De acuerdo con los Centers for Disease Control and Prevention (CDC), entre el 1 de enero y el 17 de mayo del 2019 en Estados Unidos se registraron 880 casos de sarampión, un aumento de 41 casos desde la semana antes.
Los estados que han notificado casos a los CDC son Arizona, California, Colorado, Connecticut, Florida, Georgia, Illinois, Indiana, Iowa, Kentucky, Maryland, Massachusetts, Michigan, Misssouri, Nevada, New Hampshire, New Jersey, New York, Oklahoma, Oregón, Pennsylvania, Texas, Tennessee y Washington.
Estos brotes están vinculados a viajeros que trajeron el sarampión al regresar de países como Israel, Ucrania y las Filipinas. La mayoría de quienes lo contrajeron no estaban vacunados.
Proyecciones públicas arrojan que más del 94 por ciento de los padres estadounidense vacunan a sus hijos contra el sarampión y otras enfermedades transmisibles. Los CDC están “trabajando para captar al pequeño porcentaje de individuos que dudan de las vacunas”, afirmó uno de sus directivos. “Las vacunas son seguras y no causan autismo. Casi 100.000 niños menores de 2 años en este país no han sido vacunados, lo cual quiere decir que son vulnerables a este brote, dijo.
Algunos niños pequeños no están vacunados porque sus padres lo evitan. Otros no pueden porque son alérgicos a los componentes de la vacuna o porque están tomando medicamentos de tratamiento a enfermedades que deprimen sus sistemas inmunológicos.
En varios estados se han comenzado a tomar medidas para desacelerar la tasa de infección y acabar con la resistencia a la inmunización.
La vacuna se considera muy segura, y una doble dosis tiene un 97 por ciento de eficacia. Por lo general, se administra entre 1 y 5 años de edad, pero durante los brotes los pediatras pueden inyectarla a niños saludables desde los seis meses de nacidos.
En Estados Unidos las leyes estatales ordenan vacunas obligatorias, como las que se requieren para que los niños ingresen a la escuela. Pero se permiten exenciones para casos de contraindicaciones médicas. En todos los estados menos en Mississippi, California y West Virginia permiten exenciones filosóficas y/o religiosas para las familias que no quieren vacunar a sus hijos.
La disminución de las tasas de vacunación y el crecimiento de los movimientos antivacunas han dado como resultado el resurgimiento de enfermedades que se consideraban erradicadas.
La enfermedad, que llegó a ser común en una época, se volvió cada vez más rara después que la vacuna estuvo disponible en la década del 60.
En el año 2000, las autoridades de salud la declararon erradicada en Estados Unidos.
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