Lo primero que pienso es en una catástrofe. No sé por qué soy tan catastrofista, pero es lo primero que pienso: que bombardean la ciudad, que los marcianos están haciendo de las suyas, que a saber si han tomado la Casa Rosada y se llevan al presidente o al que estuviera allí de guardia, y que en el minuto que lo pienso viaja en una platillo volador para alguna parte. Se escucha un avión a lo lejos. Se deja de escuchar.
Todo permanece en tinieblas y demasiado silencioso, sospechosamente silencioso después. Apenas un tintineo que al acostarme, la noche antes, me había parecido agradable. Ahora me perturba ese tin-tin-tin, toc-trototoc. Estiro el brazo. No enciende la bombilla y mi teléfono no tiene servicio de nada. ¿De qué me sirve un iPhone incapaz de mantenerme informado cuando lo necesito? ¿A dónde ha ido la inteligencia de los teléfonos inteligentes? ¡Si tuviera un radiecito de pilas!
Abro la ventana que da al pulmón del edifico y me doy cuenta de que, en efecto, a simple vista ningún apartamento está iluminado por luz eléctrica. Tampoco en el edificio de al lado veo más que las luces de emergencia que mantienen visible las escaleras. Miro al cielo y una pasta gris parece derretirse lanzando pequeñas bombas cristalinas. Una de ellas estalla sobre mi cara y sentirla, sin embargo, me agrada.
“Feliz día de los padres”, dice mi esposa cuando cierro. Se revuelca entre frazadas como un buen domingo. Me besa y ajena a la circunstancia amenaza con seguir durmiendo -estará bien usado el gerundio, pienso estúpidamente. ¡Como si la gramática sirviera de algo en momentos extraordinarios! “Algo pasa”, le digo. “¡Bah!”, responde cuando agrego que puede ser grave.
En Argentina pasan tantas cosas cada día que uno no deja de sorprenderse. “Vivo aquí porque me gusta la adrenalina de este país”, me dijo un día un zapatero en la calle Santa Fe.
Pero pocas veces falta la electricidad. Al menos en mi barrio no es frecuente que se afecte el servicio. En eso tengo suerte, porque apagones hay también aquí, en verano, invierno, otoño y primavera, y los afectados prenden una antorcha en medio de la calle y protestan y hacen sonar cazuelas y hablan por la TV.
Vivir un apagón me recuerda demasiado a los días crudos del Período Especial. Traumas y lecciones. Por eso me voy al baño y lleno la bañera. “Por si se acaba el agua”, pienso. Voy a cerciorarme de que haya gas. Hay. “Al menos podemos hacer café”, me digo, y preparo la cafetera.
Vivo en un departamento interior. No hace falta que se corte el servicio eléctrico para que todo esté en tinieblas. De manera que sin corriente es ya suficientemente tenebroso, y si además se ha pasado tres días lloviendo es una caverna donde no está Platón para analizar las sombras que se proyecten en las paredes.
Vuelvo a darme cuerda, como se dice: por tres días el clima ha sido tan propicio para una historia apocalíptica que llegó el apocalipsis. ¿Qué cosa más cercana que quedarse sin esa energía que mantiene vivo los hogares gracias al entramado de cables que ha enredado toda la ciudad? Nada de Internet. Nada de noticias. Nada de transporte. Nada de felicitaciones, porque no olvido que es el día de los padres.
El interior de la casa se acaba de animar cuando despierta mi hijo para recordármelo. Intentamos explicarle que no es posible que se encienda un bombillo sin corriente eléctrica pues va de un interruptor al otro, golpeando y soltando la pregunta: ¿Y este? Nunca había vivido un apagón tan prolongado.
Y tampoco la Argentina, en su totalidad, con sus 44 millones, como pronto sabré, porque necesitado de noticias salgo a las escaleras y bajo.
Afuera, todo sigue gris. Poca gente, como cada domingo. Pocos perros, como no es normal los domingos. Tengo que caminar hasta la esquina para dar con alguien que me informe. El encargado de un edificio cercano está en la puerta de un comercio que aun en tinieblas presta servicios. También veo abierta una verdulería. “Ha sido en el complejo hidroeléctrico de Yacyretá”, me dice el hombre, y sigue: “Se afectó Uruguay, parte de Brasil, Chile…”. El complejo de Yacyretá está situado entre Argentina y Paraguay.
Escuchándolo pienso que ha sido, en efecto, como una catástrofe, sin alcanzar dimensiones mortales.
Espero que nadie se haya suicidado hoy, porque recuerdo que en otras ciudades del mundo un apagón logró desesperar a la gente hasta hacerlas perder el control. Pero, control tiene el argentino. Hay tantos psicólogos por aquí, es todo tan cíclico; en efecto, tan adrenalínico.
“La dependencia eléctrica de las ciudades modernas es otra gran vulnerabilidad, le digo a mi esposa”. Aun cuando se restablece el servicio eléctrico, ausente entre las siete de la mañana y la una de la tarde, no encuentro en funcionamiento las páginas oficiales del gobierno. Visiblemente también ha habido fallas en ellas y me salta el cartel de: “Lo sentimos, estamos en mantenimiento”. Solo después doy con la noticia de que a las tres de la tarde el secretario de Energía, Gustavo Lopetegui, dará una conferencia de prensa.
Sobre las dos, Edesur, una de las compañías suministradoras de electricidad decía en su twitter: “La falla en la red que originó el apagón a nivel nacional se originó en una conexión de transporte de electricidad entre las centrales de Yacyretá y Salto Grande, en el Litoral argentino. Esto activó las protecciones de centrales generadoras, que salieron de funcionamiento y produjeron el apagón. La normalización del servicio ya alcanzó a 1.064.000 clientes”.
Tampoco este domingo era un día normal, en cambio. Además de celebrarse el Día de los padres en materia política cuatro provincias elegían sus autoridades locales: Formosa, San Luis, Santa Fe y Tierra del Fuego. Por el apagón la gente salió a votar a oscuras. Otros ni siquiera pudieron trasladarse.
Solo en Buenos Aires las líneas de trenes Roca, Mitre, Urquiza y Sarmiento estuvieron interrumpidas. Dejó de funcionar el subte y los hospitales y aeropuertos prestaron servicios con sus grupos electrógenos de emergencia, cosa que sucedió en algunos otros establecimientos.
A las 3 y 23 comenzó la conferencia de prensa. Entonces, dijo Gustavo Lopetegui que solo el 57 por ciento ya estaba conectado y que Tierra del Fuego fue la única que no padeció el corte por no pertenecer al sistema nacional energético. “Estas fallas en el sistema de transporte ocurren con asiduidad, lo que sí es anormal es la cadena de acontecimientos que causaron la desconexión total”, dijo: “Se produce de manera automática. Son las computadoras”.
En quince días debe haber un informe que explique las causas del insólito suceso, porque algunos periodistas no dejaron de introducir el tema de la posibilidad de un sabotaje. “Se deben contemplar todas las hipótesis”, dijo Carlos García Pereira, el director general de Transener, la principal transportista del país, presente también la rueda de prensa.
Pese a esto, recalcó Lopetegui “el sistema argentino es muy robusto, esto no tenía que haber ocurrido. Es algo muy grave. Hay que llegar hasta el final para saber qué pasó.”
En tanto, en las redes los argentinos empiezan a reírse de la circunstancia, de los gobiernos, del anterior y de este, de Macri que hace unos meses se reía de Venezuela por lo del apagón.
Poco a poco va llegando la corriente a la Argentina. Con ella, también la normalidad y con esta puede que el apagón, entre frío y lluvia, se vaya difuminando.