Mientras el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, elevaba su retórica antiinmigración antes de las elecciones legislativas del martes, los exhaustos centroamericanos que avanzan a pie por el sur del México con la esperanza de llegar a suelo estadounidense dijeron estar en su mayoría perplejos y molestos por unas amenazas que consideraron exageradas.
Trump pasó los últimos días de la campaña hablando de inmigración en un intento de movilizar a los votantes republicanos, y su objetivo favorito fue la caravana de casi 4,000 personas que está a poco más de mil kilómetros del paso fronterizo más cercano. Otros tres grupos más pequeños avanzan por detrás.
El mandatario declaró recientemente que planeaba firmar una orden para detener a los migrantes que crucen la frontera sur y prohibir que quien sea descubierto ingresando de forma ilegal pueda solicitar asilo. Ambas proposiciones plantean dudas legales.
Trump afirmó, además, que dijo a los soldados movilizados en la frontera suroeste que si se enfrentan a migrantes que les lanzan piedras, deberían reaccionar como si éstas fueran “rifles”.
“Si alguien lanza piedras o rocas, como hicieron en México, se les podrá disparar”, dijo.
“Es pura ignorancia que piense así, no es lo mismo una piedra que una rifle”, respondió Marta Cuellos, una migrante de 40 años de Tegucigalpa, la capital de Honduras.
Aunque algunos migrantes se enfrentaron a la policía mexicana en un puente en la frontera con Guatemala, la mayoría de los integrantes de las caravanas son pacíficos y dicen huir de la violencia y la pobreza en sus países de origen. Quienes recorrían el estado sureño de Oaxaca el viernes apuntaron que no buscan problemas.
Cuellos contó que en Honduras regentaba una cantina pero se marchó porque ya no podía pagar el alquiler y estaba siendo acosada por la policía. Convenció a su hermana de 35 años para que la acompañase en el viaje y señaló que lo único que quiere es trabajar y una vida mejor en Estados Unidos. Este será su segundo intento de lograrlo. Cruzó la frontera hace siete años pero fue deportada el año pasado.
Selvin Maldonado, de 25 años y natural de Copan, Honduras, dejó a su esposa y a una hija bebé en casa para buscar una vida mejor para criar a sus hijos. Dennys, su hijo de 5 años, lo acompaña en la marcha.
“Lo que dijo Trump es una estupidez”, afirmó Maldonado a su paso por la localidad de Donaji. “Yo no quiero atacar a la policía porque pienso en mi hijo”.
Los migrantes también rechazaron que el presidente describiese la lenta caravana y las tres más pequeñas que siguen su camino de “invasión”. Trump propuso detener a los migrantes en enormes ciudades de tiendas de campaña levantadas en la frontera.
“Nosotros no somos asesinos”, aseguró Stephany López, una salvadoreña de 21 años que viaja en el primer grupo. “Solo queremos que nos deje trabajar unos años, luego si quiere que nos deporte”.
López señaló que la madre del dirigente, que nació en Escocia, era una inmigrante.
“Debería pensar en que nosotros somos igual. Los emigrantes han sido los que han levantado a ese país”, agregó.
El secretario de Justicia, Jeff Sessions, dijo en junio que la violencia doméstica y de las pandillas ya no sería aceptada generalmente como un motivo para otorgar asilo. Trump afirmó esta semana que los participantes en las caravanas no obtendrán protección –aunque la ley estadounidense les permite pedirlo– y les advirtió que diesen la vuelta.
La vehemente oposición y la dura retórica del gobierno de EE.UU. hizo que al menos algún migrante sopese las alternativas.
Tifany Morandis, de 19 años, viajaba con su esposo Javier Sánchez, de 28, y sus dos hijos, Ángel de 7 años y César, de 9 meses. Con la nariz y la cara quemadas por el sol después de muchos días en la carretera, dijo que estaba cansada y consideraba detenerse en la ciudad fronteriza mexicana de Tijuana.
“Donald Trump tiene muy complicado todo en la frontera y para estar peleando con él, mejor nos quedamos en Tijuana”, señaló.
Pero muchos tienen esperanza. “Hasta las piedras se ablandan”, declaró Cuellos.