A una semana de que el ciclón Idai golpease Mozambique y Zimbabue, la muerte, los daños y las inundaciones seguían siendo patentes en uno de los desastres naturales más graves de la historia reciente de la región del sur de África.
Las inundaciones seguían presentes en las llanuras del centro de Mozambique, anegando casas, aldeas y pueblos enteros. Las crecidas generaron un enlodado océano interior de 50 kilómetros (31 millas) de ancho donde antes había granjas y aldeas, dando crédito a la estimación del presidente del país, Filipe Nyusi, de que las víctimas podrían ascender al millar.
Las lluvias torrenciales pararon, al menos temporalmente, el jueves, y el nivel del agua empezó a bajar en Beira, la ciudad más afectada, y en el campo, según un reporte del gobierno mozambiqueño. Los grupos de ayuda trabajaban sin descanso rescatando a familias que cobijaron en árboles y tejados.
“Ayer, la comunidad humanitaria rescató a 910 personas”, señaló Caroline Haga, de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, en Beira. Cinco helicópteros rescataron a 210 personas mientras que las 700 restantes fueron salvadas por embarcaciones.
“Esperamos rescatar a todos los que podamos hoy ya no que está lloviendo”, agregó. “Las actividades de rescate seguirán hasta que todo el mundo esté a salvo”.
Las organizaciones de ayuda estaban intentando llevar alimentos, agua y ropa a la zona. Pasarán días antes de que el agua acumulada en las llanuras mozambiqueñas llegue al Océano Índico y más tiempo aún para conocer el alcance total de la devastación.
Las montañas del este de Zimbabue estaban anegadas y las lluvias no cesaron allí.
La ayuda llegaba muy lentamente a la zona por el mal estado de las infraestructuras y el ejército repartió pequeño paquetes con aceite, harina de maíz y frijoles.
Terminada la búsqueda de sobrevivientes, Philemon Dada comenzó a reconstruir su vida en Chimanimani, que en su día fue un pueblo pintoresco.
Con un machete y una azada empezó a sacar postes de entre el lodo para levantar una choza en la que resguardarse con su pequeña familia, un primer paso en el que considera un largo y agotador camino para reconstruir una vida arrasada por Idai.
Él es uno de los muchos residentes que intenta volver a ponerse en pie en Chimanimani luego de perder sus casas, su ganado y, en muchos casos, a miembros de su familia. Algunos se refugiaron con sus vecinos y otros con pastores de iglesias.
“Puedo decir que soy un poco afortunado, mi esposa y mi hijo siguen aquí conmigo, pero en todo lo demás, tengo que empezar de cero”, dijo.
Dada recibió unos pocos alimentos del ejército de Zimbabue pero sabe que, como la mayoría de la ayuda, no durará mucho, y está deseoso de volver a cultivar la tierra. Como mucha gente de la zona, la agricultura es su modo de subsistencia.