Viene como de muy lejos y se entrega a su música con una intensidad fuera de toda duda. Para ella, su instrumento –el violín–, no parece ser un fin en sí mismo sino un medio por el que se derrama una espiritualidad apenas contenible. Pero no hay que llamarse a engaño: lo hace a la vez con un dominio de la técnica y con el control de todos sus registros, como se procede con un brioso corcel domesticado. Y cuando canta, la voz le emerge de los ancestros: los mismos del famoso poema de Nicolás Guillén.
Yilian Cañizares nació en La Habana. Su enseñanza artística elemental transcurrió en su ciudad natal de la mano del clasicismo y la exigencia. Tal vez por eso en un momento determinado consideró la posibilidad de dedicarse a la música clásica, pero al final tomó una de las decisiones más acertadas de su vida profesional: sumergirse en el mar del jazz y la improvisación, en el que se mueve con la naturalidad de un velero entre las olas.
Esta criollísima joven ha logrado crear algo muy difícil en su mundo: un estilo, una manera inconfundible de hacer partiendo de sus afinidades electivas y sus maestros. Dicho de otra manera: ser ellos, pero a la vez algo distinto. Por eso se ha presentado en plazas tan exigentes como el Olympia de París con éxito de público y crítica. En 2013 Le Nouvel Observateur la seleccionó el descubrimiento del año. Y ha trabajado de manera conjunta con el maestro Chucho Valdés.
Sin dudas, una auténtica artista, de la que se hablará mucho más en el futuro, tanto dentro como fuera de la Isla.
Desde hace unos años vive en Lausana, Suiza, donde también enseña violín e improvisación en la Ecole de Jazz et des Musiques Actuelles. En medio de los ajetreos y responsabilidades de una gira que la ha llevado al Blue Note, de Shanghái, y a presentaciones en Tokio, Yilian se tomó un tiempo para responder estas preguntas de OnCuba, quien mucho se lo agradece.
Tu vocación/afición por la música, ¿de dónde sale? ¿Provienes de una familia de músicos? Si no, ¿por qué te decides por la música, profesionalmente hablando?
Vengo de una familia de intelectuales y deportistas, pero muy aficionados a la música. En realidad, siempre he pensado que he heredado mi talento musical de mi madre y mi abuelo. En todo caso, gracias a ellos pude comenzar a desarrollar una sensibilidad por el arte en general, y más precisamente por la música. Mi abuelo, que era santiaguero, cantaba y tocaba la guitarra. Precioso. El y mi mamá detectaron en mí, desde chiquitica, el oído musical y también se percataron de que me encantaba estar subida en un escenario. Entonces creo que en mi vida la música nunca fue una decisión, sino algo que era como una evidencia: yo estaba hecha para eso.
¿Estudiaste en Cuba? ¿Dónde?
Antes de empezar mis estudios comencé cantando en el grupo Los Meñiques con la gran pedagoga María Álvarez Ríos. Esa fue mi primera escuela, y la verdad es que no quiero dejar de mencionarla porque le debo mucho. Luego empecé el violín en la escuela Manuel Saumell con la profesora rusa Alla Taran. Toda mi base como violinista se la debo a ella. Luego seguí en el conservatorio Amadeo Roldán.
¿Cómo llegaste a obtener una beca en Suiza? ¿Qué te aportó?
Antes de llegar a Suiza, pasé por Venezuela. El famoso sistema de orquestas de ese país me otorgó una beca de estudios para perfeccionarme como violinista. En Venezuela tuve la ocasión de trabajar con una profesora francesa increíble: Virginie Robillard. Ella me incitó a ir a estudiar a Europa. Me empujó muchísimo a explotar mi potencial y me recomendó audicionar en el conservatorio de Friburgo en Suiza. Y, bueno, me aceptaron con una beca… Fue una apertura maravillosa como músico, como ser humano, como artista. Entrar en contacto con otra cultura tan distante de la nuestra, tan rica… aprender un nuevo idioma, una nueva manera de ver el mundo, de ver el arte. Fue, definitivamente, un cambio en mi percepción muy grande que, paradójicamente, me ayudó a apreciar y a valorar aún más mi propia cultura.
¿Cuáles influencias reconoces en tu obra y en tu estilo? En otras palabras, ¿quiénes son tus modelos/fuentes de inspiración?
La vida me ha permitido estar en contacto con muchas culturas desde temprana edad. Tengo, por supuesto, influencias cubanas y afrocubanas, pero también muchísimo de la música clásica, del jazz. Me gusta escuchar de todo, del hip hop a la Opera, mientras sienta que hay autenticidad. Si me pides citar algunos nombres, no pueden faltar Chucho Valdés, Nina Simone y Stephan Grappelli.
El instrumento que seleccionaste, el violín, no es exactamente característico del jazz –por lo menos en la Isla. Tampoco lo es tocarlo y cantar –excepto quizás en el formato charanga, todos hombres, por cierto. ¿Por qué lo seleccionaste?
Con el violín tuve un flechazo desde que nos conocimos personalmente. Me sedujo su fuerza expresiva, el hecho de que se toca en contacto directo con tu cuerpo y también de que te enseña humildad, por lo difícil que es. Hay que estudiar todos los días. Es cierto que no es el primer instrumento que nos viene a la cabeza cuando pensamos en el jazz. Ahí tengo que decir que el encuentro con la música de Grapelli fue decisivo para mí.
Lo de cantar y tocar son locuras mías, porque no quería estar dividida entre el rol de cantante y el de violinista. Quería, simplemente, hacer música con los dos medios de expresión que más me gusta explotar.
Viendo tu discografía, incorporas a un concepto de la identidad cubana que enfatiza el componente religiones populares de origen africano, en especial la Regla de Ocha. ¿Lo haces desde tu condición de mujer? Si es así, ¿por qué?
Para mí es muy importante dar una imagen positiva de la identidad cubana, de la cultura cubana y de la mujer cubana. El mensaje de mi música es más que todo espiritual. Así lo siento yo. Y lo espiritual es lo que nos une a todos los seres humanos, en nuestra condición y en nuestro deseo de entender nuestra misión en esta vida. La Regla de Ocha, más allá de su componente religioso, tiene un mensaje de tolerancia y respeto que, lamentablemente, a veces se nos olvida.
Tiene un mensaje de luz que me parece lindo resaltar. Rescatar los valores de nuestros ancestros, especialmente en el mundo de hoy, donde la situación y los derechos de la mujer se ven terriblemente amenazados, es una manera de no perder la fe en un mundo mejor.
¿Cómo fue la experiencia de haber trabajado junto a Chucho Valdés?
¡Increíble! Una fuente de inspiración enorme. Evidentemente como músico, pero también como ser humano. Su humildad, su generosidad, su dedicación y su pasión por la música. Tocar con él ha sido un sueño hecho realidad y un gran regalo de la vida. Siempre habrá en mi corazón un lugar muy especial lleno de agradecimiento y amor para el maestro Chucho.
¿Planes futuros, proyectos, giras?
Muchas cosas lindas. Un disco nuevo que sale el 15 de noviembre. Se llama Erzulie y habla de la herencia de África a través de sus hijos criollos: Haití, Cuba y New Orleans. Voy a estar girando mucho con este nuevo proyecto y también con el dúo con Omar Sosa: Aguas. En 2020 voy a estar por primera vez en Estados Unidos, así que, finalmente, voy a poder encontrarme con toda la gente linda que me sigue y apoya mi música en ese país.
Y, bueno, tengo sorpresas que aún no puedo revelar. Será tal vez para la próxima entrevista…