Este miércoles los presidentes de Corea del Sur (Moon Jae-in) y de Corea del Norte (Kim Jong Un) volvieron a reunirse. Ahora en Pyongyang, la capital norcoreana. Han acordado los pasos que siguen para una “península libre de armas nucleares”. Kim dijo que ya comenzó el proceso de desarme y, además, se comprometió a visitar Seúl.
Por otro lado acordaron comenzar las obras para conectar dos líneas ferroviarias, en el lado este y oeste de la península, a través de una de las fronteras más militarizadas del mundo en el paralelo 38. Algo que es del agrado de China, ya que se conectaría por primera vez por tierra con el sur capitalista (y por eso, en el contexto de una guerra comercial, no es del agrado de Donald Trump).
Kim Jong Un será el primer presidente del régimen Juche (como se denomina la versión del comunismo en norcorea) en visitar el sur. Todavía no hay fecha, pero asumió el compromiso. Hasta hace muy poco tiempo encabezaba la lista de amenazas para Occidente. ¿Qué pasó en el medio?
Recapitulando
Desde que Donald Trump asumió, Pyongyang aceleró la frecuencia de sus pruebas bélicas. Sin embargo, una cosa es lanzar un misil y otra más compleja es adosarle una cabeza nuclear que además dé en el blanco. La culata de un misil intercontinental ICBM debe soportar un calor de 7000 grados centígrados a una velocidad de 7 kilómetros por segundo.
Para el Día de la Independencia en Estados Unidos del año pasado –4 de julio de 2017– Corea del Norte lanzó el Hwasong 1, un misil potencialmente intercontinental que recorrió 2802 kilómetros y voló 39 minutos antes de sumergirse en el mar, a 200 km de Japón.
Un ICBM bien hecho podría, de todas formas, llegar hasta Alaska. Ese intento fue ligeramente mejor que la prueba anterior con el Hwasong 12, que voló 700 kilómetros menos. Según los analistas militares de occidente, el Hwasong-12 tenía un potencial suficiente para lastimar todo Japón y la base militar que Estados Unidos mantiene en Guam, una pequeña isla cercana a Filipinas.
Kim Jong Un habría presenciado ese lanzamiento desde “un observatorio en el campo” –según la televisión nacional– y después declaró: “este es un regalo para los bastardos estadounidenses”. Donald Trump respondió por Twitter: “¿Este tipo no tiene nada mejor que hacer en su vida que lanzar misiles?”.
Luego criticó a China por las sanciones que no respeta: “El comercio chino con Corea del Norte creció un 40 por ciento en los primeros cuatro meses de 2017”. Unas horas más tarde, en una sesión del Consejo de Seguridad de la ONU, la embajadora estadounidense Nikki Haley siguió jugando al viejo juego de las amenazas: “Utilizaremos la fuerza con Corea del Norte si es necesario, la posibilidad de una solución diplomática se está cerrando rápidamente”.
Los Estados Unidos y sus aliados de Corea del Sur tienen una superioridad militar aplastante. Pyongyang sólo ha hecho una primera prueba de un misil intercontinental. Trump podría, en un día de furia, lanzar una lluvia de misiles desde cruceros, barcos y submarinos sobre las bases militares de Kim III. El problema de esa “solución final” sería que, si el agredido tiene tiempo para responder, su arsenal alcanzaría para hacer llover toneladas de explosivos sobre Seúl.
Cuando era candidato, Trump se había preguntado en relación a Kim III: ¨¿me pueden explicar por qué no hemos matado a este muchacho aún?¨.
Había, antes del acercamiento, una creencia generalizada en Estados Unidos de que Corea del Norte era un tema difícil de solucionar porque Kim estaba loco. John McCain, ahora fallecido, por ejemplo, había ensayado el bullying con él: “es un niño gordito loquito”.
En los hechos la ecuación era bastante más simple. Y parece que al final, Trump lo entendió. Cuanto más peligroso se mostraba Kim Jong Un, menos chances tenía de terminar como Saddam Hussein o Muammar Gaddafi: buscaba al menos sembrar dudas sobre su capacidad de daño para evitar ser atacado.
Luego de las pruebas del misil ICBM, la cadena británica BBC fue hasta Alaska para ver cómo se vivió allí la amenaza de Kim. Uno de los ciudadanos entrevistados respondió: “Recientemente hubo muchos accidentes con la pesca y ataques de osos polares. Con todo respeto, estamos más preocupados por esos problemas que por Corea del Norte. No hace mucho fuimos el punto de mira de un bombardero ruso, ahora de repente estamos en el escenario internacional otra vez. No va a cambiar nuestra vida cotidiana. Estas cosas van y vienen.”
Como sucedía en Alaska, el miedo fue más un show mediático y político que una sensación real en el llano.
Kim, el occidental
Hay algunos pocos datos objetivos sobre Kim III: se sabe que es el mariscal de la República Popular Democrática de Corea, el primer secretario del Partido Comunista de Corea, el presidente de la Comisión Nacional de Defensa de Corea, el comandante supremo del Ejército Popular de Corea y el “gran sucesor” de Corea.
En las Naciones Unidas se votó llevarlo a la Corte Penal Internacional de La Haya por sus crímenes contra la humanidad, pero nunca se inició el proceso. El joven Kim continuó algunas políticas de su padre, como la construcción de armas nucleares y arsenales balísticos. De manera cíclica recurrió a estrategias de provocación como lanzar misiles al mar o hacer pruebas atómicas para después invitar al diálogo. Su poder autocrático es tan grande que nadie se atreve a criticarlo y ni siquiera a aconsejarlo. Es tanto el líder del Juche que tiene el poder de abrirse al capitalismo.
Es el jefe de Estado más joven del mundo y nació en cuna de oro. Como dijo el especialista ruso Andrei Lankov, “Kim ha tenido una infancia privilegiada no muy diferente a la de los hijos de algunos multimillonarios occidentales”. Vivió su adolescencia estudiando en Suiza, habla inglés y ama la NBA. Invitó al ex basquetbolista Dennis Rodman varias veces a emborracharse en fiestas en yates.
Para Occidente la amenaza en Corea del Norte justificaba la presencia y el desarrollo militar estadounidense allí. Pero en Corea del Sur la gente creció entrenando para refugiarse en caso de ataque nuclear, las estaciones de metro son búnker. Moon se dio cuenta de que era más negocio un norte que no amenace y capitalista, que la continuidad de una guerra de 60 años. Trump vio la oportunidad de un Nobel: ama el show pero más ama los finales que lo tienen a él como héroe.
En el libro Anécdotas de Kim Jong II, editado por el gobierno de Norcorea y traducido a siete idiomas, se relata que un día, cuando Kim Il Sung (abuelo de Kim Jong Un y fundador del régimen) visitó una granja en el distrito de Taehongdan, un granjero le pidió un brindis y le aseguró que cada líder Juche había reencarnado en su sucesor: Kim Jong Il (el papá del actual líder) es en realidad la resurrección de su padre Kim Il Sung. Y que Kim Jong Un, a su vez, es la reencarnación de su padre y de su abuelo: “Por eso aunque nunca he creído en la resurrección de Jesús, no abrigo ninguna duda de que el Presidente será inmortal”, dijo el granjero con la copa en alto. En efecto, Kim solo quería conservar el poder. Igual que sus antecesores. La diferencia es que la reencarnación del fundador tiene muchas más necesidades occidentales.
El nuevo escenario en Corea revela algo que todos los que viven en países con regímenes sin alguna libertad deberían saber. La paz y la guerra (o la promesa de paz y la amenaza de guerra) están determinadas por el dinero: son un negocio. Que se concreten una u otra nada tiene que ver con que los pueblos vivan en democracia.
*El autor de esta nota es coautor del libro de crónicas e investigación “Corea: dos caras extremas de una misma nación” editado en Buenos Aires (2017) y Madrid (2016) por Editorial Continente y Clave Intelectual.