manera fuerte, en ese mundo que me ha ayudado para toda la vida.
–¿Qué practicabas?
–Por esa época –por ahí por el 86 y 87– estaba muy en boga el karate. Se encausó hacia el Ministerio del Interior. Tenía hasta un lema: el Karate-Do, un arma de la revolución. Se le dio mucha publicidad. En esa época te pasaban 2000 películas de Bruce Lee y de Chuck Norris. Esas eran las mejores, porque después te acaballaban con películas coreanas. O con el Flautista contra los ninjas, el ciego Ichi y te empieza a gustar. En el caso mío, que siempre he necesitado de lo físico, me encaminé hacia eso.
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Entre tantos personajes, Rigo hizo uno en la televisión cubana, un karateca.
“Nosotros teníamos la escuela de Karate-Do en Prado y Neptuno. De allí salimos todos los karatecas cubanos. Me convertí en instructor y después tuve una escuela de niños. Allí llegó un muchachito pequeño, custodiado por su papá que lo llevaba a todas las actividades. Tenía una gran flexibilidad, y algunos movimientos que me hacían recordar a Bruce Lee. Rigoberto era conocido como ‘Bruce’ en una etapa de la niñez y la adolescencia”, cuenta el maestro Roberto Vargas Lee.
El fundador y director de la Escuela Cubana de Wushu imparte clases en las mañanas en el Barrio Chino de La Habana. Las artes marciales se hicieron muy populares en Cuba, sobre todo, después de 1959. El karate fue uno de las más populares y muchos niños se volvieron practicantes.
“Llegó a cinturón negro y lleva veinticinco años de carrera artística. La gente lo conoce como humorista, pero no saben la calidad de karateca que tiene Rigoberto”.
En la escuela cubana de Wushu, a ratos, los visitantes entran y observan. Hoy, un practicante chino participa con el profesor. Vargas Lee traduce para sus alumnos los consejos del joven de 24 años. A esa edad, ya tiene gran preparación y conceptos sólidos.
“Sin alegría el movimiento no está completo. El movimiento es la clave”, dice Vargas Lee. Habla con calma desde el escenario. Las artes marciales, afirma, son un arte, una filosofía para toda la vida. Lo que aprendas en las prácticas influirá en cada aspecto diario.
“A Rigo creo que lo ha ayudado mucho en su desplazamiento, concentración. Me fijé que se destaca por su movilidad en el escenario y creo que debido al karate pierde el miedo escénico. Él no se parece a otro humorista”.
Rigoberto, como dice Vargas Lee, no se parece a ninguno. A sus aptitudes para el teatro, el canto, el baile o la música suma el dominio absoluto de su cuerpo, que se transforma en su máquina más perfecta para provocar la risa. Pero en su génesis, antes de la actuación, están las artes marciales, mundo en el que llegó incluso a competir.
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“Llevé vida profesional en esa rama hasta que en 1993 empiezo a interesarme en la actuación. Pero sigo con el karate para mantenerme, no de forma competitiva y me empiezan a interesar otras cosas más. Ahora estaba en cuestiones del kick boxing, boxeo con pateo, más bien porque el cuerpo lo necesita, pero no es para competencia. No tengo edad para eso y el mundo que escogí no me permite tener un tabique desviado. Ya recibí y di también.
–¿Ahora es afición?
–Lo hago de forma regular para no perder lo que gané. Pero eso como en la actuación: lo que está bien aprendido, te pasan cinco años y cuando empiezas, la técnica está ahí. Llegué a competencias nacionales y panamericanas en Cuba.
–¿Has usado el karate en la calle?
–Jamás. Hay que ver el arte marcial como una filosofía de vida.
–¿Pero te ayuda en tu trabajo?
–Sobre todo en la cuestión de la acción. Voto siempre por la acción, en cualquier estilo. Ya sea en un stand up-comedy, en un unipersonal más teatral, tienes que estar vivo en escena. Los mismos americanos en los stand up-comedy son pocos los que están estáticos. Chris Rock, Eddy Murphy, se mueven constantemente y no dan tiempo que el público se canse, y tienes que asumir eso y desde tu óptica. En mi caso es la posibilidad de un trabajo con el cuerpo que vengo llevando desde niño. En el humor para hacer reír, tienes que usar todo el cuerpo. Yo lo clasifico como un tipo de stand up-comedy bastante fuerte, rudo, en palabras deportivas.
Un espectáculo de Rigoberto es un combate. Movimientos y pausa se conjugan con el chiste que “golpea” al público, durante dos horas. Solo la fuerza física, la preparación constante de su cuerpo, le permiten al más pequeño de los Ferrera, completamente solo, mantenerse sobre el escenario en un show unipersonal.
“No puede durar más de 45 minutos, porque la gente se aburre”, le decía su hermano Jorge, pero Rigo desbarató su afirmación una y otra vez. Actor y director de teatro, Jorge recuerda que él y el otro hermano, Orlando (actor también), no veían su interés por la actuación. Pero el paso por el Instituto Superior de Arte pulió las capacidades de Rigoberto.
“Participaba en muchos Festivales del humor. Pero sus espectáculos comenzaron a distinguirse por un rigor en el trabajo del actor. No se trataba de hacer chistes delante de un micrófono, sino que comenzaba a entenderlo desde su totalidad: dramaturgia, puesta en escena, trabajo físico, creación de personajes”.
La tesis final de graduación de Rigo la dirigió su hermano, quien adaptó un cuento de Virgilio Piñera. Como actor, el humorista se ha movido en diversos registros. Buena Onda (1999), Motos (2000), Más Vampiros en La Habana (2003) y Profesor en La Habana (2006), son algunas de sus presentaciones en cine.
“Aunque el público lo reconoce como actor humorístico, es capaz de desdoblarse también como actor dramático. Ha colaborado con importantes músicos cubanos, desde Leo Brouwer, hasta Robertico Carcassés. Esta relación le ha abierto un sinfín de posibilidades expresivas para sus nuevos trabajos”, dice Jorge.
Rigoberto actúa solo la mayoría de las veces. Los unipersonales son su especialidad; el lugar donde mejor se mueve.
“Bueno, siempre busco ayuda, sobre todo de gente que lo hace mejor que yo. Después me encargo como el director de orquesta de montarlo todo y ensayarlo. En un momento lo hice todo solo, hasta que me di cuenta que es muy agotador. Eduardo del Llano me ayuda, yo escribo cosas, él las va corrigiendo y les aporta otras. En el caso de la música, siempre me auxilio de Reinaldo Ugarte, el Rubio, integrante de Pagola, con don especial para la parodia. Para la banda sonora me ayuda Juan Carlos Rivero, director musical de Moncada, y la promoción la hago yo mismo. Hago mi campaña en todos los medios, radio, TV y redes sociales”.
Los espectáculos de Rigoberto llenan los teatros. Son puestas en escena desgastantes, prolongadas, que suelen mantenerse en cartelera durante muchos días porque es uno de los humoristas cubanos que más atrae público. La frecuencia de sus presentaciones, sin embargo, no se compara con aquel período de vértigo, entre 2007 y 2011, cuando su vida era una vorágine. Por esos años abarrotaba, repetidamente, el Karl Marx, el mayor teatro de la Isla. Montó casi un espectáculo anual: Échale la culpa a Rigo; Cuando el Rigo Suena que tuvo 27 funciones, de miércoles a domingo, sin parar, o A Rigo revuelto.
“La cuestión física es importante, por eso tiene que prepararte día a día, para que no se te note agotado, sin falta de aire. La actuación para mí es un ejercicio físico. Lo que me atrae es que, a parte del ejercicio mental, es un ejercicio muy físico, es un combate. El público es mi oponente, el único golpe que le puedo dar es lograr que se rían, que la pasen bien, no todo tiene que tener un mensaje. Los otro es lograr, dentro del espectáculo, un ritmo. No es ir rápido: es rapidez, pausa y escuchar, estar atento a los sonidos del teatro, el que se movió, bostezó.
–¿Te dice algo el ruido del público?
–Te va diciendo por dónde vas. Pero llega el punto en que empiezas divertirte, disfrutarlo, y sale todo. Siempre que vas a actuar expresas, estás expresando lo que tú eres.
–Pero no en todos los espectáculos te va igual.
–Ha habido espectáculos con mejor suerte, otros no. Tienes que tener debajo de la manga espectáculos más populares que otros. A veces tienes que tratar de hacer dinero, para buscar hacer lo que más te gusta en ese momento, que no es para el gran público. Pero para eso tienes que estudiar un poco más, investigar. Siempre es interesante sorprender a la gente.
–¿Que no sepan qué van a ver?
–Siempre se va a encontrar algo diferente y para eso trabajo. No hay un sistema en que el artista se mantenga en la memoria de la gente mucho tiempo, al año te olvidaron. Por eso todos los años tienes que tratar de soltarle algo nuevo en los espectáculos.
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Esa capacidad de sorprender, el sentido de la interacción, la facilidad para hacer reír, Rigo la aprendió cuando trabajó con los niños, en sus comienzos en la actuación. Incluso, antes de entrar al ISA, llegó el teatro infantil.
“Yo me aburro con facilidad, después de cierto tiempo necesito cambiar, ir más allá y los cambios comenzaron a encaminarse, de alguna manera, hacia la actuación. Eso pasó con las artes marciales, y lo dejé. Pero hice teatro infantil. Si logras hacer reír a los niños, lo haces con cualquiera. Ellos no entienden de política, de chistes verdes. El lenguaje es diferente, no se los puede subestimar con la bobería infantil. Gran parte del público que acude a los espectáculos es infantil y se sienten identificados, porque de alguna manera, juego a improvisar, a jugar con el inconsciente. Es muy claonesco. Yo no me considero humorista.
–¿No?
–Bueno realmente me considero un actor, pero dentro de las variantes de la actuación, un clown, y el clown es el niño que uno lleva por dentro, que es capaz de sorprender constantemente, de estar activo en la escena, de identificarse con el público. Si nunca me ha faltado público en los espectáculos es por eso, porque los tengo en consideración. No me puedo aislar. En cuanto a la proyección, el clown es como desatar el niño que llevas dentro. Haces ridiculeces y eso lleva a la risa, porque aparentemente lo estás haciendo con la mayor seriedad posible. Pero es un ridículo que tienes que organizar, que lleva interacción con la gente, ir al público, señalarlo, conversar con ellos, subir niños al escenario.
–¿No para burlarte?
–¡No! Búrlate de ti, de los políticos, de todas aquellas personas que…
–¿…tengan posición de poder?
–Eso. Básate en Chaplin, mientras más te burles de ellos mucho mejor. Búrlate más allá, de la gente que rige tu vida, de la autoridad. Chaplin se burlaba de la autoridad y de delincuentes, de gente grosera, vulgar, autoritaria, de un niño no. En Chaplin está la base de todo, de mi trabajo, está la base de Roberto Benigni.
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Cuando comenzó en el humor, dice Rigoberto, el teatro y las artes marciales lo habían preparado. Agilidad para buscar soluciones y la capacidad actoral, le permitieron imponerse en los Festivales Aquelarre, terreno que dominó durante años. Pero hubo un proceso previo de estudio, a pesar de la poca bibliografía. No había, claro, Internet y era la época de los reproductores de cinta aún.
“Virulo fue en los años 80, con Chaflán y Bernabé, grandes por separado, pero no crearon un movimiento. Casi todos venían del teatro. Desde niño los escuché y me interesaba. Pero cuando empecé a hacer humor, la lucha fue encontrar la bibliografía”.
–¿Para estudiar a conciencia?
–Si lo vas a hacer tienes que meterte de lleno: con las artes marciales, con todo lo que vayas a hacer.
Rigo parece buscar la perfección. Entrena varias horas al piano, practica artes marciales. Es un creador compulsivo, frenético, que puede trabajar hasta “las cinco de la madrugada”, dice su hermano.
“Es que tienes que meterte de lleno en lo que haces. Eso proviene de la educación de mis padres junto con mis dos hermanos. Soy obsesivo con lo que me gusta. También soy competitivo, pero ya compites de otra manera, no viendo el trabajo ajeno como enemigo u oponente, sino algo para estudiar, para igualar o estar a la altura de la situación y aportar algo útil”.
Entonces, cuando decidió por el humor, no había bibliografía humorística. Apenas textos de Carballido Rey y en la televisión predominaba el humor más costumbrista. Pero los videos del grupo argentino Les Luthiers llegaron a Cuba. Circulaban de mano en mano en cassettes e influyeron en los humoristas de esa generación que se impuso en los 90. La creación del Centro Promotor del Humor en esa década estimuló, aún más, el desarrollo del humor en la Isla.
“En los 90, la forma de los chistes, de actuar, era parecida a Les Luthiers. Pero después tuve otro referente en Héctor Zumbado. Virulo trabajó mucho con cosas de él. Zumbado, el más irreverente, más crítico, inventor de palabras, creativo. Pero cuando empiezas a querer distanciarte, por tu formación, por las armas que tienes, tienes que ver mucho teatro, y en eso mi hermano me ayudó mucho. En los primeros años del Isa tenía muchas lagunas, sobre todo teóricas. Hasta que empieza a llegar una bibliografía por VHS, de un grupo español llamado Tricicle, grupo que hacía humor gestual, totalmente. Es un tipo de humor que quizá en Cuba tienes que ponerlo en en un sitio adecuado.
“Empiezas a ver ese tipo de actuación y empiezas a meterte en el tipo de humor de Chaplin. Era un tipo capaz de divertirte y de criticar; jugar con el cuerpo, asociar el movimiento con otras cosas, metáforas. Hay quienes son maestros en chistes verbales, juegos de palabras, no me considero ese tipo de actor humorístico. Soy alguien que puede hacer reír más allá del verbo, con movimientos y ese es realmente el sueño. Porque así el humor cubano pudiera traspasar fronteras. Ahora es muy difícil porque es muy contextual y para eso tienes que hacer otras cosas que a lo mejor no son las que más gustan dentro de tu país”.
–Estás buscando un humor más universal, que incorpore más herramientas…
–Sí. El stand up comedy es el arma de todos y casi ninguno canta, baila, danza. Pero no te puedes hundir dentro de Cuba. Aquí los mecanismos creados hacen que te estanques. Los espectáculos no se promueven como debe ser, no hay revistas que promocionen.
–¿No se toma en serio el humor en Cuba?
–Quizás en estos momentos no. Estábamos criticando el tipo de humor de la croqueta dura, de la burocracia, por ser contextual, y ahora volvemos a caer en lo mismo. Quiero hacer un humor que por lo menos lo entienda un argentino, un chileno, pero también traspasar las fronteras del idioma. Se puede, pero lleva investigación, ver más allá, para que un día un humorista de Cuba que no sea alguien que trabaje en Miami –allá se ve lo mismo que aquí– al menos uno, sea referente internacional. Es un humor utópico, que quien lo vea se dé cuenta de la tradición de Cuba. Porque esa tradición, los ritmos, la identidad del cubano, la danza cubana que es muy rica, se ha perdido. Trato de hacer lo que vi en el teatro musical.
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Desde que comenzó su búsqueda de ese humor utópico, Rigoberto se alejó de la televisión y disminuyó el ritmo de producción de sus espectáculos. Se concentró en el estudio del piano, en mejorar su técnica. Pero no puede abandonar completamente el humor, su sustento y pasión. En algunos clubes nocturnos –muy escogidos, dice– presenta, dentro del repertorio tradicional, cosas más experimentales, como hace en los grandes teatros.
“A veces en los centros nocturnos los compacto todo y con eso hago el espectáculo. Quiero estrenar dos o tres números y relleno con lo otro. Antes de presentar algo tienes que probarlo. Y para sentarte al piano y meterte en la burbuja en que te quieres meter, te hace falta economía también.
“Cuando decides llenar el Carlos Marx te vas por lo popular, en cuáles son los temas más agresivos a tratar. La manera en que asumo el unipersonal es agresivo, por la fuerza, la intensidad, la energía, pero tienes que buscar como temas lo que está en boga, y dar el chiste político, el doble sentido, la canción, el cuento, las imágenes: empiezas a trabajar para abarrotar. Pero lo que quiero es un proyecto más abarcador.
–Y mientras tanto tienes que vivir…
–Pero tampoco puedes dejar de lado tu sueño, tienes que seguir en el piano. Es duro, porque afecta tu economía, pero si trabajaste bastante, ese material es suficiente para sentarte en tu burbuja. Ahora tengo tengo varios textos en la casa, escritos con Eduardo del Llano, que están ahí hasta que se puedan unir. Estoy en el punto de mejorar mi técnica, y mientras tanto, le he pedido ayuda a mi hermano, desde España. Jorge es muy bueno escribiendo imágenes. A veces, en el humor, la escritura tiene que ser muy popular pero las imágenes en el teatro son importantes. Mi hermano tiene el don de escribir imágenes, para yo empezar a improvisar. Me voy filmando, voy viendo lo que hago, y entonces, dentro de la misma improvisación sale algo bueno, y después hay que buscarle un sentido. Estoy entrando en un mundo experimental en que yo todavía no sé cómo será.
–¿Has hecho algo de ese tipo, aunque sea en pequeña escala?
–Sí, en El miedo, que es el del karate y todo eso. Yo no hablaba y con simples acciones la gente se reía. Quiero hacer un canal en YouTube, con este personaje, con mímica, que pueda ser entendible, que dure 1 minuto. El día a día es hacer estos espectáculos, aunque ya no me divierta tanto. Me divierto más en el piano cuando me toca cantar. La idea es seguir estructurando en mi cabeza lo que voy a lograr, que será en el momento que sea.
–Ese humor utópico.
–Lo que sea, siempre algo bueno saldrá. Pero con el humor tienes que ser exacto. Un error te desbarata la risa. Siempre necesitas alguien que te organice la locura, ese organizador va aparecer en el momento en que deba aparecer, pero no puedes esperar, tienes que ir trabajando.
Su hermano, Jorge, sería el acompañante ideal de Rigoberto, para crear un humor universal, un lenguaje sin obstáculos. Pero vive fuera de Cuba, en España. Rigoberto, en la soledad de su creación; en las horas absorto en el piano se ha construido una carrera.
“Para alguien que trabaje el unipersonal, en solitario en toda su vida, te sientes el doble de solo”, dice Rigo. Pero en medio de la soledad, con la picazón infernal de la dermatitis atópica, siguió creando.
“Lo admiro porque ha logrado un equilibrio en muchas cosas. No está atado a ningún grupo, a ninguna institución y sin embargo colabora con muchos artistas. No es un ser solitario, pero ha sabido labrarse un camino en soledad y ha tenido éxito”, dice Jorge.
Alegría y equilibrio; desplazamiento y acción, explicaba Vargas Lee una mañana, en su escuela de Wushu, antes de hablar del “Bruce”. Mudadas de contexto, son las claves para entender el éxito de Rigoberto Ferrera, su carácter de superviviente triunfador para enfrentar una enfermedad agresiva, que lo pone al borde del abismo, que amenaza su vida y su sueño.
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La Dra. Leopoldina Falcón atiende a Rigoberto hace quince años, por su dermatitis atópica, la enfermedad que condiciona toda su vida. El paciente y la doctora terminarían volviéndose amigos.
“Rigoberto nunca está al cien por ciento. Siempre tiene lesiones que pican mucho, por eso se pone rojo. No puede ponerse al sol porque la piel se le irrita. Eso se agudiza con el estrés de su trabajo. Él hace un gran esfuerzo para mantenerse en activo como lo hace”, dice Leopoldina.
Los atópicos sufren picazón, hinchazón y enrojecimiento continuos, explica la bibliografía sobre la enfermedad. Pueden ser más sensibles debido a que su piel carece de ciertas proteínas que mantienen la barrera protectora contra el agua, añade. Pero en la vida real, una enfermedad te destruye o te fortalece, al menos desde lo anímico. Para Rigo es molestia continua, y también un obstáculo que salta desde pequeño, que amenaza con alejarlo del humor.
“No debería vivir a ese ritmo. Todavía si hiciera el humor de otra forma, pero es que no está un minuto tranquilo en escena. Canta y salta y eso lo hace sudar y lo altera. Él es admirable”.
Ansiedad, depresión son algunos de los síntomas sicológicos más frecuentes para quienes sufren la enfermedad. Los dolientes pueden ser más irritables y hostiles, pero la dermatitis atópica no parece funcionar en Rigoberto, más allá de los síntomas visibles en su piel atacada.
“Nunca lo he visto molesto. En esta enfermedad, como es crónica, el paciente suele ser indisciplinado, porque se va amargando, aburriendo, siente que no se curará. Por eso lo admiro por su carácter”, dice Leopoldina.
Cuando sobrevienen los períodos de crisis prolongadas, el cuerpo se descompensa. Rigo debe someterse a un cuidado extremo, porque el clima, el ambiente y su trabajo se conjugan en su contra.
“La enfermedad no tiene solución, pero él no se desequilibra emocionalmente. Si viviera, por ejemplo, en un país con otro clima, donde estuviera relajado, sin tanta sudoración, sería otra cosa. Su piel es dañada constantemente, siempre tiene lesiones”.
Algunos medicamentos ya no funcionan. Los ingresos en el hospital son frecuente y necesarios, porque el estrés de prepararse para las actuaciones es abrasivo, lo desgasta. Pero aun así continúa y el público abarrota los teatros, como aquella noche de domingo en que celebrara sus 25 años sobre escena.
Estuvo días presentando uno de sus acostumbrados unipersonales: Lo de Rigo no tiene nombre. Casi en la esquina del escenario, está el piano. Entre algunos números tradicionales de su repertorio, ha colado par de canciones del experimento musical.
Entre una y otra, transcurren minutos de actuación, de mímica. Rigoberto se mueve por todo el escenario, lo domina y usa a su antojo. Cada cierto tiempo, se sienta al piano y la gente escucha. Por las ropas y el comportamiento, parece un pianista consagrado que entre pieza y pieza sonríe al público que vino a verlo.
Cuando termina la canción, micrófono en mano, Rigoberto se vuelve, de nuevo, el torbellino que todos conocen. En el escenario el clown se divierte y juega. Hace reír, al borde el ridículo. Maneja las pausas en su representación, para que se escuchen las risas: la voz del auditorio.
En la sala se siente calor. El sistema de aire acondicionado tiene desperfectos, dicen. Las manos libres del humorista gesticulan y a veces –pareciera un efecto magnético– van al cuello y de ahí a los brazos. Suave y casi imperceptiblemente, arañan la piel, como buscando alivio.
Si hay algún infierno interior, si la dermatitis atópica es un monstruo interno, un fuego inextinguible que arde sin cesar; si algo le dice que se rinda de una vez por todas a la comezón infinita, él no lo dirá nunca.
Por ahora, aunque la piel se le reseque y Leopoldina lo llame después para ingresarlo –con el teatro de pie y cientos de personas aún aplaudiendo–, Rigoberto Ferrera sigue sonriendo.
Mucha salud para Rigo
Cuando lo ves actuando se siente q la cosa es seria, aunque te revientes de la risa, un artista de verdad.
Excelente perfil, Eduardo. Grande Rigoberto. Un abrazo!!!
eduardo hermano, excelente este trabajo, muy completo y como siempre interesante