La relación entre tutores y animales ha cambiado mucho a lo largo de los años. Hoy muchas personas consideran a su perro o su gato como un miembro más de su familia, aunque la mayoría desconoce buena parte de las situaciones – positivas y negativas – que el cuidado de un animal trae consigo. Por eso la relación entre dueños y veterinarios se hace de suma importancia, pues de ella dependen la salud y el bienestar de los animales de compañía.
Cuando se trata de cuidados clínicos, nosotros, los veterinarios, agotamos hasta el límite las posibilidades para preservar el bienestar de los animales; teniendo siempre como principio ético informar a los dueños sobre cada acción que debamos realizar para alcanzarlo. También es nuestro deber informar cuando estas posibilidades se han agotado.
Ante un cuadro de salud degenerado, desgastado y doloroso para el animal, donde el veterinario ha escurrido hasta la última de las opciones clínicas y quirúrgicas para extirpar el padecer de una mascota, se impone la alternativa de poner fin a su estado crítico.
El procedimiento de inducir la muerte de un ser vivo que padezca un estado terminal de salud dentro del cual no existen posibilidades de mejoría, y cuyo sufrimiento no puede ser evitado con tratamientos médicos, se denomina eutanasia.
Muchos propietarios de animales experimentan sentimientos de culpa por decidir realizar la eutanasia en sus mascotas. Esto se debe a que, a pesar de reconocer que es justo y humano ponerle fin a un dolor progresivo – cuyo desenlace será inevitable y cruel – muchos creen que inducir la muerte de un ser vivo con el que han compartido un buen tiempo de vida no les corresponde como seres humanos.
La eutanasia es una decisión compleja para el propietario de la mascota, tal vez la más difícil que pueda surgir a lo largo de la vida de su animal. Despedir a un ser querido nunca es fácil, aún más cuando se tiene algún grado de responsabilidad en el fin de su existencia, pero es totalmente válido considerarlo ante el dolor que destruye lentamente la integridad de ese ser.
Si la decisión de realizar la eutanasia – no de sacrificar – es difícil para el dueño, que tanto ha querido a su mascota; no lo es menos para el profesional a cargo del procedimiento. Por ser un momento difícil muchos de los propietarios optan por no estar presentes en la eutanasia, a veces sin imaginar que esos animales que fueron parte de su familia se desesperan buscándolos antes de cerrar sus ojos.
¿Por qué y cuándo surge la opción de la eutanasia?
La eutanasia se hace evidente y totalmente válida cuando resulta imposible proporcionarle al paciente una calidad de vida mínimamente aceptable. Cuando el sufrimiento y el dolor pasan a ser incontrolables, cuando la situación de salud alcanza un grado que impide ofrecerle al animal los cuidados clínicos necesarios para aliviar dolor o sufrimiento. Cuando no hay una mejor opción, cuando el estado crónico es progresivo y el final lento, doloroso e inevitable. Cuando no tenemos al alcance, en el caso de ciertos tumores malignos y masivos, la solución para su erradicación.
Existen casos en los que la eutanasia es apenas una de las opciones posibles. Estas situaciones surgen generalmente por cuenta de los propietarios. Un ejemplo pudiera ser el caso de un animal inválido, tetrapléjico o demandante de atención exhaustiva, cuyos dueños no disponen del tiempo necesario para dedicarle, recursos o, en la mayoría de los casos, el animal ni siquiera cuenta con un hogar.
Existen también casos de animales reincidentes en comportamientos agresivos hacia las personas o hacia otros animales. Ante estas situaciones la eutanasia es medianamente justificada, siempre que todas las demás opciones hayan sido agotadas, lógicamente.
No existe justificación válida para la eutanasia cuando todavía están al alcance tratamientos capaces de proporcionar al animal una buena calidad de vida. No es aceptable sacrificar a un perro porque padezca alguna enfermedad fácilmente curable, porque ladre mucho, o porque creció demasiado y ya no lo quieren. Solicitudes de ese tipo por parte de dueños de animales en óptimo estado de salud representan un problema moral para el veterinario, que no tiene ninguna obligación ética de acceder al pedido.
Por esta razón, cada caso debe ser evaluado meticulosamente antes de realizar el procedimiento, incluso en ocasiones se hace necesario solicitar un segundo criterio.
El consentimiento
Ante la posibilidad de proceder con la eutanasia, el previo diálogo entre el veterinario y el propietario del animal es de suma importancia. En Cuba, donde no hay un consentimiento legal para este tipo de acción, el acuerdo entre ambos es lo primordial.
¿Qué procedimiento debe seguirse para la eutanasia?
Para garantizarle al animal una muerte digna se debe aplicar, en todos los casos y sin ninguna excepción, un sedante y luego una inyección que detenga su corazón. El objetivo es evitarle dolor y agonía.
En el caso de perros y gatos el primer paso para la eutanasia es la medicación pre-anestésica. Para ello la Xilacina o el Midazolam son opciones posibles.
El otro paso a seguir es la inducción anestésica, que se puede hacer con Propofol, Tiopental Sódico o Ketamina.
Luego se usa algún agente eutanásico, que puede ser Pentobarbital vía endovenosa, o vía intracardíaca, en caso de que no sea posible acceder a la vía venosa por motivos de hipovolemia1 o hipotensión2.
Otro medicamento bastante utilizado como agente eutanásico es el Gluconato de Potasio, ya sea por vía endovenosa o por vía intracardíaca.
¿Qué es el Euthanyle?
El Euthanyle es la combinación de Pentobarbital sódico con Difenilhidantoína sódica que produce muerte cerebral conjuntamente con colapso respiratorio y paro cardíaco. Se trata de una solución inyectable usada para la eutanasia, exclusivamente en perros y gatos, pues provoca una muerte rápida, indolora y humanitaria al animal.
Para aplicarlo se debe utilizar la vía endovenosa como la de elección, aunque la vía intracardíaca se acepta cuando la primera no es posible realizarla.
Patologías y situaciones que llevan a la eutanasia.
En el clima tropical de Cuba se reproducen innumerables tipos de virus, cuyo número de contagios, grado de letalidad y fuerza ha aumentado significativamente en los últimos tiempos. Muchos de estos se han vuelto tan agresivos que los profesionales veterinarios terminamos quedándonos sin opciones ante un paciente ya convaleciente. En esos casos, recurrimos a la eutanasia como última opción.
El moquillo canino es un ejemplo de estos padecimientos. En muchos de los casos resulta imposible realizar los ciclos de vacunación requeridos para tratarlo, tanto por la escasez del fármaco necesario como por el elevado costo y la situación económica del propietario del animal. Esto puede propiciar la propagación y contaminación epidémica por la enfermedad. Sucede que, debido al desgaste neurológico y físico que el moquillo imprime en el paciente, la mayoría de los perros no rebasan el virus, causando una convalecencia insoportable tanto para el dueño como para el animal. En estos casos la eutanasia llega a convertirse en una posibilidad.
Por su parte, la leptospirosis causa un número de muertes que supera expresivamente al número de pacientes recuperados, siendo la parálisis renal la causa principal de los fallos orgánicos y el deceso. A pesar de su alto grado de mortalidad, los veterinarios siempre hacen lo posible para sacar al animal de su estado deplorable, pero poner fin a su sufrimiento acaba, generalmente, siendo la opción primordial.
Ya la rabia es una enfermedad zoonósica3 que ataca el sistema nervioso central y es la patología ante la cual la eutanasia es la única solución viable. Una vez que los protocolos de sanidad animal han confirmado el padecimiento, debe procederse de inmediato a poner fin a la vida del animal para evitar contagios y situaciones aún más penosas.
Otro tipo de padecimientos considerados para la eutanasia son los cuadros infecciosos muy avanzados, que desembocan en encefalitis o tétanos ya agudizados y con muy poco margen de soluciones clínicas. Ante estos cuadros se impone el penoso diálogo del profesional veterinario con los dueños del animal sobre la posibilidad de la eutanasia.
Por otra parte, muchos tipos de tumores son difíciles de erradicar, muchos son incurables y destruyen la integridad del paciente lenta y dolorosamente. En estos casos, sin dudas poner fin al sufrimiento del animal ante el sufrimiento inevitable es lo moralmente aceptable.
Existen también otros casos pasibles de considerarse para la eutanasia y que no necesariamente están asociados a las enfermedades anteriores. Se trata de patologías de fácil solución que han sido mal atendidas o agudizadas por procedimientos o falsos diagnósticos, intoxicaciones por medicación inapropiada por parte de los dueños, envenenamientos, accidentes graves con muerte neurológica, y muchos otros casos ante los que el profesional veterinario nada puede hacer.
Por tratarse de un tema delicado, la eutanasia no debe tomarse a la ligera. Cuando un veterinario sugiere al propietario evaluar esta opción, significa que otras opciones han sido exploradas y se está convencido de que será la mejor alternativa para el animal.
Este procedimiento no puede ser llevado a cabo por el dueño del animal en su hogar, ni siquiera en aquellas situaciones en las que parezca que no se puede esperar más ante las condiciones del animal. Desafortunadamente, no en todos los casos hay un veterinario o profesional capacitado a disposición que pueda realizar este procedimiento y esto termina provocando una muerte violenta al animal.
Ante cualquier duda o suposición, el criterio de un profesional debe convertirse en una certeza.
Notas:
1 Situaciones clínicas que se caracterizan por la disminución del volumen de sangre en el organismo.
2 Disminución de la presión arterial.
3 Enfermedades y padecimientos que se manifiestan en los animales.