En la madrugada del 2 de marzo de 2009 el entonces presidente de la república africana de Guinea Bissau, Joao Bernardo Vieira (Nino) fue asesinado a machetazos por un grupo de 80 soldados que lo sorprendieron durmiendo en la sala de su oficina.
Nino se encontraba allí porque en dos intentos de golpe anteriores los atacantes destruyeron parcialmente el palacio presidencial, antigua residencia del gobernador portugués en los tiempos coloniales.
Horas antes de que el presidente fuera asesinado, una bomba había explotado en la oficina del Estado Mayor, matando a su comandante, Assumana Mané, entonces su enemigo jurado.
Como desde la descolonización (1974) las fuerzas armadas, la antigua guerrilla, se habían hecho con el poder, inmediatamente comenzaron las rencillas. Y Nino siempre intentó alcanzar el poder. Promovió dos golpes de Estado. La primera vez fue sacado por otro golpe protagonizado por el entonces jefe del Estado Mayor. Y la segunda salió del poder muerto a manos de soldados leales a Mané.
Los soldados ejecutaron a Nino porque creían que había sido el autor de la muerte de su jefe. No tuvieron piedad. Le dispararon a mansalva, pero como no murió al momento, creyeron que estaba protegido por los dioses. Cuenta el escritor Frederick Forsyte, que estaba en Guinea Bissau ese día, que no logrando asesinar a Nino, los soldados rebeldes desenfundaron sus machetes y terminaron el trabajo.
Pero pese al historial de golpes e intentos de golpe, todo este incidente no tuvo que ver con política interna. Semanas más tarde, la prensa europea sacaba a relucir la verdad. Desde hacía años el narcotráfico había transformado el país en un punto del trasiego de Colombia a Europa. La penetración era tan profunda, que Naciones Unidas consideraba y aun considera a Guinea Bissau un “narcoestado”.
Todo comenzó con la complicidad de Mané, que controlaba la Marina y visitaba frecuentemente las villas ocupadas por los colombianos en la costa del Atlántico, como la de Ricardo Ariza Monje, a la sazón líder de las operaciones de narcotráfico en el país. Nino siempre se opuso.
Semanas después varios periódicos portugueses, que siempre tuvieron buenas fuentes en la excolonia, insistían en que el narcotráfico estaba detrás del bombazo. Prueba de ello es que nunca fueron perseguidos. Guinea Bissau sigue siendo el único narcoestado africano.
Por eso el asesinato esta semana del presidente de Haití, Jovenal Moïse, en un país que desde hace años la agencia antidrogas estadounidense (DEA, por sus siglas en inglés) califica como un paraíso para la ruta del narcotráfico del norte de Sudamérica hacia Estados Unidos, evoca un escenario muy similar a lo sucedido en Guinea Bissau.
Las especulaciones, por ahora, abundan. Parten del hecho de que en el comando que eliminó a Moïse había 26 colombianos y dos estadounidenses de origen haitiano. Que el mandatario está muerto es un hecho, como es una realidad que 16 colombianos y los dos hombres de origen haitiano se encuentran detenidos. Faltan todavía por encontrar seis colombianos que, quizás, han logrado alcanzar la frontera si no fueron sacados de la media isla por mar.
¿Quién mató entonces al presidente? El viernes el gobierno de Estados Unidos envió a Puerto Príncipe, la capital haitiana, a un grupo de trabajo formado por agentes de la DEA y el FBI. Según supo OnCuba, comenzaron a barajar dos posibles avenidas: lo mató la clase política o el narcotráfico. O ambos.
La clase política tenía una vieja deuda con Moïse. Cuando llegó al poder hace tres años, en unas elecciones que han sido bastante cuestionadas, acabó con el Tribunal Supremo y colocó jueces afines. El año pasado cerró el Parlamento prometiendo nuevas elecciones, una vez que el legislativo raramente cumplía su voluntad. El cierre del Parlamento agudizó aún más la crisis. Trajo violencia a las calles. El presidente era cada vez más cuestionado.
Moïse nombró un nuevo primer ministro, pero el magnicidio se adelantó y el nombrado no asumió el poder. Haití tiene ahora dos primer ministros. También dos Constituciones. Hace unos meses, el mandatario alteró por decreto el texto constitucional, pero solo incluyó el cambio en la versión en francés (falta actualizar la versión en creole). Así las cosas, nada fue resuelto. Desde el inicio del año pasado Moïse siempre gobernó por decreto, aun cuando el Parlamento estaba funcionando.
La crítica del mandatario a los políticos era que trabajaban poco. Pero también no prestar atención al problema del narcotráfico y embolsillarse los fondos para el desarrollo. Los políticos respondían diciendo que, en realidad, el responsable era el mismo Moïse.
Desde hace años, cualquiera que viaje a Haití y preste un poco de atención al entorno verá un aumento de la población extranjera en barrios pudientes como Petión Ville. Y que hay extranjeros hablando en español latinoamericano. Si es suspicaz, el visitante no tendrá problemas para percatarse de que provienen de Sudamérica.
Sería un indicio del ingreso de narcotráfico al país, que ha recurrido a la corrupción llevando Haití a una crisis política permanente.
Una fuente de la DEA en Puerto Príncipe le dijo ayer sábado a un grupo de periodistas que las dos partes pudieran tener responsabilidad en el magnicidio partiendo del principio de que odiaban al presidente por su intento de combatir el narcotráfico, pero lo cierto es que las investigaciones se van a prolongar. El FBI y la DEA van a tener que hurgar mucho.
A los investigadores estadounidenses les es más fácil seguir la pista del narcotráfico por la presencia de los colombianos (y su experiencia en Colombia) porque casi todos son exmilitares desmovilizados que pasaron al sicariato o se hicieron mercenarios. Desde los tiempos de Pablo Escobar, el narcotráfico los usaba para eliminar a sus oponentes.
La fuente, que será preservada, fue clara. Dijo también que los primeros investigadores tienen la percepción de que el presidente fue asesinado por un conjunto de circunstancias que pueden incluir la cooperación entre políticos y narcotraficantes, pero sin duda con mercenarios. Entre otras razones, porque sin los políticos los narcos no pueden controlar un país que se ha transformado en un narcoestado.