– Que la gente crea en un proyecto político está bien, es su derecho, pero que lo defienda ciegamente aun cuando va en detrimento de ellos mismos, cuando los empobrece sin tregua, eso demuestra, por un lado, la ignorancia en la que permanecen anegados y, por otro, los hace cómplices del desastre, sin distinción de clase –dice Jonathan Benavidez, catedrático de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Central de Venezuela (UCV).
A las afueras del auditorio naranja de la Universidad unas 2 mil personas esperan el arribo de Juan Guaidó. El representante de la oposición –y autoproclamado presidente interino de la República. Adentro todo está copado entre estudiantes, docentes, trabajadores, representantes políticos, diputados y periodistas.
– No te creas que solo es así, también hay mucha gente infiltrada, pero eso es bueno, si escuchan atentamente el “Plan País” que se va a presentar, es muy posible que terminen convencidos de que el cambio que necesita Venezuela es ahora o nunca –alega Jonathan.
Jonathan es profesor desde 1998 y cuenta muchas historias a propósito del deterioro que ha sufrido la Universidad. En el año 2000 la ciudad universitaria fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad y, según él, este reconocimiento no solo se dio por la excelencia académica y las facilidades y beneficios que tenían todos los estudiantes para transportarse, comer, dormir, etcétera, sino que también se fijaron en las instalaciones donde las extensas zonas verdes y el aire fresco armonizaban plenamente con una infraestructura de primer nivel.
– No tengo mucho que decir. Solo camina un poco y observa, para que te des cuenta de que nada de lo que pasa acá es cuento: los baños no funcionan, los pasillos permanecen sucios, muchas aulas no tienen pupitres y si los tienen están destartalados, la biblioteca entra en paro cada vez que a alguien le da la gana, antes teníamos miles de estudiantes en los comedores, ahora con suerte se atienden 100 o 200 al día con comida de muy mala calidad, nadie cuida los jardines y los sueldos de los profesores, mejor ni hablar, pasamos de ganar en promedio 2 mil dólares al mes a devengar 50 o 60 –complementa Jonathan.
Las clases fueron suspendidas a las 9 de la mañana y un gran dispositivo de seguridad tomó las inmediaciones del auditorio. La esposa de Leopoldo López, Lilian Tintori, llega. La gente grita, un par de chicas se desmayan, Lilian camina, con su cabello rubio perfecto y presa de un inmoderado movimiento de caderas, saluda a la turba, que le pide autógrafos y selfies.
La rockstar entra al auditorio. Todo vuelve a la normalidad.
– Lo que proponemos es sencillo decirlo, pero muy complicado de llevar a cabo. Para eso debemos estar unidos. El “Plan País” tiene dos grandes ejes. Uno: que el Estado vuelva a estar al servicio de una ciudadanía libre, consciente y empoderada de sus derechos civiles. Dos: devolver a Venezuela su lugar en el mundo y limpiar su nombre en las instituciones globales, reinsertándola económica y políticamente –dice Deisy Urdaneta, estudiante de la Escuela de Derecho.
Ahora bien, este es un acto político. Para muchos enteramente peligroso, pero necesario. La UCV es de los últimos reductos públicos que la oposición puede pisar, por lo menos en Caracas, con la intención de ejercer proselitismo. Es una carrera contra reloj no solo por ganar adeptos, sino también por marcar territorio. Está claro que tanto las zonas más populares y deprimidas de la ciudad (oeste caraqueño) tienen ese sello rojo –así sea figurado–, además de los sectores administrativos y comerciales del centro que, por obvias razones, siguen jalando hacia la izquierda del espectro.
En esta concentración, los conceptos y abstracciones en materia política van y vienen como las brisas que cortejan el campus. El paisaje es el natural desde los tiempos en los que la gente empezó a disentir con el esquema organizativo y ejecutivo chavista: banderas de Venezuela, mensajes de unidad, de apoyo internacional, llamados a elecciones y, lo nuevo: loas a Guaidó.
La gente dice una cosa y otra y otra, aun cuando nada tenga sentido. Aun cuando todo pueda llegar a ser sumamente coherente. La lucha cotidiana es verbal. Lo ideológico ya no está al orden del día: son dos facciones, un choque de trenes que no puede salir del binarismo. O estás de acuerdo o estás en contra. Y ahí se acaba la discusión. Si coincidimos, perfecto, podemos seguir hablando.
Esta es la metáfora capital de la actitud de los líderes, la radiografía de la calentura: el diálogo es traición.
De cualquier manera, escuchar a la oposición es macerarse en la especulación. En esto el chavismo tiene mucho camino ganado con discursos no más sólidos, pero sí cabalmente memorizados: uno más uno es dos más uno tres. Y punto. Tal vez la única palabra certera y real que abandera la oposición es “Cambio”.
– Te digo una cosa compadre, lastimosamente lo único que va a sacar a Venezuela de todo este problema es la intervención militar. Eso es inminente. Los gringos ya tienen lo suyo, allá en la frontera con Colombia, y si este tipo (Nicolás Maduro) no renuncia, o por lo menos no llama a elecciones, pues bueno, nos jodemos nosotros, los venezolanos. Es triste pero eso es lo único que puede hacernos mudar de aires –argumenta Pedro Freitez, un agente de seguridad que permanece atento a cada cosa que pasa a las afueras del auditorio.
Un corredor humano aguarda la llegada de Guaidó. Una hora, dos horas. Decenas de periodistas y fotógrafos esperan poder sacar una declaración o una imagen exclusiva del flamante presidente interino de Venezuela. Casi al borde de cumplir la tercera hora de plantón, sobre el mediodía, se deshace el corredor y la gente empieza a correr desordenadamente hacia la parte posterior del recinto.
Juan Guaidó camina escoltado por varios hombres. No se sabe qué brilla más, si su sonrisa o su corbata celeste. La confusión, tanto como el polvo, hacen imposible la escena. La temperatura asciende a los 27 grados, pero los ánimos están por los 40.
– Nadie conocía a Guaidó, eso es cierto, pero eso que tú estás viendo ahí es la manifestación de la juventud que está cansada, no de algunas cosas, sino de todo. Guaidó no es un redentor, es una transición; el que te lo venda de otra manera te está mintiendo. Este Estado fallido en el que vivimos tiene que reconocer que está derrotado desde donde se le mire: geopolítica, social y humanitariamente –comenta Ahmed Sabal, politólogo y –según él mismo– asesor de la oposición.
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A Hugo Chávez lo llaman “el insepulto”. Algunos dicen que aun después de muerto sigue gobernando, a diestra y siniestra, y que Maduro tiene esa sombra y lo que intenta, cada día que pasa, es sacársela de encima. Esa necesidad que tiene el “presidente saliente” –así le dicen ellos a Maduro– de valerse por sí solo, de mostrarse autónomo e independiente de su mentor, es la que tiene al país, según muchos, navegando en la “soberanía del hambre”.
– Maduro sigue el legado de Chávez, eso es claro, innegable, lo que pasa es que intenta ser más chavista que Chávez e innovar la política con esa impronta con ínfulas y perspicacias que él no tiene ni podría adquirir. Yo mismo conozco muchos chavistas antimaduristas que hablan de las tres vidas venezolanas: una antes de Chávez, otra durante sus gobiernos y una última, lamentable, después de él –dice Ahmed.
Según se dice, el venezolano promedio ha bajado de 5 a 10 kilos en los últimos tres años. La dieta básica “popular” se convirtió en la caja CLAP (Comité Local de Abastecimiento y Producción) que entrega, casa por casa, un mercado (2kg de arroz, 1kg de lentejas, 1kg de fríjoles, 4 latas de atún, 2 litros de aceite, 2kg de pasta, 2kg de harina de maíz, 250grs de mayonesa, 250grs de kétchup, 1kg de azúcar y 1kg de leche en polvo) que mensualmente alcanza, con suerte, para una comida diaria de una familia de tres integrantes. El resto es sobrevivencia.
– La gente pasa comiendo legumbres varios días seguidos y así no hay aparato digestivo que aguante y después te enfermas y vas a curarte y te enfrentas con que no hay medicinas, con que los hospitales se están cayendo a pedazos. En muchas zonas de la ciudad el agua se va diariamente y a veces la luz es una cuestión de magia: aparece por aquí, se va por allí. La gente vive muriendo arropada por un sistema que supuestamente estaba hecho para que todos vivieran viviendo. Felices. Es el patrón de la escases. Un bucle. No hay comida suficiente y la que hay no se puede pagar, o bien porque es muy cara, o porque simplemente no hay dinero. Las tasas de mortalidad infantil en Venezuela están por las nubes y eso a ellos parece no importarles. Debo decir, como opositor, que nos estamos preparando para la invasión, es lo peor que le puede pasar a Venezuela pero lo único que puede servir para desmantelar esta corruptela –añade Ahmed.
Los aires bélicos se respiran por doquier. De lado y lado del tablero de ajedrez se escuchan, a diferente escala, opiniones diversas. Algunos están dispuestos a hacerse matar en nombre de la Revolución Bolivariana, contra quien sea, otros esperan que el golpe no sea tan fuerte y se pueda seguir viviendo en el hipotético escenario de una ocupación y, los más impasibles, están esperando la chispa que estalle todo para tener la excusa perfecta e irse definitivamente.
– Yo me quiero ir para un lugar donde no haya venezolanos, pero a este ritmo el lugar en el mundo donde menos venezolanos va a haber es en Venezuela y, quizás ahí, todo pueda solucionarse –subraya Kelvin Sánchez, estudiante de antropología.
En la oposición muy pocos creen en la posibilidad real de una salida pacífica al conflicto, mientras el oficialismo sigue aceitando su discurso, que no es guerrerista, pero que se apoya en un compacto sentido de resistencia y ¿qué es la resistencia sino un estado de constante defensa y propulsión al ataque?
– En Venezuela somos expertos productores de petróleo y de milagros. Esperamos que lo segundo pueda producirse con suma urgencia –dice Eduardo Rothe, reconocido filósofo y periodista de teleSUR.