A melanina vira bengala.
Rincon Sapiência
En Río de Janeiro se festeja sin paredes. Los abrazos, brindis y agasajos se dan sobre el asfalto. Y más aún en el Complejo da Maré donde 140 mil personas viven en menos de 5 kilómetros cuadrados. La matemática y la geografía invitan a salir. Eso hacen miles de vecinos el 12 de octubre, el día del niño. En la favela Nova Hollanda –una de las 16 comunidades que forman el Complejo da Mare– los moradores deciden festejar combatiendo el calor. Decenas de piscinas de plástico se desparraman entre pasajes y esquinas de una comunidad que se divierte.
La escena se torna foto, la foto se vuelve tapa y la tapa… polémica. En su portada del día domingo 21 de enero –tres meses después del evento– el diario Meia Hora publica la imagen de tres niños que juegan frescos y mojados. Sobre sus cabezas pesa un estigma: “piscinas sospechosas en la Maré” dirá un título que confunde información con prejuicios. En su bajada, el diario, lejos de aclarar, oscurece al imputarle al “tráfico” la financiación del evento. Los vecinos reaccionan y las descargas se viralizan. Denuncian discriminación, racismo, tergiversación, violencia y segregación. En la cidade maravilhosa hasta la felicidad está criminalizada para los moradores de favelas.
Hay una experiencia común vinculada al habitar las favelas cariocas. Común no quiere decir igual, pues en las comunidades siempre hubo y habrá una vida variopinta. En el caso del Complejo Da Maré, el conjunto de favelas más grande de la ciudad de Rio de Janeiro, esa experiencia común está atravesada por la violencia. Pesan estigmas que en el mismo gesto que condenan, degradan. Pero sobre todo hay tiros, muchos tiros. El resultado es tan perjudicial como previsible: territorios y ciudadanos que cotidianamente sufren la vulneración de sus derechos más fundamentales.
Alberto Aleixo vive desde 1980 en la Maré. Su barba dibuja un candado que solo abre para decir verdades. Una virtud que, entre otras, lo llevó a ser director de Redes da Mare, una ONG dedicada a promover el desarrollo sustentable de la región a partir del trabajo comunitario y colaborativo de diferentes instituciones, organizaciones y vecinos de la zona. Alberto rescata “la tradición de luchas por los accesos a los derechos de los vecinos, fundamentalmente de las mujeres”. A la hora de pensar en los cambios de los últimos años, Alberto destaca el crecimiento de la población, la construcción de nuevas escuelas y puestos de salud y el aumento de la violencia, pues dentro del complejo conviven dos facciones enfrentadas por el tráfico de drogas, un grupo de milicias –ejércitos privados autoerigidos en protectores y guardianes– y esporádicas intervenciones de las fuerzas de seguridad públicas. Aquella violencia estructural, para nuestro entrevistado, se ve agudizada por la coyuntura política “a nivel nacional estamos bajo un gobierno ilegítimo que llegó al poder por un golpe de Estado. En Río de Janeiro tenemos tres ex gobernadores presos, eso es suficiente para que la población descrea en la clase política, y eso afecta a la Maré y otras comunidades pues la población está acostumbrada, hace años, a lidiar con un Estado que opera fuera de la ley”.
El Boletim Direito à Segurança Pública na Maré, iniciativa del área de Seguridad Pública y acceso a la Justicia de la ONG Redes da Maré, muestra que en Brasil hay 155 asesinatos por día, 6 por hora. En Río de Janeiro, solo en el primer semestre de 2017 hubo 6731 muertes violentas. La gran mayoría de las víctimas comparten un perfil: jóvenes, hombres, negros, pobres y moradores de favelas o periferias. En la Maré, a lo largo de 2017, hubo 108 situaciones de disparos con arma de fuego. 41 fueron operaciones de la policía, la misma cifra se cuenta para los enfrentamientos entre grupos armados ligados al narcotráfico, y los restantes 26 fueron promovidos por una sola facción, es decir, sin oposición. En total hubo 42 muertos. 20 en operaciones policiales y 22 en enfrentamientos entre facciones. Esos números tienen nombre, rostro y fecha. El último caso ocurrió el pasado 6 de febrero, cuando Jeremias Moraes, de 13 años, murió por una bala perdida tras una operación policial. El Estado brasileño, responsable de la seguridad de sus ciudadanos, cuando no mata, deja morir.
La oleada de violencia moviliza a los vecinos. El 24 de mayo de 2017 hay una masiva manifestación contra la violencia armada. En la “Marcha da Mare” participan más de 5 mil personas que exigen que se detengan los homicidios y que haya justicia inmediata por cada una de las 42 personas asesinadas. Las calles del barrio hablan. Flores y pancartas decoran las cicatrices del dolor. Cientos de orificios con olor a pólvora adquieren nuevos significados por vecinos que se unen en un solo movimiento. Familiares, alumnos, profesionales o comerciantes de la zona también piden la normalización del sistema educativo y de salud, pues, por causa de las balaceras, solo en 2017 hubo 35 días sin clases y 45 sin atención medica básica. La cotidianidad del fuego cruzado no solo afecta el derecho a la seguridad de los moradores, también vulnera el acceso a la educación y la salud.
Carlos tiene 26 años y vive en la Maré desde que aprendió a caminar. En su vida caben muchas vidas. Es percusionista, estudiante de ingeniería, inspector escolar, profesor particular, militante y esposo de Gabriela. “La vida de pobre siempre es corriendo”, me dice con un semblante erguido pero cansado. Toda una vida en la Maré y una biblioteca en la cabeza le dan fechas, estadísticas, nombres, miserias y hazañas de una historia donde lo personal y lo colectivo se bifurcan. Aunque de la comunidad dice amar el funk y el pagode, el orgullo lo invade cuando lo invito a buscar un sinónimo de su comunidad.
– Un sinónimo de la Maré es resistencia. Lo fue en la dictadura cívico militar tras la invasión del ejército. Y lo sigue siendo hoy con las invasiones de la policía. El Centro de Estudos e Ações Solidárias da Maré “CEASM” o Maré Vive son dos ejemplos de organización popular. Después de la Copa del mundo tuvimos 15 meses de invasión policial. ¿Tú te crees que aquí entran para hacer cumplir la ley? No, las últimas operaciones antes de carnaval fueron para pedir dinero. Esa es la policía que mata nuestros niños y que junto con el gobierno golpista y los medios intentan criminalizar a las personas negras, de favela.
Hay territorios que son desconocidos, pero no por eso inimaginables. Casi todas las personas que no vivimos en favelas tenemos imágenes estereotipadas de ellas y sus moradores. Le imputamos una ética y estética del crimen y la violencia. Claro que el delito y los disparos forman parte de la experiencia común de sus vecinos, pero no por eso debe hacerse de esa parte un todo. Reproducir estigmas es producir control social.
Mientras tanto la mayoría de los vecinos de la Maré caminan con solidaridad organizada. En las rondas de samba o en los bailes funk; en las batallas de hip-hop o en el ritual de la capoeira; en un terreiro de umbanda con la protección de los Orishas o en una iglesia evangélica bajo la bendición de Jesús. En las manifestaciones populares o, sencillamente, en una piscina de plástico. Porque, al fin y al cabo, hacen lo que cualquier ser humano hace: embellecer su lugar en el mundo.
Excelente artículo , felicitaciones
Excelente artículo
Vivo a menos de 500 m de Mare, a la altura de la pasarela 7, y el periodista cuenta una parte de la verdad. Pero no menciona la venta de droga a la luz del día, la prostitución, la lucha por el poder entre la gente del “tráfico”, las tarifas cobradas a moto táxi y Vans, el gas a sobre precio, etc.
Y ahora: intervención militar! La única forma que se concluyó para resolver la obvia relación comercial entre bandidos, policías y milicias (jejeje son tres cosas distintas) es poner un general al frente de toda la segurança de Rio y con plenos poderes.
Repite el reportaje en seis meses a ver si cambió algo