El 26 de junio Alexandria Ocasio-Cortez ganó las primarias demócratas del 14 distrito de Nueva York. Lo logró con un programa radical, considerando las circunstancias político-culturales vigentes en los Estados Unidos, donde la palabra “socialista” se suele equiparar con totalitarismo, sistema soviético y otras perversidades.
Esa fue la lógica que permitió etiquetear a Barack Obama en esa banda de pimienta y corazones solitarios. Y a los canadienses también, entre otras cosas por su sistema de salud y su medicina social. Y, por último, a buena parte de la “vieja Europa”. El gobierno debe ser chiquito y la economía lo más desregulada posible. Punto.
Cinco son los temas/problemas centrales de la agenda de Alexandria: Medicare para todos, salario mínimo de quince dólares la hora, cero armas de asalto, matrícula universitaria gratis y disolución de la US Immigration and Customs Enforcement (ICE) o policía de la migra.
Se manifiesta, además, como una decidida portavoz de la comunidad LGTBI, y en política exterior contra el rol de Israel en el Medio Oriente.
Hija de una puertorriqueña y un neoyorican del Bronx –mucama y chofer de ómnibus–, su base electoral la llevó a desplazar al demócrata Joseph Crowley, quien tenía diez términos sucesivos. La joven obtuvo el 57,5% de los votos con algo más de 300 000 dólares recaudados para su campaña. Aplastante. Su oponente se fue a su casa con el 42,7%.
Se ha dicho y repetido que Alexandria llegó ahí solo por su condición de latina, pero la cuestión es más compleja.
Si bien el 46% de su distrito congresional, que abarca los condados del Bronx y Queens, es 46% de origen hispano, 24,6% blanco, 16% asiático y 10% afro-americano, no puede soslayarse la importancia que tuvieron en su victoria el electorado joven (más allá de raza/origen étnico), la comunidad de color, personas que tienen al inglés como segunda lengua –o que, simplemente, no lo hablan–, y votantes de la clase obrera.
También ganó gracias a un equipo poco convencional que hizo muy bien su trabajo, integrado por activistas de Democratic Socialists of America, Black Lives Matter y Muslims for Progress. Y, desde luego, por el uso efectivo de Internet, sobre todo de las redes sociales, en las que los millennials son maestros antes y después de la primera victoria de Barack Obama.
“Nunca me vi compitiendo por mi cuenta” –le dijo a una revista newyorkina. “Sentí que la única forma de postularme para el cargo efectivamente era teniendo acceso a mucha riqueza, alta influencia social, mucho poder dinástico. Sabía que no tenía ninguna de las tres cosas”. Y en otra entrevista: “No se supone que las mujeres como yo se postulen”.
Pero si se va más allá del oropel y el ruido ambiental, su triunfo no es un fenómeno tan atípico, ni tan único, en primer lugar en lo que a mujeres se refiere. De acuerdo con el Center for American Women and Politics, en la actualidad 602 féminas se están postulando para cargos en distintas gobernaturas locales –o para el Congreso.
Las mujeres –afirma una experta en el tema– constituyen hoy “la fuerza política más potente” en los Estados Unidos, impulsadas por su enfrentamiento al paternalismo y el falocentrismo, y por su determinación a alcanzar (otra) liberación.
Por otra parte, esa victoria constituye en lo político una reacción pendular respecto al mainstream, y en particular a las movidas de un ejecutivo conservador y restauracionista movido por el afán de borrar todo vestigio de liberalismo en términos de inmigración, religión, matrimonio igualitario, derechos laborales y un amplio abanico de temas, lo cual incluye colocar a un juez ultraconservador en la Corte Suprema –esto ya lo lograron con Neil Gorsuch– y ahora a otro(a) con la salida del juego del magistrado Anthony Kennedy, un conservador moderado designado por Ronald Reagan. Todo en medio de un país dividido y polarizado, acaso como nunca antes desde los tiempos de la Guerra Civil.
Durante las elecciones de medio término, Alexandria competirá contra el republicano Anthony Papas. Si esta muchacha de 28 años, camarera y graduada de Economía y Relaciones Internacionales en Boston University, logra imponerse, será entonces la congresista más joven de la historia, solo precedida por la republicana Elise Stefanik, que entró al legislativo a los 30 (2015).
La flecha ya está lanzada. Resta ver si el próximo noviembre llega a dar en el blanco.
Bernie Sanders (también) espera.
Esta bella joven no tiene futuro en el Congreso si su campaña se basa en disparates como eliminar los agentes de inmigración que representan la ley federal, o darle medicare a todos en un estado densamente poblado y con mucha más gente en estados circundantes que se van a aprovechar de esto. Eliminar las armas sería grande pero no creo que lo logre. Aumentar el salario sería bueno, pero va a traer más desempleo. Pensara ella que la población no latina a. I el del estado tiene los mismos intereses que los que ella propone?
Vendedora de humo profesional como toda buena zurda. La propuesta de la subida de salario y del medicare demuestra de que no sabe de economía para nada. Es el delirio de Robin Hood. Nada más hay que ver quiénes so0n las organizaciones que lka apoyan para darse cuenta de que en EEUU no tiene futuro: Black Lives Matter, con su fachada de lucha contra el racismo es una de las organizaciones más reaccionarias y más racistas de EEUU; un poco más y son la versión negra del KKK. El socialismo y el comunismo no tienen futuro en EEUU porque se relacionan con con fantasías o alucinaciones fóbicas, sino con un sistema que en el siglo XX costó 100 millones de muertos solo en la exURSS; y con todas las barbaridades que se cometieron y se cometen aún en su nombre en todos los países donde aún dicen defenderlo, países que son, sin excepción un completo desastre. En cuanto a ” El gobierno debe ser chiquito y la economía lo más desregulada posible. “, me perdonan, pero eso no es socialismo. Y me llama la atención que no se añadió separación de poderes, respeto a la propiedad privada y libertades y derechos garantizados, que es lo que caracteriza a los países capitalistas que gozan hoy del más alto estandard de viddda y de desarrollo, países que son vistos como “socialistas” por algunos, aunque el primer ministro sueco se haya encargado de desmentir públicamente a Bernie Sanders.