De todas las versiones e interpretaciones atribuidas a esta historia yo preferí apropiarme de aquella que estimé más legítima, y no es que me dedique a escribir mucho, es que recientemente el tiempo me ha sido concedido para ello mientras estamos recluidos protegiéndonos del coronavirus en la ciudad china de Wuhan.
Cuentan los hebreos que el Rey Salomón decidió encomendarle a uno de sus ministros, a modo de prueba o de lección, buscar una prenda que le permitiera sentirse feliz y confiado en tiempos de abatimiento; y vigilante y racional en tiempos de júbilo. El ministro al cabo de un tiempo y bajo una situación de belicismo para el reino cumplió su encargo y le trajo un anillo que llevaba grabado en su superficie “Esto va a pasar” mensaje que llenaba de ánimo a Salomón cada vez que se detenía a contemplarlo antes de enfrentar a sus adversarios. Sus enemigos fueron vencidos, lo cual trajo la buenaventura y la prosperidad para Salomón y los suyos. Una noche, después de celebraciones y banquetes con sus adeptos, Salomón se retiro el anillo, y por fin comprendió el buen acometimiento de su ministro, al descubrir en el interior del anillo yacía tallado “Esto también va a pasar”.
A los que hemos experimentado desastres naturales de considerable magnitud nos queda en la memoria un reflejo como el de la caída del gato, consistente en que hay fuerzas más abrazadoras y pujantes que la fuerza de la voluntad y la disposición propia. Que en ocasiones vacías tu arsenal de opciones y finalmente una posición estoica es la única carta a jugar.
Los aires de catastrofismo en Wuhan han ido desapareciendo con el transcurrir de los días, lo que no necesariamente signifique que así suceda con las cifras de enfermos, pero tampoco será por largo tiempo.
Mientras algunos medios de comunicación se enfocan en las deficiencias y errores cometidos en los inicios; otros funcionarios locales se arrepienten de ciertos actuares; y los amigos profesan la pena, los residentes de Wuhan tienen que jugar con las cartas que tienen, pues de eso va la vida, por ello fue que aquella noche del 27 de enero, desde sus balcones y ventanas alzaron sus voces al unísono con cantos y clamores de “Wuhan 加油 jia you” (vamos Wuhan). La ciudad se levantó desde su dolor para ensalzar su bravo espíritu, para llorar a los familiares y amigos que no fueron abrazados por la suerte, para refutar a los que le cerraron el paso y la negaron, para honrar a los médicos leales y a todo el que expone la salud por el bien de los otros. ¡Y vaya efecto que cobró! Desde ese entonces se han cerrado la filas como la legión romana en defensa de su imperio.
Ya los wuhaneses lucen más calmados y centrados. No hay caos. Eso sí, continúa el panorama desolado, puesto que la contienda contra del coronavirus se ha de librar desde el aislamiento, desde la responsabilidad individual.
Se van cumpliendo fases importantísimas desde lo subjetivo y que denotan la evolución de la conciencia: la asunción de la realidad, la comprensión de la misma y el posterior acometimiento para retornarla a su situación preexistente, aún así, el incompatible pensamiento “A mí no me va pasar” unido a la confianza y a prácticas indisciplinadas se muestran amenazantes.
La vida continúa en pausa, y todos observan desde sus ventanas el paso de los vientos arrasadores. El sentido de la vida cambió. Viktor E. Frank en una de sus obras concluía con que el sentido de la vida es tan heterogéneo como individual es la persona, y tan cambiante como mutantes son las circunstancias, por eso se torna un error su generalización.
El sentido de la vida de la mayoría de los residentes de esta ciudad se vio y se ve alterado por lo intempestivo de los acontecimientos. Ese viaje, ese emprendimiento, esa planificación del año, ese proyecto de trabajo fue absorbido por una circunstancia imprevista, por un enemigo invisible.
Toca entonces reformular las prioridades. Los motivos que definen el sentido de la vida de este conjunto de personas unidas en tiempo y espacio en Wuhan son el bienestar propio y colectivo.
A sus 83 años, Zhong Nashan profesor distinguido en virología, hombre de una estirpe admirable, lidera en toda China la campaña en contra de la epidemia, y refiere que el comportamiento del virus responde a una curva, y sí, la situación se va a agravar pero se proyecta que en un curso comprendido entre 10 a 15 días, aproximadamente, alcance su pico infeccioso, y luego comience el tan ansiado decrecimiento.
China y específicamente Wuhan, no solo tienen como carga el hecho de lidiar con el impacto primero y directo de la epidemia, sino que también como Atlas, llevan sobre sus hombros el compromiso responsable para con el resto del mundo. Es por eso que la gestión ha sido exhaustivo y consecuente: eficiente difusión de información y medidas que contribuyen a la concientización individual; desarrollo de un kit de detención del virus en un periodo de entre 15 a 30 minutos; uso efectivo de medicamentos de aplicación a pacientes con el VIH para fortalecer el sistema de las defensas del organismo; control de la temperatura en lugares públicos; fumigación en aéreas presuntamente contaminadas; habilitación de más de mil camas en nuevos hospitales construidos en tiempo récord; habilitación de líneas de ayuda 24 horas para extranjeros; disposición de zonas de aislamiento por distritos de personas presuntamente infestadas. Todo ello aparejado de una considerable ayuda internacional que los medios han mantenido un poco discreta.
Aún las autoridades locales tienen como desafío la eficacia logística en relación a los insumos médicos y a otros accesorios para la contención y protección como lo son las tan preciadas máscaras, específicamente del tipo N95. También la constancia en el rigor de las medidas y su implementación recta en las ciudades con posibilidades de propagación y aquellas de mayor tráfico hacia el extranjero. Inevitablemente hay y habrá una propagación internacional como un eco de este grito agudo y molesto, pero con anhelo de que se convierta en un eco ahogado por la conciencia y la disciplina.
En situaciones de esta índole la respuesta individual al fenómeno y a la realidad pudiera ser el cuestionamiento de ¿por qué yo?, o ¿por qué a mí? Pero yo preferí tirar de una carta empolvada, la que me quedaba, la más poderosa, y arranqué una hoja de papel de libreta a la que le di forma de anillo y con mi caligrafía de escolar le grabé con estas palabras: Esto va a pasar, para así como Salomón, llenarme de ánimo al contemplarlo, y pensar bien en ustedes, en mí… en todos.
Gracias por ese articulo!