A seis pasos largos de la puerta principal del Congreso de la Nación, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, hay una línea imaginaria donde la avenida Entre Ríos cambia de nombre y se convierte en Callao. Cualquier transeúnte puede pararse ahí y, si es un día despejado y con poco tráfico, puede ver, al fondo de la célebre Avenida de Mayo, la Casa Rosada. Quince cuadras exactas –en línea recta– separan el Congreso de la casa de gobierno.
Esta línea, aunque imaginaria, supone un cambio, no solo de nombre, sino de sentido ideológico, desde aquella primera marcha sucedida a mediados de febrero de 2018, cuando del lado de Callao se reunieron más de 5 mil personas con carteles y altavoces a pedir la despenalización del aborto, mientras que del lado de Entre Ríos unos centenares intentaron elevar una contramarcha.
Ahí empezaron los pañuelazos: el verde en favor del derecho al aborto legal, seguro y gratuito –siempre masivo y chispeante, festivo, cargado de ingenio– y el celeste –inferior en número, inconstante y básicamente frívolo–, a favor de la penalización, y auspiciado por un eufemístico lema: salvemos las dos vidas.
Cuenta Florencia Martínez, antropóloga de 36 años, que ese febrero fue el punto de partida formal de lo que hoy es una incontenible marea feminista: “En menos de una hora se agotaron los cientos de pañuelos verdes que en ese momento salían a 30 pesos (0.70USD), destinados al autofinanciamiento de la campaña. Fue tendencia en Twitter el hashtag #AbortoLegalYa. Ahora son millones los pañuelos en todo el mundo”.
En contraste, Federico Marino, profesor de Matemática de 54 años, se queja porque la policía federal le pide que se retire de la esquina de Entre Ríos e Hipólito Yrigoyen o que, por su seguridad, por lo menos oculte el cartel que lleva en las manos y que reza: “Con mis hijos no te metas”.
“Es increíble, mirá que todas estas pendejas intolerantes pueden hacer cualquier cosa conmigo, y la policía, en lugar de protegerme, me dice que me vaya. No lo entiendo, estamos a favor de la vida y nos tratan como si estuviéramos pregonando un delito. La bandera argentina es celeste, como nuestro pañuelo, me parece que eso dice algo ¿no? Esta es una lucha que va más allá y pretende no dejar hundir a la Argentina en la barbarie y la decadencia”.
Del lado de Callao, extendiéndose en todas direcciones, había una masa verde de decenas de miles de reclamantes, mientras del lado de Entre Ríos, estaba un pequeño contingente de menos de cien opositores.
Pasadas las 7 de la noche la policía decide retirar el cerco humano que tenía dispuesto para evitar la mezcla de las dos manifestaciones y el pañuelazo celeste desaparece en minutos, mientras el verde avanza, bailando, cantando, jugando fútbol, a tomar posesión entera de la fachada del Congreso.
Y todo esto por una sencilla razón: ayer, 28 de mayo, se presentó, por octava vez, un proyecto de ley para despenalizar el aborto. Un documento que alberga algunas pocas y sustanciales reformas en relación al que rechazó el Senado el año pasado. Tal vez la más importante es la que garantiza que todas las personas con posibilidad de gestar puedan practicar un aborto si así lo desean, prescindiendo de órdenes judiciales y trabas burocráticas.
“No solo las mujeres, sino la sociedad entera se verá beneficiada de esta ley. Nosotras queremos que nos garanticen autonomía, que podamos decidir sobre nuestros cuerpos, nuestra vida, nuestro futuro, y esto también incluye a los hombres. Que alguien te diga que esto es solo de las mujeres es porque no entiende nada” –dice Adriana Robles, estudiante de Medicina nacida en Santiago de Chile y habitante de la ciudad desde 2014.
“La vulgaridad y la inconsciencia de estas chicas es imparable. He leído carteles que dicen “Saquen sus rosarios de nuestros ovarios” ¿Viste lo que es? Nada tiene que ver con nada, se inventan cualquier cosa para legitimar su discurso de muerte. Yo creo en Dios pero no lo meto en esto. Solo digo que si él nos puso en esta Tierra es por algo, nada es accidental y bueno, si lo fuera: hacete cargo boluda, o cerrá las piernas” –dice Isabel Demir, oficinista de 38 años.
En Latinoamérica únicamente Cuba y Uruguay reconocen plenamente el derecho a la interrupción del embarazo. Pero en ninguno de los dos países aún es ley. En países como Argentina, Colombia y Perú es legal solo en los siguientes casos, siempre certificado por un médico y en casos extremos por un juez: 1. Cuando peligra la vida o la salud física o mental de la madre. 2. Cuando exista grave malformación del feto. 3. Cuando el embarazo sea el resultado de una violación. En Chile, Brasil, Bolivia, Guatemala, México, Panamá, Paraguay y Venezuela está absolutamente prohibido, aunque se puede llegar a “negociar” si la vida de la madre está considerablemente comprometida.
Las organizaciones y movimientos sociales y ONGs que acompañan el proyecto de despenalización de esta práctica en Argentina, denuncian que los abortos clandestinos son la principal causa de mortalidad maternal en el país y que los sectores socioeconómicamente más deprimidos son los más vulnerables.
Los análisis coinciden en que las leyes restrictivas son directamente proporcionales a la cantidad de víctimas mortales. El pasado 18 de enero, en el Hospital Materno Infantil “Dr. Héctor Quintana”, de la provincia de Jujuy, en el norte del país, le fue practicada una cesárea a una menor de 12 años, que seis meses atrás había sido violada y a quien le fue negado su derecho al aborto, a pesar de ser contemplado por la ley y de que ella lo pidiera. La intervención se llevó a cabo por orden irrestricta del gobernador, ya que los médicos encargados se habían negado a hacerlo. La criatura murió cuatro días después de la cesárea. Nadie escuchó a la madre. Todos decidieron por ella.
“Pedimos educación sexual, la separación de la Iglesia del Estado, derecho a no morir y a vivir decidiendo, igualdad en todo sentido. La maternidad debe ser algo lindo y consensuado, no es que estamos para parirle a la sociedad”, dice Juliana Cardoso, 21 años, estudiante de Filosofía.
El arcoíris humano, tutelado por la uniformidad de un verde esperanza, verde vida, vuelto carnaval, corea fuerte al unísono: ¡Abajo el patriarcado que va a caer, va a caer, arriba el feminismo, que va a vencer, va a vencer! La línea imaginaria se borra. Qué calles ni que nada. El triunfo es una premonición que sabe hacerse esperar. Dentro, en el Congreso, empieza un nuevo camino que desembocará en la consolidación del derecho más fundamental de todos: el derecho a decir Sí o No.
“¡Que sea ley! En Argentina y en todo el mundo” –me repite, emocionada, Susana Andrada, maestra jubilada de 74 años, mientras me convida uno, dos, tres mates, en medio de lo que se ha transformado en un corazón del feminismo mundial.
Bueno… ON CUBA u ON ARGENTINA?