El G20 es un parto de las crisis. Así lo dice su historia, a la que, con más caprichos que rigurosidad, dividido en tres etapas. La primera es de 1997-2001, época repleta de corridas financieras –Asia, 1997; Rusia, 1998; Turquía 2000; Argentina 2001. Por entonces cumbre ministerial con jefes de bancos, el G20 nace en ese paisaje.
La segunda etapa, entre 2002 y 2007, se caracteriza por la rebelión de las potencias emergentes. Las “nuevas economías” pujantes cuestionan la arquitectura prefabricada por el grupo de los 7 (Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Francia, Alemania, Italia y Japón; luego con Rusia, el G8). La tercera etapa se inaugura en 2008. La crisis financiera en EE.UU. y sus coletazos obligan a pensar consensos entre la diplomacia de los veinte.
Así llegamos a hoy, donde algunos interrogantes se imponen: ¿A qué etapa pertenece la cumbre Argentina 2018? ¿Qué refleja? ¿Confirma la muerte del orden de posguerra y el ascenso de una multipolaridad devenida en “empate hegemónico”? ¿Cristaliza la desigualdad creciente de un mundo donde apenas 8 personas –todos hombres, claro– acumulan la misma riqueza que otros 3,600 millones? ¿Expresa la hora de América Latina, anfitriona debutante? ¿Qué significa el G20?
Como todo evento, su interpretación depende del observador. Lo que queda claro es que, tanto para unos como para otros, el G20 es una especie de significante vacío para hablar sobre nuestra aldea global. Caminarlo y registrarlo araña un imposible: recorrer el mundo en un día.
El Centro Internacional de Medios, donde se reúne la prensa acreditada, tiene algo de cena de egresados. Personas de trajes y vestidos, rodeadas de bandejas y mozos, miran en pantallas gigantes el arribo triunfal de personas iluminadas por cámaras.
Entre los periodistas hay una danza de naciones, los más variados idiomas, las más diversas caras. Cada uno sigue a su presidente, en su cobertura, su mundo. Sin embargo, cuando Vladimir Putin, presidente de Rusia, saluda efusivamente al príncipe de Arabia Saudita Mohammed Bin Salman, un murmullo riega el salón. Ni un mandatario ni otro son devotos de la “libertad de expresión”, sus prontuarios son espesos. La reacción de los periodistas es sentida: aquel apretón de manos no solo es una noticia global, también es una ofensa al gremio.
La mañana se corta por la conferencia de la ministra de seguridad argentina, Patricia Bullrich. En un salón inmaculado Bullrich cuantifica el magnánimo operativo para contener la protesta de la tarde: 3 anillos de seguridad; 3,500 custodios internacionales; 5,000 gendarmes; 4,000 policías federales; 2,600 agentes de prefectura naval; 1,800 policías de seguridad aeroportuaria; 9,000 agentes de la policía bonaerense y metropolitana; 4 carros de asaltos blindados; 30 motos de alta cilindrada; 6 aviones de combate A4 y Super Étendard; 4 helicopteros; 2 lanchas rápidas; 200 buzos tácticos. Ante las cámaras globales, la ministra espectaculariza la fuerza del Estado. Repite varias que Argentina “volvió al mundo”. Un país confiable es un “país seguro”.
Decido ver el operativos en acción. En la calle hay un despliegue de la seguridad que tiene algo de performance, busca producir emociones: miedo, intimidación, protección, presencia, inferioridad. Las aceras están vacías, el gobierno no dejó ni a las personas en situación de calle. Sobre el cemento aledaño al obelisco porteño se desparraman uniformes verdes y azules. Las fuerzas de seguridad están en la “previa” a la marcha.
Mientras tomo fotos se me acerca un gendarme cuya única humanidad visible son sus ojos, el resto es protección, o amenaza. “No les saques a los que duermen, es el único momento que tienen para descansar, hace 3 días que no paramos”.
Camino en dirección a la marcha y veo que tres jóvenes son detenidos. Les ocupan limones, petardos, máscaras, martillos y un pañuelo negro que dice “campaña nacional por un Estado Laico”. Todos son menores de edad.
Las actividades contra el G20 comenzaron el lunes 26 de noviembre. Hubo una nutrida jornada llamada “Semana de Acción Global, Fuera G20 FMI”. Allí se reunieron decenas de organizaciones, instituciones, partidos políticos y ONGs no solo para repudiar “la gobernanza global” sino también para proponer una agenda alternativa.
En la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires hubo charlas, seminarios, foros y encuentros con las más diversas temáticas: feminismo, ecosocialismo, derechos humanos, alimentación sustentable, medios de comunicación, entre otros. Al igual que la cumbre de mandatarios, o el centro de prensa, se dio una cita para discutir “el mundo”.
Uno de los espacios de mayor convocatoria fue el Foro feminista contra el G20. Iniciativa reiterada en las mujeres con las que charlo. Una es Bernardette, integrante de la “Articulación de Mujeres Brasileras” que, desde el norte de Brasil, viene cantando a favor de Lula y en contra de Bolsonaro. Algo similar dice Estefanía Camera, uruguaya residente en Argentina y parte de A Turma da Bahiana, una asociación cultural argento-brasilera. Estefanía también pertenece a “indeleble afroargentinidad” un espacio dedicado a problematizar lo que Argentina niega: sus orígenes y persistencias africanas. Por último, Paloma Rubin, integrante de la ONG CISCSA y de la Articulación Feminista Mercosur, también se conmueve al hablar del Foro feminista. “La Palo” me lo cuenta en cordobés.
Las tres mujeres, en diferentes tonadas y grados de melanina, se sensibilizan al hablar de una experiencia puntual del foro: los tribunales feministas. Allí ellas denunciaban las cotidianas violaciones de derechos que la justicia patriarcal mundial omite en complicidad. Mexicanas relatando la caravana migrante, colombianas revelando expulsiones de tierras, argentinas enumerando feminicidios, brasileras maldiciendo los agrotóxicos. El tribunal, compuesto por especialistas, sentenciaba al machismo, al patriarcado, a la heteronorma, al capitalismo, al racismo, al colonialismo, a Monsanto. Una opresión global narrada en clave personal. Justicia coloreada con glitter.
La apoteosis de las acciones contra el G20 es la marcha. Caminan más de 70,000 personas en columnas detrás de las más diversas banderas y consignas: en un mundo entra un infinito de demandas. Contra todo pronóstico la marcha no tiene ningún incidente serio. La tensión estuvo en la previa con la detención, por ahora inexplicable, de los apoderados del partido PTS del Frente de Izquierda. Al final de la marcha se lee un documento firmado por 55 organizaciones que, al mismo tiempo que critica al G20, exige un “otro mundo posible”.
El G20 es un ritual global. Un megaevento donde el mundo se imagina como un todo. Prima una narrativa planetaria, englobante, mundializada, que no debe confundirse con un orden cimentado exclusivamente sobre el consenso y la diplomacia. Aunque el internacionalismo sea el estilo –de los mandatarios, la prensa o las organizaciones sociales– el conflicto es el fundamento. Si algo deja en evidencia el G20 es que el orden mundial es una puja de intereses tan distintos como desiguales. Un día en el mundo no solo muestra que cada uno lo imagina desde su lugar, sino también que cada uno de esos lugares, es una trinchera.