Al inicio, la clase política estadounidense y sus alrededores no parecían estar convencidos de la necesidad de la Florida. De hecho, muchos rechazaban la idea de asimilarla al territorio a la Unión. Para unos, se trataba de una “región lúgubre y pandémica, solo de desechos áridos”; para otros, un “terreno pantanoso, bajo, excesivamente caliente, enfermizo y repulsivo”; no pocos –incluyendo a un futuro presidente–, pensaban que los Estados Unidos debían dejársela a los indios y los mosquitos. Un lugar, en breve, nada propicio para “fundar una ciudad sobre una colina”, bien lejos de Mateo 5:14: “Ustedes son la luz del mundo”.
Eso mismo era Tampa a mediados del siglo XIX, a pesar de los pioneros y su espíritu, muchas veces hereje. Apenas una mancha verde y pantanosa en el mapa. Territorio de cocodrilos, alimañas, miasmas y enfermedades tropicales. Incorporada al estado de la Florida en 1849, pero sin vuelo y con una economía en ruinas después de la Guerra Civil (1861-1865). Sin embargo, hacia fines de los años 70, y sobre todo a principios de los 80, varios movimientos comenzaron a apuntar en la dirección opuesta, en sintonía con procesos tecnológicos, sociales y culturales que por entonces estaban teniendo lugar en el seno de la Unión.
El primero fue el descubrimiento de minas de fosfato en el Bone Valley (1883), mineral definitivo para la producción de fertilizantes. A fines de ese mismo año entró el ferrocarril de la mano de Henry Bradley Plan y su Southern Florida Railroad, lo cual permitiría conectar a la fabulosa bahía de Tampa con el sistema ferroviario nacional y viabilizar la actividad comercial hacia adentro y hacia afuera. Como Henry Flagger fue un verdadero visionario. Tanto, que en 1884 comenzó a construir un gran hotel al costo de 3 millones de dólares, cantidad asombrosa para la época, solo explicable por esa magnificencia que todavía hoy tiene, aunque ya no como hotel sino como Universidad de Tampa. Con ello entraba al juego un nuevo actor: el turismo.
Para redondear, en 1885 se creó la Junta de Comercio de Tampa (Tampa Board of Trade), integrada por un conjunto de hombres de empresa y ciudadanos interesados en promover el desarrollo económico y social de la localidad a tono con los tiempos modernos.
Todos estos emprendimientos intervendrán en lo que, sin dudas, constituye el suceso de mayor relevancia en la historia tampeña durante el siglo XIX, y después: la manufactura del tabaco. Con un nombre y una fecha: la fundación de Ybor City, en 1886. Cigar city.
Don Vicente Martínez Ybor (1819-1896) era un valenciano emprendedor emigrado a Cuba en los años 30, donde no mucho después de insertarse en la industria tabacalera llegó a fundar una de las marcas más famosas y distinguidas del bello habano: Príncipe de Gales (1853). Pero en 1869, como resultado de su apoyo a los independentistas y de una economía arruinada por la Guerra Grande, tuvo que salir de la Isla y establecerse en Key West, al principio de los tiempos considerado “el norte de La Habana” por las autoridades coloniales españolas. Se insertó así en una cadena productiva prexistente: el cayo en aquel entonces ya tenía unas 45 factorías de tabaco con alrededor de 14 mil trabajadores. El 79 por ciento de la población cubana allí residente estaba empleado en esa industria, el 73 por ciento eran blancos, el 18 por ciento negros y el 9 por ciento mujeres.
Hacia 1873 Martínez Ybor llegó a convertirse en el segundo productor del cayo al enviar al mercado 10,200,000 unidades. Pero había problemas, señaladamente las huelgas de tabaqueros exigiendo mejores salarios y condiciones de vida. Y sindicatos que los organizaban. Por eso él y sus orgánicos comenzaron a imaginar otras alternativas, una de ellas trasladarse a Nueva York, donde llegaron a establecer una fábrica, “El Coloso”, que empleaba alrededor de quinientos trabajadores. Pero el movimiento obrero era tan o más díscolo y conflictivo que el del cayo, donde en marzo de 1886 se produjo un devastador incendio que dio al traste con las fábricas de Martínez Ybor. Fue, según algunos, un fuego atizado por voluntarios españoles, conocedores de lo que allí se hacía respecto a la independencia de Cuba.
Este fue el obturador que lo llevó a moverse finalmente a Tampa, precedido sin embargo por una verdadera labor de fact finding a cargo de su coterráneo y amigo, el ingeniero civil Gavino Gutiérrez (1849-1919), quien en 1884 había llegado a la localidad buscando, literalmente, guayabas junto al cubano Bernardino Gargol para el negocio de conservas de este último en Nueva York. No las encontraron, pero de ahí se fueron directo al cayo con información sobre el costo de los terrenos y los desarrollos aludidos. Se reunieron con Martínez Ybor y con otro famoso empresario del ramo, Ignacio Haya. El mensaje era claro y distinto: Tampa estaba ubicada en un lugar privilegiado. Por su cercanía a la Isla, con las comunicaciones e infraestructura apropiadas, la insustituible hoja de Vuelta Abajo estaría garantizada. Contaba, además, con clima húmedo muy parecido al de Cuba y el cayo, a diferencia de la sequedad del de la Gran Manzana, lo que allí complicaba aún más las cosas, en este caso, la frescura y calidad de la hoja.
Al año siguiente (1885) los dos hombres de negocio subieron a Tampa. Sería entonces cuestión de comprar terreno a precios bien negociados con la Junta de Comercio, construir viviendas y factorías en un área cercana al puerto, lo cual abarataría muchísimo los costos de transporte. Y el costo de la vida, inferior al de Key West, estimularía a los trabajadores a mudarse, con lo cual los sindicatos podrían no tener mucho éxito convocando a paros y huelgas. Fue una operación muy bien pensada que en un tiempo impresionantemente breve rindió frutos. El primero, una ciudad industrial emergida casi como por encanto del pantano y el polvo.
En 1882 Tampa era una villa soñolienta de apenas mil habitantes. Ocho años después, hacia 1890, tenía una de las poblaciones más grandes de la Florida, fundamentalmente de cubanos trabajando el tabaco. Y de una latinidad galopante, compuesta también por españoles e italianos, estos últimos procedentes –en lo fundamental– de un par de pueblitos sicilianos. En definitiva, un verdadero emporio multicultural cuyas implicaciones llegan hasta el día de hoy. Según el testimonio de un fundador, tabaquero él mismo,
casi al nacer Ybor City se hablaban aquí tres idiomas: inglés, español e italiano, y un dialecto, el siciliano. De los tres idiomas, el que menos se hablaba era el italiano. En las fábricas predominaba la lengua castellana en todos los departamentos y a todas horas.
Los torcedores sicilianos, hombres activos y modestos, en poco tiempo aprendieron a exponer sus ideas en idioma español. Todos los días oían leer en lengua castellana y hablando con los tabaqueros cubanos muy pronto pudieron entenderse y confraternizar.
El lugar tendría vínculos muy peculiares con Cuba, y políticas federales muy específicas:
Docenas de familias iban los domingos a Port Tampa a ver entrar y salir el vapor que llegaba de Cuba.
En ocasiones los que iban a despedir a parientes y amigos se entusiasmaban y se iban ellos también.
Entonces no era necesario el pasaporte y la puerta del Tío Samuel se abría con gran facilidad para tabaqueros que venían a “pasear” y al día siguiente se ponían a trabajar y… con crédito abierto en el restaurant situado frente a la fábrica.
El desarrollo de Tampa tenía el olor del tabaco.
Saludos Alfredo.
Muy buen artículo. Creo que puede ser el comienzo de una zaga.
Claro, mi interés es mayor al vivir en Tampa y ser cubano….