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Meses atrás, Mariela Brito me pidió que le enviara una lista de viaje para el próximo espectáculo de El Ciervo Encantado.

Una lista de viaje es ya un documento oficial, una bitácora, un “chivo”, un papel que se guarda junto al pasaporte. Por lo general, viene acompañada de plantillas de los números de pie de familiares y amigos. En una lista de viaje se expresan deseos, antojos, soluciones, desafíos, metas. Mientras más larga es, mejor habla de la persona que se es y del dinero con que se cuenta.

Nunca respondí a la demanda de Mariela: me fui complicando, lo fui aplazando, lo fui olvidando, hasta que me di cuenta de que Arrivals estaba en la cartelera de El Ciervo Encantado. Demasiado tarde, demasiada vergüenza. Me lo perdí.

Volver, como quedarse, es un acto de fe, un acto de fe en el mejoramiento humano de quienes nos reciben, de quienes nos pesan las maletas que entran por primera vez o que están de regreso. Volver es irremediable. Volver, al menos para mí, se convierte en un dilema desde el momento mismo en que la aeromoza me tiende el papelito azul que dice Declaración de la Aduana de la República de Cuba.

Enseguida intento recordar qué traigo de valor, qué pongo, que es imprescindible poner o dejar de poner. Y comienzo llenando la planillita con casi todo lo que cumplí de la lista correspondiente: un regalo para Sofía, una ratonera para Albio Paz, una malla quirúrgica para la hernia de mi mamá, baclofeno para mi papá, una caja de herramientas para mi primo, tinte en polvo para la tía de mi primo, libros, qué libros pongo, qué libros no pongo, las piedritas del camino, las hojas del olivo más antiguo de Europa, la cartuchera de escuela de tres zípers de Nicolás –“tres zípers, mamá, tres”– , la mesa plegable, los pies de amigo y las tablas de Ikea, las cestas, la parrilla del Aleko, la capa de agua para José Julián, el pullover que dice Barcelona para Alain, José Julián y Nicolás; los imanes para regalar que tienen el Montjuic, chocolates para la oficina, palillos para los oídos de mi hermano, Vitamina C, curitas, chicle, mucho chicle, Café La Llave o Pilón, aceite de oliva, queso parmesano, pastas, velas, servilletas de diseño, papel de regalo, cintas, portarretratos de diseño… El papel de la Aduana no me alcanza.

En ese papel que leerá un desconocido van mis sueños y los sueños de mi familia, de mis amigos, de gente incluso que ni conozco, pero a quien le llevo algo, “alguna cosita que alivie el sufrir”*.

Desde el inicio, Arrivals me agarra y uno se siente como si estuviera colgando de una pesa igual al balón de oxígeno en la foto de Irolán Maroselli, en el cartel de la obra. Nos recibe la canción “Va pensiero”, de la ópera Nabucco, con música de Giuseppe Verdi y libreto de Temistocle Solera. Mientras, en la oscuridad, Mariela Brito, performer de esta acción en escena, centra el espacio rodeada de una caja inmensa con un televisor de pantalla plana, jabas de nylon llenas de cosas, etcétera. Se trata de nuestras cosas.

Ese primer momento es sobrecogedor. Texto y melodía nos colocan en un lugar vulnerable. Vamos leyendo la epopeya de los hebreos en el exilio y, de algún modo, nos resulta familiar. La música de Verdi no solo es hermosa y conmovedora, nos traslada de un lugar imaginario a un lugar posible; nos lee, nos mira, nos hace preguntarnos, nos vuelve tristes, nos hiere, nos hace escribir un nuevo testamento.

Cuando la luz se enciende y vemos con claridad el escenario, entendemos y volvemos al sitio que conocemos bien cuando debemos regresar a casa, aunque en muchos casos no sea nuestra dirección postal. Siempre es la casa. Y Joel Cano se ocupa de dejarlo claro.

Se escucha la primera voz y luego una sucesión de testimonios, un índice de artículos que va creando una carga pesadísima de angustia y patetismo.

En ocasiones los espectadores se ríen, sonríen calladamente, comentan, se identifican o sencillamente se conmueven en silencio.

En ese conjunto de voces, voy descubriendo a amigos, conocidos, colegas. En ellos se revelan deseos, necesidades, tensiones. Todos tienen en común el viaje. Idas y regresos de una orilla a otra. “Mulas” de nosotros mismos, intentando aligerar el alto precio de permanecer o de mirar atrás.

Mientras Martha Luisa Hernández Cadenas (Martika Minipunto) relata la búsqueda de un equipo de música para un familiar en Lima, durante el Congreso de LASA el año pasado, Mariela comienza una coreografía de gestos que trazan una pauta física agotadora: la de acomodar en dos equipajes todas las cosas que guardan las jabitas.

Jabas que contienen, en inmejorable síntesis, una casa, una persona o una vida: pasta de dientes, zapatos, ropa, estropajos de fregar, trapitos de cocina, gel de baño, una estera para hacer yoga, medicinas, café, una pistola de silicona y un largo etcétera. Detalles que hacen de la vida cubana una ilusión en otro lugar, un breve respiro en medio del agobio. Son quizá esos artículos, minuciosos en cotidianidad, los que diferencian nuestro equipaje. El impulso con el que compramos esponjitas de fregar, trapitos de cocina, pasta de diente, jabón o curitas debe ser único o, al menos, muy poco frecuente.

Mariela continúa apretando cosas, haciéndolas un puño de tela, de plástico, de metal. Las voces se van volviendo un palimpsesto de deseos, una confusión coral, atropellada por la necesidad de Mariela de pesar, acomodar, apiñar el todo. Una metáfora presencial, en el aquí y ahora, de cómo nos vamos apretando en nuestra propia carga.

La fisicalidad del espectáculo, por un lado encarnado corporalmente en la fuerza, la resistencia, la respiración de Mariela y los materiales escénicos, y por otro, su sonoridad, compuesta por Sunlay Almeida Rodríguez, tanto en la selección musical como en el montaje de los testimonios, hacen de Arrivals una obra peculiar, no solo en el repertorio de El Ciervo, sino también en el panorama teatral cubano de hoy.

La pieza (re)pone en valor, en conexión clara y abierta con su antecedente Departures, estrenada el pasado año, lo que, a mi juicio, ha sido una de las instancias del colectivo desde su nacimiento hace ya más de dos décadas: la construcción de una política de cubanidad transnacional, en tanto opera desde el universo de lo sensible, la historia, la tradición, la identidad, la subjetividad hacia / en / con el sujeto en su más diversa complejidad individual, social, política, económica, ontológica. Todo ello expresado en un lenguaje y un cuerpo teatrales que han acumulado, a lo largo de estos años y en constantes fluctuaciones, capas emotivas, sensibles, una artesanía técnica que les permite vehiculizar esos saberes puestos en conflicto.

La alfombra que marca la escena donde transcurre la acción, en absoluta transparencia temporal y espacial, es también un equipaje. Somos parte del peso de una isla que no se mide en kilogramos, pero cuya medida simbólica también se somete a un límite.

La isla de los melones

Advertimos en Arrivals un vínculo elocuente con Departures por medio de presencias activas en ambas obras. Si en el segundo esas presencias se instalaban en el escenario a través de sus fotografías y sus respuestas a la pregunta de por qué se habían ido de Cuba; en el primero, la participación llega a través de sus voces relatando las listas de compras y de pedidos en sus viajes de ida y vuelta o de venida a Cuba.

Aunque la migración y la pérdida siguen siendo los ejes que articulan ambos espectáculos, hay devoluciones que los colocan en lugares distintos. Departures intenta, a partir de una memoria personal y colectiva, trazar una línea histórica de los diferentes procesos migratorios y sus particulares naturalezas. Arrivals, en cambio, aterriza y materializa la angustia de esa pérdida a través de artículos que son obviamente utilitarios, pero que, en su cosificación, expresan una circunstancia política, social, económica, relacionada con la precariedad y la vulnerabilidad en lo doméstico nacional, pero también en su imaginario.

Cuando Mariela ha distribuido con éxito las cosas en sus dos equipajes y en dos jabas, una de ellas anuncia con suspicacia el lema “Los deseos están en el interior”, ha esquinado la caja con el televisor gigante de pantalla plana, se ha puesto en su cabeza dos hebillas, ha doblado y aplastado las jabitas vacías y las ha metido en un bolsillo exterior de la maleta, ha separado, con delicadeza, la ropa que vestirá al día siguiente, probablemente la misma que usa en Departures, y ha pesado las valijas; entonces comienza un peculiar simulacro.

"Arrivals". Foto: Elio Miniello.
“Arrivals”. Foto: Elio Miniello.

Mariela carga sobre su espalda la mochila, casi más pesada que ella misma, toma en sus manos las jabas y la maleta y comienza un recorrido en círculo muy despacio que intenta simular una ligereza de equipaje convincente, una firmeza de que todo está bien, de que nada pesa y nada pasa, de que se puede resistir con mucha fuerza y fe.

Es una danza macabra que le cuesta a Mariela, la viajera, la actriz, la ciudadana, la cubana, dolores de espalda que un tubo de árnica comprado de Navarro puede al menos aliviar.

Al finalizar, el bolero de Maurice Ravel acompaña a Mariela, tumbada sobre un butacón con sus atuendos y sus audífonos, los mismos que lleva en la sala de espera de Departures. Se escucha la voz de Joel Cano hablando de regresos…

“Mi casa se ha desplomado como un ídolo lo haría

besado por un cometa. Con una terca porfía

sobrevive la pared de tablas, pero vacila

cuando el aire la traspasa… Me invade una melodía

 

de palabras estrujadas: Bergante, borra, bejigo…

Dentro del tiempo, extraviado, siento la pausa de un siglo.

La gente pasa y no entiende que de nuevo soy un niño…

Bajo el sol del mediodía a la eternidad convido.

 

Tiempo habrá para regalos, para un regreso infinito

Alguien me llama a comer, tendré el bautizo del río

Abrazándome las llagas que el corazón me han curtido.

Es tan simple regresar, estoy entrando en mí mismo.

 

Si las nubes se quedaran siempre en el azul prendidas

Para evitarnos la ruta hacia la melancolía.

Si el viento no las hiciera breves como la utopía,

al fin reposar pudiera bajo el calor de una isla.”**

 

Arrivals ofrece las últimas funciones de la temporada este fin de semana: viernes, sábado y domingo a las 8:30 p.m. El Ciervo Encantado se encuentra en Calle 18 y Línea, El Vedado.

 

 

*Título de una obra teatral de René Alomá.

**“Regreso”, poema de Joel Cano escrito especialmente para esta obra. Es más extenso, aquí solo aparece un fragmento.

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