El año pasado a esta altura, el 18 de diciembre de 2022 por la tarde, había un clima soleado, cálido, primaveral en todo el territorio argentino. Durante una semana 5 millones de personas salieron a la calle para celebrar el Mundial de fútbol dejando atrás cualquier preocupación económica y cualquier diferencia social o ideológica. Fue el momento de mayor unidad y alegría nacional en la historia contemporánea del país. Un año después, el Mundial es nostalgia. Hace frío en Buenos Aires aunque esté por comenzar el verano, un temporal azotó la zona más poblada del país y la sociedad atraviesa un pico de polarización, inflación e incertidumbre mientras asume un nuevo presidente.
Con todo esto de fondo, como si sonara una música de tonalidades menores y cuerdas tensas de película de suspenso transcurrieron los primeros días del Gobierno de Javier Milei. El inicio de su mandato, signado por las políticas de choque, tuvo una intensidad excepcional que lo ubican —tal como se titula un documental sobre la llegada de Jair Bolsonaro al poder en Brasil— al filo de la democracia. Cuatro mega sucesos lo ilustran.
La mega devaluación
El primer golpe de efecto del nuevo Gobierno fue una serie de medidas económicas radicalmente ortodoxas anunciadas por el ministro de economía, Nicolás Caputo, el segundo día de mandato. Entre ellas devaluó la moneda un 54 %, suspendió la obra pública, disminuyó los subsidios a la energía y el transporte.
El impacto fue inmediato: al depreciar la moneda congelando ingresos, encarecer el precio de los bienes y servicios con la quita de subsidios, y enfriar la economía desactivando la obra pública, un poder adquisitivo que ya venía golpeado se derrumbó súbitamente, mientras la inflación y el desempleo comenzaron a dispararse.
Se trata de la “estanflación” que adelantaba Milei en su discurso de asunción: “No hay alternativa al ajuste y no hay alternativa al shock. Naturalmente, eso impactará de modo negativo sobre el nivel de actividad, el empleo, los salarios reales, la cantidad de pobres e indigentes”, dijo.
El 20 de diciembre de 2001 el presidente Fernando de la Rúa renunció y se marchó en helicóptero de la Casa Rosada por el peligro que suponía para él atravesar una Plaza de Mayo enardecida por sus políticas de ajuste. Veintidós años después, la esperanza de un sector de la población está emparentada con el sacrificio: es la primera vez que un candidato hace campaña con esas medidas en carpeta, el 55 % del país lo vota y, cuando las hace oficiales como presidente, una plaza popular lo aplaude.
El mega temporal
El sábado 16 de diciembre sopló el viento más fuerte del siglo en la Provincia y la Ciudad de Buenos Aires. Hizo volar y caer árboles y techos. La ciudad más afectada, la única en la que hubo víctimas fatales, fue Bahía Blanca, 600 kilómetros al sur de la capital del país. Fue lo más parecido a un tornado tropical en una región más cerca del polo sur que del Ecuador, poco preparada para estos fenómenos. El presidente Milei viajó a Bahía Blanca vestido de militar.
Todos esperaban que el mandatario anunciara un paquete de ayudas post catástrofe; pero cuando llegó a un gimnasio destruído por la tormenta les dijo en conferencia de prensa a vecinos y autoridades locales: “Estoy seguro de que saldrán adelante con los recursos que ya tienen”.
El mega operativo
El miércoles 20 de diciembre se cumplieron veintitrés años de la revuelta de 2001. Diversos partidos de izquierda y movimientos sociales se convocaron para marchar hacia el centro de la ciudad de Buenos Aires, como siempre lo hacen en la fecha; pero esta vez, además, en protesta por las medidas económicas de Nicolás Caputo. La ministra de seguridad, Patricia Bullrich (otrora competidora por la presidencia frente a Milei), diseñó un operativo que implicó miles de policías custodiando las calles, los trenes y los autobuses. El vocero presidencial, Manuel Adorni, anunció que enviarán la factura por el coste del operativo a quienes se manifestaron.
En varias ocasiones, en una escena que remite a los tiempos de la última dictadura militar, la policía detuvo a transeúntes o pasajeros de los buses por tener “aspecto de manifestantes”. Por los altavoces de las estaciones de tren y en las pantallas que muestran los itinerarios se podía escuchar y leer, como en una novela orwelliana: “El que marcha no recibirá ayuda social”, y mensajes similares. Además, se habilitó una línea telefónica para denunciar a manifestantes.
El mega decreto
El mandato de Milei comenzó con el presidente dándole la espalda al Congreso. Fue un acto literal (recibió la banda presidencial y, en vez del tradicional mensaje a la Asamblea Legislativa, se dirigió a las escalinatas del parlamento para dar su discurso inaugural) que luego tendría su reafirmación legal. En un hecho inédito, el miércoles 20 de diciembre, a través de un decreto de necesidad y urgencia, el presidente modificó 300 leyes, sin debate ni trámite legislativo.
Los decretos de desregulación económica “para impulsar el crecimiento del país” incluyen, por ejemplo, la derogación de la ley que regula los precios de los alquileres, la ley que evita el desabastecimiento y la ley que limita la extranjerización de tierras. Además, se mencionan cambios en el régimen laboral, privatización de empresas estatales y reformas que eliminan los topes de precio en el sector de la medicina prepaga. El decreto contiene otras medidas que no tienen que ver con la macroeconomía y que a priori no revisten ni necesidad ni urgencia, como la derogación de la ley de manejo del fuego o la transformación de los clubes de fútbol en sociedades anónimas.
Una comisión bicameral del Congreso tendrá diez días para rechazar la validez del mega decreto presidencial entero, a paquete cerrado, sin poder discutir punto por punto. Mientras tanto, la mayoría de las medidas incluídas están vigentes y habilitan la dolarización de las transacciones económicas, una fuerte flexibilización laboral en favor de las empresas en desmedro de los asalariados y la transferencia de sectores estratégicos en manos del Estado, como la industria satelital o aeronáutica, al sector privado y transnacional.
Las alarmas
Cada uno de estos mega episodios es una alarma que vaticina la proximidad de cuatro escenarios concretos si no se corrige la dirección: la pobreza aumentará, el Estado se ausentará, la policía reprimirá, la división de poderes se diluirá. Para Milei, es la forma de estabilizar el país.
El periodista Iván Schargrodsky afirmó: “¿Saben dónde toman estas decisiones los presidentes? En los países a los que Milei no quiere enviar embajador”. Hace alusión a la reciente medida por la que Milei ordenó no enviar embajador a Nicaragua, Venezuela y Cuba; aunque son decisiones que están tomando sobre todo líderes admirados por el presidente argentino, como Nayib Bukele en El Salvador
Más allá de la dudosa legalidad de muchos de los primeros actos del nuevo ejecutivo, de fondo hay un concepto, un mensaje. Estas han sido las maneras que Milei ha encontrado —aludiendo a “la peor herencia de la historia dejada por el Gobierno anterior”— para comenzar a dibujar un estado de excepción.
En el ensayo “Cómo mueren las democracias”, los politólogos estadounidenses Levitsky y Zilbatt afirman que cuando Trump fue elegido, “era un momento en el que las normas que en el pasado protegían la democracia empezaban a soltar amarras”. La democracia argentina cumplió cuatro décadas el día que asumió Milei y ya vive a pleno su crisis de los 40. Está a prueba. Las democracias hoy mueren, dicen Levitsky y Zilbatt, no ya a través de golpes de Estado tradicionales, sino a través de autócratas que ganan elecciones, o incluso antes, “cuando se incorporan extremistas en el sistema general”.