Cuando el próximo día 16 los presidentes de Estados Unidos y Rusia, Donald Trump y Vladimir Putin se encuentren en Helsinki, capital de Finlandia, darán continuidad a una tradición forjada a lo largo de cien años.
Desde el triunfo de los bolcheviques, los líderes soviéticos, rusos y estadounidenses se han encontrado en casi treinta ocasiones. Ninguna ha sido superflua ni ha fracasado. Desde 1991 Boris Yeltsin y Vladimir Putin han ocupado los espacios que corresponden a Rusia, heredera de la URSS.
Estos eventos, todos trascendentales, han involucrado a los presidentes Roosevelt, Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Clinton, Reagan, H Bush, W Bush y Obama y, del lado soviético, a Stalin, Kruzchov, Brezhnev y Gorbachov. Los que más veces se encontraron fueron Stalin y Roosevelt, que protagonizaron las reuniones políticas más importantes del siglo XX.
Por una curiosa paradoja, cuando en 1917 los bolcheviques asumieron las riendas del estado ruso, técnicamente se convirtieron en aliados de Estados Unidos en la guerra contra Alemania. Aunque no se conocieron, entre el presidente estadounidense Woodrow Wilson y Lenin se creó una corriente positiva. Aunque desde perspectivas diferentes, ambos confrontaron a la vieja y retrograda Europa, y proporcionaron una visión innovadora de la política internacional basada en nuevos valores. Wilson elogió la diplomacia bolchevique, cosa que Lenin agradeció.
El hito más trascendental en la aproximación entre los líderes de estas superpotencias comenzó cuando el 26 de julio de 1941, un mes después de la invasión de Alemania a la Unión Soviética, cuyas tropas eran destrozadas por la maquinaria bélica hitleriana, llegó a Moscú Harry Hopkins, quien entregó a Stalin un mensaje del presidente Franklin D. Roosevelt, en el cual se declaró dispuesto “…A proporcionar a la URSS toda la ayuda que pudieran prestar los Estados Unidos…”
De haber vivido aquella dramática coyuntura, los obsesos de la teoría de la conspiración de hoy seguramente hubieran rechazado la oferta, al estimar que Estados Unidos pretendía derrotar a la Unión Soviética de otra manera. Se hubieran equivocado. Desde aquel día hasta la repentina muerte de Roosevelt el 12 de abril de 1945, se gestó una alianza que, sobrepasando las barreras ideológicas, salvó a la humanidad del fascismo.
Conmueve conocer que ante la negativa del líder soviético de alejarse de los frentes y viajar al extranjero, Roosevelt, que vivía atado a una silla de ruedas, abordó el crucero Iowa para atravesar el Atlántico infestado de submarinos alemanes, y tras navegar cerca de 15.000 kilómetros, llegar a la remota Teherán para encontrarse con Stalin.
Desde que en la capital persa se conocieron hasta su muerte en 1945, Roosevelt intercambió con Stalin más de 300 cartas y mensajes, algunos de ellos difíciles, pero ninguno hostil. Muchos se sorprenderían al leer que el presidente Roosevelt se dirigía al líder soviético como: “Querido señor Stalin…”
Luego les contaré de aquellas y de otras cumbres, en especial de la última donde Roosevelt no pudo estar, y su lugar fue ocupado por Truman. Allá nos vemos.
*Este artículo fue publicado originalmente por el diario ¡Por Esto! de México.