Las elecciones del próximo domingo en El Salvador han centrado el foco sobre su actual presidente, Nayib Bukele.
En 2015 lo eligieron alcalde de San Salvador, la capital del país. Ex director de la firma de relaciones públicas de su familia, cambió la imagen de un político tradicional al usar chaquetas de cuero, jeans y gorras de béisbol al revés. Rápidamente construyó una maquinaria dirigida a desbancar a sus críticos.
Cuando fue elegido como presidente, en 2019, se convirtió en el líder más joven de América Latina.
Pero, sin dudas, su ascenso a la notoriedad se produjo en 2022 después de haberle declarado una guerra sin cuartel a las pandillas o “maras” salvadoreñas, uno de los problemas principales de ese atribulado país centroamericano.
Bajo un estado de emergencia, su Gobierno ha encerrado a alrededor de 76 000 personas (más del 1% de la población) en las prisiones.
Su vicepresidente Félix Ulloa ha reconocido que el Gobierno “cometió errores” al detener a miles de personas sin ningún delito. Pero justificó la represión diciendo que era “por el bien del país” y que Bukele era ampliamente popular.
Y remarcó lo siguiente: “A esta gente que dice se está desmantelando la democracia. Mi respuesta es sí. No la estamos desmantelando, la estamos eliminando, la estamos sustituyendo por algo nuevo”.
Para unos, es un héroe que se enfrenta a esas violentas pandillas de manera implacable. Tiene el apoyo de siete a nueve de cada 10 votantes, según encuestas recientes.
Para otros, no es sino un nuevo autócrata del siglo XXI que ha cometido abusos masivos de los derechos humanos y alterado las reglas del juego para concentrar el poder en sus manos.
Las elecciones del domingo son un reflejo de su indiferencia hacia las normas democráticas. La Constitución prohíbe expresamente a los presidentes postularse para un segundo mandato. Pero el año pasado un tribunal pletórico de aliados suyos allanó el camino para otro mandato de cinco años diciendo que había reinterpretado la Constitución.
Lo cierto es que su casi segura consolidará aún más su control del poder. Y las mismas políticas. Tyler Mattiace, de Human Rights Watch, lo considera “uno de los mayores riesgos para los derechos humanos y para la democracia que vemos en América Latina en este momento”.
“Bukele es increíblemente popular, no solo en El Salvador”, dijo. “Vemos un número creciente de personas en países de América Latina que apoyan este tipo de populismo autoritario”.