Aferrándose a una mata para conservar el equilibrio, Tiffany Troxler avanza cuidadosamente por un entablado improvisado al adentrarse en el pantano. El tablón se hunde y ella queda con agua color té hasta las rodillas.
“Esta es la parte más traicionera”, comenta la investigadora de la Universidad Internacional de la Florida. “El nivel del agua es alto”.
Este terreno de tono marrón y manglares del Parque Nacional Everglades puede parecer saludable, pero Troxler sabe bien lo que hay debajo de la superficie oscura. Señala hacia un sector de césped: debajo de la línea del agua, las raíces están expuestas. Esto revela que la gruesa capa de turba (combustible fósil formado por residuos vegetales acumulados en sitios pantanosos) que sustenta este ecosistema está desapareciendo. Y las investigaciones hacen pensar que la responsable de esto es el agua marina que se ha adentrado en la zona.
“Puedes ver a estas tierras como tu cuenta bancaria”, dice Troxler, directora adjunta del Centro para Soluciones del Nivel del Mar de la Universidad Internacional de la Florida. “En las condiciones actuales de este pantano, las perspectivas no son buenas”.
Formados hace unos 5.000 años, durante un período de subida del nivel de los mares, los Everglades eran mucho más grandes.
“El milagro de la luz se derrama sobre la extensión verde y marrón de la hierba y de agua, que brilla y se mueve lentamente, la hierba y el agua que son la esencia de Los Everglades”, escribió en 1947 la periodista y activista Marjory Stoneman Douglas. “Es un río de hierbas”.
En el último siglo, no obstante, se perdió la mitad del sistema original, por los cultivos o la pavimentación, para nunca volver. Los 8 millones de habitantes del sur de la Florida se lo apropiaron para vivir, trabajar y divertirse allí.
La zona está hoy llena de canales y diques que reconfiguraron el paisaje y alteraron el hábitat de los animales, contaminado por los campos cultivados aguas arriba, transformado por especies invasores. Y ahora, el creciente nivel de las aguas –esta vez causado por el hombre– amenaza con arruinar lo que construyó la naturaleza a lo largo de miles de años.
Lo que sobrevive ya no es realmente un ecosistema natural, sino lo que queda de él, que depende –y está a merced– de una red de más de 3.360 kilómetros de canales, 3.200 kilómetros de diques y cientos de compuertas, estaciones de bombeo y otras estructuras para controlar el agua.
Lo que el Cuerpo de Ingenieros del Ejército describe como un “sistema muy controlado”, otros le dicen “Los Everglades de Disney”.
Dos décadas y 4.000 millones de dólares después de que se pusiese en marcha un Plan Integral de Restauración de los Everglades –un ambicioso proyecto a nivel estatal y nacional adoptado en el 2.000–, nuevos informes acerca del cambio climático plantean interrogantes acerca de qué porcentaje de los Everglades se puede salvar y lo que eso significa.
“Tiendo a pensar que se puede salvar todo”, dice Fred Sklar, del Distrito de Manejo del Agua del Sur de la Florida que administra la infraestructura de los Everglades. “Restaurarlo es otra historia”.
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“Aquí no hay nobles picos que buscan el cielo, ni portentosos glaciares ni arroyos que erosionan la tierra”, dijo el presidente Harry S. Truman en 1947 durante la inauguración del Parque Nacional de los Everglades. “Aquí hay tierra, tranquila en su serena belleza, que no sólo es una fuente de agua sino también la última receptora de ella. A su abundancia natural le debemos la espectacular vida animal y vegetal que distingue este sitio de todos los demás en nuestro país”.
En el centro de todo esto estaba el Lago Okeechobee, el “corazón líquido” de los 1.890 kilómetros cuadrados de los Everglades.
Hoy sabemos que los sistemas naturales como el de los Everglades ofrecen muchos beneficios –filtran el agua, permiten la reproducción de peces y otros animales silvestres, protegen de las tormentas y hasta absorben carbono. Pero para los habitantes de la Florida del siglo 19, el agua –y los mosquitos y reptiles que alberga– impedía el progreso.
Y cuando la Florida pasó a ser un estado en 1845, una de las primeras medidas de la Legislatura fue aprobar una resolución que pedía al Congreso que investigase esos pantanos “sin absolutamente ningún valor… con miras a su reciclaje”.
A partir de la década de 1880, una serie de entidades empezaron a drenar el pantano. Cavaron canales al este y el oeste del Lago Okeechobee, que portaban agua llena de nutrientes que alteraron la salinidad de los estuarios costeros e hicieron proliferar algas tóxicas. Sembraron desde el aire una planta australiana que consume mucha agua llamada maleleuca. Los manzanares de la costa sur del lago fueron quemados.
El suelo de turba que se había acumulado por miles de años se secó y fue arrastrado por el viento. El resultado: en una estación de Investigaciones de la Universidad de la Florida de Belle Glade se hundió un medidor de cemento en el suelo orgánico hasta tocar la capa de piedra caliza y se comprobó que se había hundido más de unos 180 centímetros desde 1924.
No obstante eso, siguieron sin hacer nada.
En la década de 1960, el Cuerpo de Ingenieros empezó a enderezar el zigzagueante río Kissimmee, que se desborda fácilmente. Rodeado de pantanos tan exuberantes que se les dice “los Pequeños Everglades”, este río de más de 200 kilómetros de extensión fue lo que un experto en la vida silvestre describió como un “criadero de peces”. Hacia 1971, los ingenieros habían enderezado el río, que dio paso a un canal con una extensión de 90 kilómetros y una profundidad de unos 9 metros, burocráticamente bautizado C-38.
Pero fue un evento de 1928 el que más alteró los Everglades. Ese año, un huracán destruyó un dique en la costa sur del lago Okeechobee, causando una inundación que mató a 3.000 personas, la mayor parte de ellas campesinos negros, pobres. Se empezó a construir entonces la Represa Herbert Hoover, de 10 metros de altura y una extensión de 230 kilómetros, que está casi terminada y que rodea el lago, aislándolo permanentemente del parque.
La principal misión del Cuerpo de Ingenieros era proteger a la gente, no el medio ambiente. Como dijo el narrador del documental de la década del 50 “Waters of Destiny” (Las aguas del destino), el Cuerpo se vio a sí mismo como victorioso en una guerra contra la naturaleza.
“El agua fluía desenfrenadamente. Agua que arruinó una tierra rica. Que mató personas y la tierra. Que causó desastres y la muerte de la tierra. Ahora, espera allí, tranquila, pacíficamente. Lista para acatar las órdenes del hombre y sus máquinas”.
Los científicos estiman que más de 2.600 millones de litros de agua fresca bañaban anualmente lo que es hoy el Parque Nacional Everglades. En la actualidad, recibe 1.120 litros.
Muchos de los mismos canales, diques y bombas que ayudaron a drenar los Everglades están siendo usados para tratar de salvarlos. Junto a las plantaciones de caña de azúcar y de vegetales de invierno al sur del lago Okeechobee, grandes extensiones están siendo adaptadas para que puedan almacenar y limpiar agua a ser usada cuándo y dónde sea necesaria.
Tal vez el paso más importante que se ha dado hasta ahora es la recuperación del Camino de Tamiami, una carretera de este-oeste que sirvió como un dique en el corazón de los Everglades desde la década de 1920. A partir del 2013, trabajadores elevaron 5,28 kilómetros del camino, permitiendo que el agua fluya libremente hasta el Cenagal de Shark River, históricamente la parte más profunda de los Everglades.
“Estamos empezando a ver que la vegetación responde. Hay más turba, más de esos cenagales de aguas abiertas”, dice Stephen Davis, ecólogo de la Fundación Everglades. “Confío mucho en que podemos restaurar el ecosistema. Por restauración quiero decir que podemos mejorar el funcionamiento de lo que queda”.
“Pronto podremos ver si el trabajo de los últimos 20 años servirá de algo o no”, dice William Nuttle, consultor del Centro para la Ciencia del Medio Ambiente de la Universidad de Maryland, que empezó su carrera en los pantanos del sur de la Florida.
El tiempo, no obstante, no ayuda a los Everglades.
En la última década los científicos empezaron a notar una alarmante tendencia en los pantanos cerca del extremo sudoeste del parque, “cavernas” con agua llenas de vegetación muerta. El agua marina, dice Nuttle, estaba haciendo que amplias zonas de turba saludable “quedasen inutilizadas como sweaters de lana comidos por polillas”.
La falta de agua fresca del norte y la intromisión de agua del mar han aumentado el nivel de salinidad de los pantanos, señalaron Troxler y otros, lo que parece estar afectando el crecimiento de las plantas.
Los científicos confían en que los manglares y otras plantas que toleran mejor la sal migren a tierra firme, hacia los llanos de turba, y creen una nueva barrera natural contra el cambio climático. Pero este cambio tal vez no llegue a tiempo. Cuando los autores del proyecto de restauración lanzaron su iniciativa en el 2000, pensaban que el mar subiría unos 18 centímetros para el 2050. Pero el mar crece a un ritmo mucho más acelerado. Desde el 2000 ya creció 15 centímetros.
En su informe más reciente al Congreso, un equipo de la Academia Nacional de la Ciencia, la Ingeniería y la Medicina exhortó a hacer una amplia reevaluación del proyecto de restauración, advirtiendo que los trabajos actuales no avanzan a la velocidad del cambio climático y que podría tomar 65 años completar el proyecto con los niveles de financiación actuales.
“A este paso, es más imperativo todavía que las agencias se preparen para los Everglades del futuro”, escribieron.
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El Parque Nacional de los Everglades cuenta con una impresionante variedad de vida silvestre.
Hay más de 360 especies de aves y se dice que es el único lugar de la tierra donde pueden convivir los caimanes de agua dulce y los cocodrilos de agua salada.
También hay numerosas especies no nativas que confunden a la naturaleza.
Una mañana de fines de octubre muy calurosa, el biólogo especializado en vida silvestre Ian Bartoszek, director de un programa de investigación y remoción de víboras de Conservancy of Southwest Florida, chapotea por un pantano con cipreses en las afueras de Naples.
En su mano derecha sostiene una antena con forma de H y escucha cómo aumenta la señal de un aparato en su otra mano. “A medida que el sonido se hace más fuerte, la víbora gigantesca está más cerca”, expresó.
De todas las especies invasoras de los Everglades, la serpiente pitón birmana es la más conocida y probablemente la más arisca. Nadie sabe bien cómo fue que esta serpiente del sudeste asiático llegó a la Florida a fines de la década de 1970, aunque muchos creen que todo empezó con unos animales que eran mascotas y se escaparon. O fueron liberados. Se calcula que hay algunos cientos, si no miles, y se sabe que son voraces.
En el 2015, el equipo de Bartoszek capturó una hembra de 14 kilos (31,5 libras) que estaba digiriendo un cervatillo de 16 kilos (35 libras). Este grupo investigador y sus socios documentaron los restos de 23 especies de mamíferos y de 43 especies de aves en los estómagos de las pitones.
Los científicos sospechan que la pitón es la responsable de la desaparición de hasta el 99% de los conejos de los pantanos, los mapaches y otros mamíferos pequeños del parque nacional.
Las pitones pueden permanecer debajo del agua hasta media hora. Su tono negro, marrón y castaño les permite pasar inadvertidas. Todo esto hace que sea casi imposible detectarlas. Por ello, desde el 2013 Bartoszek está usando pitones para pillar otros pitones.
Todas las semanas sobrevuela el área, recogiendo las señales que emiten unos transmisores implantados en 25 serpientes y toma nota de su ubicación. La esperanza es que los guíen a otros animales, sobre todo hembras en edad de procrear.
Este día en particular recogieron la señal de la pitón número 21, un macho de poco más de 30 kilos (50 libras) y 3,5 metros llamado Johnny Rebel que los ayudó a encontrar 20 pitonas adultas, incluidas ocho que tenían unos 560 huevos.
“Es nuestra pitón más valiosa”, dice Bartoszek.
Bartoszek se ata un machete y con un gesto a la Sherlock Holmes, se adentra en el bosque. Siguiendo el rastro de un venado, él y su colaborador Ian Easterling pasan por encima de un viejo cerco de alambres de púas y de árboles malaleuca caídos mientras el receptor los guía más adentro de los arbustos. El sonido se intensifica.
“Nos acercamos”, dice Bartoszek. “Debería estar por aquí”.
“¡Veo una cabeza por allí!”, grita Bartoszek poco después. “¡Confirmado!”.
“Hay una serpiente que se mueve por allí”, responde Easterling. Metiéndose entre los arbustos, Bartoszek se detiene un momento. “Pueden ser dos pitones”.
Da la impresión de que Johnny tiene una novia.
Luego de recuperar el aliento, Bartoszek y Easterling meten la cabeza en el matorral, donde la serpiente está enroscada, y mirando a Easterling le dice “¡no te asustes!”.
Easterling la toma de la cola mientras Bartoszek le pasa la mano por detrás de la cabeza. Ella está mudando su piel, lo que hace que resulte más difícil aferrarla.
“Ahora viene el momento decisivo”, grita el biólogo mientras el reptil se retuerce de dolor, dejándose caer sobre sus muslos. Con un gemido profundo, deja ir el contenido de su tubo digestivo.
Se acabó la pelea.
De vuelta en el laboratorio, pesan y miden su botín: poco más de cuatro metros de largo y pesa 43 kilos. Después de ponerla en una caja y encerrarla en un depósito, Bartoszek estudia sus excrementos y encuentra pedazos de huesos y lo que resultan ser las pezuñas de un venado de cola blanca, la presa preferida del leopardo de la Florida, una especia nativa en peligro de extinción.
“El laboratorio a veces parece ser parte de (la serie televisiva) ‘CSI: Escena del Crimen’”, comenta. “Es la prueba del delito, lo que sucede allí en los Everglades”.
En los últimos seis años, el equipo de preservación de la naturaleza ha retirado más de 500 pitones con un peso combinado de 5.900 kilos (13.000 libras) en un área de 129 kilómetros cuadrados. A pesar de eso, Bartoszek dice que la erradicación total de la pitón “es imposible”.
“Parece estar adaptándose y evolucionando en tiempo real en el ecosistema de los Everglades”, expresó. “Tal vez ya no corresponda hablar de la pitón birmana en los Everglades. Ahora es nuestra. Son de aquí”.
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Cuando se adoptó el plan de restauración de los Everglades en el 2000, el objetivo era volver a los tiempos previos al drenaje, del relato de Douglas. Pero con la subida de los mares y las fluctuantes temperaturas y lluvias, los expertos coinciden en que eso no será posible.
“La restauración de los Everglades siempre fue un proyecto ambicioso y complejo”, declaró el panel de la Academia Nacional de Ciencias. “Nuestra visión actual pone énfasis en lo dinámico que es y en la importancia de enfocarse en la restauración de los Everglades del futuro, no en los del pasado”.
Este año un grupo de expertos de distintas dependencias del gobierno que incluyó al Cuerpo de Ingenieros y el Servicio de Parques Nacionales difundió un nuevo informe sobre el estado del Sistema de los Everglades y no fue alentador.
“En términos generales, los Everglades de la Florida luchan por sobrevivir en medio de presiones sostenidas de actividades humanas y del creciente impacto del cambio climático”, señaló el grupo. “Las anotaciones bajas del informe indican que los ecosistemas de la región se están degradando y que los beneficios ecológicos de la restauración todavía no se ven”.
De todos modos, hay algunas señales positivas.
Se percibe alguna adaptación. Los científicos que examinen los estómagos del corocoro blanco, un “indicador de especies”, encontraron señales de que está comiendo el jewelfish africano, un pez que no es nativo. Y un caracol de la región en peligro de extinción (el snail kite) está mostrando preferencia por otra especie exótica del molusco, que llegó no hace mucho a los Everglades.
Tal vez el elemento más alentador de todos es un proyecto de 578 millones de dólares que busca restaurar 103 kilómetros cuadrados de la cuenca del río Kissimmee. Desde la demolición de algunas represas, una parte del río encontró su viejo lecho. Están reapareciendo los pantanos y también la vida silvestre.
Thomas Van Lent, vicepresidente de ciencia y educación de la Fundación Everglades, hace poco recorrió en una lancha poco más de 3 kilómetros restaurados del río.
“Había caracoles por todos lados”, comentó. “Es sorprendente ver el impacto” de la restauración.
Su colega Stephen Davis cree que el plan puede ofrecer protección de inundaciones –además de agua potable y recreación– al tiempo que recupera y preserva las funciones originales de los Everglades.
“Creo que hay quienes piensan que la restauración es lo mismo que arreglar un viejo automóvil para que se vea como en sus buenos tiempos”, manifestó. “Ese no es el caso con la restauración de los Everglades”.
En el 2015 el Cuerpo de Ingenieros presentó un informe al Congreso y calculó que la restauración costará unos 16.000 millones de dólares, casi el doble de lo estimado inicialmente. No sorprende que haya mucha gente que cuestiona el gasto de semejante cantidad sin que haya garantías de éxito.
Una mañana reciente extremadamente calurosa, Michael Todd Tillman observó cómo tres grandes bombas que funcionaban las 24 horas del día desde mediados de año despedían agua en el Canal L-29 junto al Camino de Tamiami a un ritmo de 7 centímetros cúbicos por segundo.
“Me van a llenar de agua”, dijo el operador de la lancha, cuya familia tiene un campamento recreativo en el parque.
Tillman afirma que comprende lo que tratan de hacer los ingenieros, pero se pregunta si él y los demás pueden sobrevivir en base a las suposiciones de alguien.
“Han cometido grandes errores en el pasado”, señaló. “¿Saben cuál es la respuesta indicada ahora?”.
Sea cual fuere el precio final, Nuttle dice que los humanos crearon este “ecosistema híbrido” y que les corresponde a ellos mantenerlo, por el bien de la naturaleza y el nuestro.
“En el sur de la Florida le declaramos la guerra al ecosistema”, manifestó. “No estamos pagando por una restauración, sino por una restitución”.