Bangladesh está haciendo lo que sueña la ultraderecha europea y estadounidense: devolver refugiados a la fuerza a sus lugares de conflicto. Pero la brutalidad con la que es tratada la minoría rohingya entre Myanmar y Bangladesh es tan brutal que recibe el rechazo hasta de Donald Trump.
Los planes para enviar a los refugiados rohingya (considerada “apátrida” además de “refugiada”) a Myanmar el jueves han cobrado impulso. Organismos internacionales de Derechos Humanos denuncian que las autoridades han agredido a los refugiados por “negarse a cooperar”.
¡Cómo cambia la imagen de los Premios Nobel de la Paz cuando las cosas se tuercen! Aung San Suu Kyi en una viñeta @AubreyBelford) pic.twitter.com/Z7phGAZx4a
— El Orden Mundial (@elOrdenMundial) September 14, 2017
El ejército, la policía y las tropas paramilitares se han instalado en los campamentos donde viven más de 700,000 rohingya después de huir de una campaña de violencia descrita como “genocidio” por una misión de investigación de la ONU, un genocidio llevado a cabo por el ejército de Myanmar en agosto de 2017.
La líder de Myanmar, no la Presidenta, es Aung San Suu Kyi, una Premio Nobel de la Paz.
Criticada en las cumbres
Suu Kyi rechazó el miércoles las críticas lanzadas por otros gobiernos durante la reunión de la ASEAN por el trato que da a los musulmanes rohingya.
El vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, dijo a Suu Kyi que la violencia, que “ha provocado el éxodo de más de 700.000 personas de la etnia minoritaria a Bangladesh desde agosto de 2017: no tiene excusas”. Los dos mandatarios se reunieron en un aparte de la cumbre anual de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés) en Singapur. Pence dijo que el encuentro se celebró a petición de la líder birmana.
Suu Kyi declaró que solo Myanmar estaba en posición de explicar qué ocurrió y cómo ve las cosas pero no aclaró demasiado.
“Además, espero pronto poder hablar con usted sobre la prioridad que le damos a una prensa libre e independiente”, agregó en la cara de Suu Kyi el vicepresidente estadounidense en cuanto al caso de los periodistas de la agencia Reuters condenados a 7 años de prisión por investigar asesinatos de Estado.
También el primer ministro malasio Mahathir Mohamed criticó duramente el martes a la líder de Myanmar, Aung San Suu Kyi, por su gestión de una crisis étnica que provocó matanzas y el éxodo de más de 700.000 musulmanes rohinya de su país.
Mahathir dijo que Suu Kyi “trata de defender lo indefendible” al justificar la violencia desatada por las fuerzas de seguridad de Myanmar en el estado de Rakhine.
“Oprimen a la gente de Bangladesh hasta el punto de, a veces, matarla, matanzas masivas y entierros en fosas cavadas por las víctimas, esa clase de cosas”, dijo Mahathir, un político veterano cuyo tratamiento de los disidentes en Malasia ha sido objeto de críticas en el pasado.
Preguntado sobre el tema en una conferencia de prensa al margen de la cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático en Singapur, Mahathir dijo que Suu Kyi, como antigua presa política, debería “comprender el sufrimiento”.
La secretaria general de Amnistía Internacional, Kumi Naidoo, dice sentirse “alarmada y decepcionada” por la “traición” de Suu Kyi y le retiró las condecoraciones dadas por la organización en 2009: “ya no representa un símbolo de esperanza”. También le fue retirado el premio de la libertad de la Universidad de Oxford y el premio Elie Wiesel entregado del Museo del Holocausto de Estados Unidos
¿Por qué fracasó la premio Nobel?
Con 70 años de edad Suu Kyi pasó gran parte de su vida -entre 1989 y 2010- privada de su libertad debido a sus esfuerzos por llevar la democracia a Myanmar, un hecho que la convirtió en un símbolo internacional de la resistencia pacífica en la cara de la opresión.
En 1991, “La Señora” como se la conoce en Birmania, fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz y el presidente del comité la llamó “un ejemplo notable del poder de los sin poder”.
Aung San Suu Kyi es la hija del héroe de la independencia de Myanmar, el general Aung San, que fue asesinado durante el período de transición en julio de 1947, apenas seis meses antes de la independencia del país, fue cuando Suu Kyi tenía sólo dos años.
Durante los períodos de confinamiento, se ocupó de estudiar y hacer ejercicio. Meditó, trabajó en sus conocimientos del idioma francés y japonés. Y tocaba asiduamente Bach en su piano. Sin embargo, durante sus primeros años de detención tuvo un estricto régimen de aislamiento y no se le permitió ver a sus dos hijos ni a su marido, que murió de cáncer en marzo de 1999. Las autoridades militares habían ofrecido un trato: le permitían viajar al Reino Unido para verlo cuando estaba gravemente enfermo, pero no debía regresar al país. Ella se negó y no viajó.
En 1964 terminó de estudiar en la Universidad de Oxford en el Reino Unido, se formó en Filosofía, Política y Economía. Allí conoció a su esposo, Michael Aris. Regresó a Rangún (Yangon) en 1988 para cuidar a su madre en estado crítico en un momento en el que Myanmar se encontraba en medio de gran agitación política. Miles de estudiantes, oficinistas y monjes salieron a las calles para exigir una reforma democrática. “No podía como la hija de mi padre permanecer indiferente a todo lo que estaba pasando”, dijo en un discurso en Rangún el 26 de agosto de 1988 y fue impulsada a liderar la revuelta contra el entonces dictador, el general Ne Win. Inspirada por las campañas no violentas de Estados Unidos de Martin Luther King y de Mahatma Gandhi en la India, organizó manifestaciones y viajó por todo el país, pidiendo una reforma democrática pacífica y elecciones libres.
Sin embargo, las manifestaciones fueron brutalmente reprimidas por el ejército, que tomó el poder en un golpe de Estado el 18 de septiembre de 1988. Suu Kyi fue puesta bajo arresto domiciliario al año siguiente.
El gobierno militar llamó a elecciones nacionales en Mayo de 1990 y la LND de Aung San Suu Kyi ganó de forma abrumadora pero la junta se negó a entregar el control. Comenzó una larga etapa de arresto domiciliario en Rangún durante seis años, hasta que fue liberada en julio de 1995. En septiembre de 2000 fue encarcelada nuevamente. Fue puesta en libertad incondicional en mayo de 2002 pero poco más de un año más tarde otra vez fue puesta en prisión después de un enfrentamiento entre sus partidarios y una turba, respaldada por el gobierno.
En 2015, el gobierno civil apoyado por los militares del presidente Thein Sein llamó a una elección general para noviembre.
El 13 de noviembre último, la LND se aseguró los necesarios dos tercios de los escaños en el parlamento para ganar una mayoría en la que fue ampliamente considerada como un victoria histórica, aunque hubo algunos informes de irregularidades, por ejemplo, cientos de miles de personas – incluyendo la minoría musulmana rohingya, que no son reconocidos como ciudadanos – se les negó el derecho a voto.
Suu Kyi no pudo anular el artículo 59 de la Constitución que le impide a esta llegar a la presidencia. Dicho artículo establece que “cualquier persona con un cónyuge o hijos extranjeros no puede ocupar el cargo ejecutivo”. Su difunto marido era británico y sus hijos también lo son. Se trata de una enmienda realizada por el gobierno dictatorial de Thein Sein específicamente para impedir que Suu Kyi llegue a la presidencia. Sin embargo, llegó al poder: es la presidenta del partido de gobierno y Consejera de Estado, reuniendo bajo su órbita los principales ministerios del Poder Ejecutivo.
El conflicto étnico con los rohingyas –una comunidad étnica musulmana de 1,1 millones de personas- viene de mucho antes: no tienen derecho a ciudadanía desde 1982. Sucede que en 2016 y 2017 debieron exiliarse en Bangladesh masivamente, escapando de masacres en territorio birmano.
Suu Kyi no solamente no conquistó la presidencia sino que tampoco pudo hacerse con todo el poder necesario: el Ejército sigue teniendo un rol de peso, especialmente territorialmente, a lo largo del país. Las organizaciones budistas, además, están profundamente politizadas (además de tener poder económico y llegada a los sectores más postergados) y pregonan un discurso anti-minorías étnicas.
Azeem Ibrahim, autor de “Los Rohingyas: Dentro del Genocidio Oculto de Myanmar”, le dijo al diario El País: “Es un cálculo político. Suu Kyi sabe que los rohinyás son muy impopulares en Myanmar. No le beneficia defenderles. O quizás realmente apoya lo que el Ejército está haciendo. Hay algo de verdad en ambos razonamientos”.
Suu Kyi está en una encrucijada: sabe que si revierte su posición sobre los rohingyas pierde las elecciones de 2020 pero que si la continúa pierde todo el prestigio internacional que le queda. Escogió el camino del medio: evita hacer referencia al conflicto en público pero también evita denominar a los rohingyas como birmanos. Por el momento, con la indiferencia hacia la injusticia, como dijera Desmond Tutu, elige el bando opresor. Y decepciona al mundo entero.