El papa Francisco pidió el domingo a los líderes mundiales que renuncien a las armas nucleares y a la doctrina de disuasión mutua de la Guerra Fría, al tiempo de señalar que la carrera armamentista socava la seguridad, supone un despilfarro de recursos y amenaza a la humanidad con una destrucción catastrófica.
Francisco hizo su exhorto en la ciudad de Nagasaki, en la zona donde estalló en 1945 la segunda de las dos bombas atómicas que Estados Unidos lanzó contra Japón. Después de colocar ofrendas florales y rezar bajo la lluvia en un monumento a las víctimas, Francisco dijo que el lugar permanece como un triste recordatorio “del dolor y el horror que nosotros los seres humanos somos capaces de infligirnos unos a otros”.
“Convencido como estoy de que un mundo sin armas nucleares es posible y necesario, solicitó a los líderes políticos no olvidar que estas armas no pueden protegernos de las actuales amenazas a la seguridad nacional e internacional”, señaló.
La ceremonia se efectuó en un ambiente de solemnidad y silencio bajo una lluvia que caía sobre terrazas cultivadas y arrozales en Nagasaki. Centenares de japoneses acudieron protegidos con impermeables de plástico para presenciar al segundo papa que rinde homenaje a las víctimas de la bomba.
Francisco visitó Nagasaki y después Hiroshima al inicio de un periplo de tres días por Japón que tiene como propósito realzar su llamado a favor de una prohibición global de las armas atómicas.
La Santa Sede figuró entre los primeros estados que suscribieron y ratificaron el nuevo tratado de prohibición de armas nucleares, y Francisco mismo fue más allá que sus antecesores cuando señaló que “debe condenarse” no sólo la utilización sino la mera posesión de las armas atómicas.
Francisco se abstuvo de reiterar el domingo esa condena pero señalo que la posesión de arsenales atómicos brinda una falsa sensación de seguridad cuando en verdad reduce la paz mundial en momentos en que aumentan las preocupaciones sobre la amenaza nuclear que representan Irán y Corea del Norte.
“La paz y la estabilidad internacionales son incompatibles si se basan en los intentos de infundir el miedo de la destrucción mutua o la amenaza de la aniquilación total”, apuntó. “Ambas sólo pueden alcanzarse sobre la base de la ética global de la solidaridad y la cooperación”.