Isaías llegó puntual a la cita, pero desanimó un poco a los amantes de la emociones fuertes.
Tal como habían pronosticado los meteorólogos, el huracán se hizo sentir en Miami a las 2 de la tarde. Sin embargo, no se correspondió con las expectativas. No ingresó a tierra firme, se degradó a tormenta tropical, hizo sonar unos vientecillos de 56 millas por hora y no soltó un diluvio que inundara a la ciudad.
Aunque los vientos y las lluvias abarcaron una angosta franja de casi toda la costa este de Florida, fueron aumentado de intensidad del condado de Broward hacia el norte. La trayectoria siempre se desplazó hacia el este, mar adentro. En este desvío, que comenzó el viernes por la noche al norte de Cuba, los mayores estragos tuvieron lugar en las Bahamas, que cruzó íntegramente de sur a norte sobre tierra firme.
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En Miami las lluvias fueron intermitentes y muy separadas entre sí. Alternaban con escampadas dejando pasar los rayos de sol y manteniendo las temperaturas normales de la época. Tanto, que pese al cierre de las playas, como suele suceder durante los huracanes, la gente hizo caso omiso de la orden y acudió al litoral a bañarse.
En Hollywood, al norte de Miami, playas y bares estaban abarrotados, y en el medio de la pandemia nadie usaba la máscara de protección, que es obligatoria. Curiosamente, las playas estaban llenas de banderas recordando la prohibición de bañarse, pero nadie les hizo caso. Incluso los canales de televisión que entrevistaban a los alegres y relajados bañistas, los hacían posar delante de esas banderas.
De nada sirvieron las órdenes y los llamados de los alcaldes y de la policía. La gente, sencillamente, no les hacía caso. En una rueda de prensa por la mañana, el edil de Miami, Francis Suárez, fue enfático. “Todas las playas están cerradas. Deben acumular alimentos, agua, dinero y gasolina, las cosas de siempre, y mantenerse en sus casas. No sabemos la peligrosidad de huracán”, dijo Suárez.
No le hicieron mucho caso, posiblemente porque las personas saben que la categoría 1 no representa mucho peligro, aunque no deja siempre de ser peligroso cuando las ráfagas se disparan. En este caso, según el Centro Nacional de Huracanes, las de más intensidad en tierra no pasaron de 75 millas por horas, pero fueron mucho más fuertes sobre el mar: 120 millas por hora.
Aun así, cuando el organismo pasó por las Bahamas y se aproximó a la costa de Florida, se esperaba se fortaleciera. Pero Isaías bajó de intensidad y fue degradado a tormenta tropical. El pronóstico es que durante la noche, en la medida en que se vaya internando en el Atlántico, pueda recuperar la categoría de huracán.
De todas formas, se espera que se aproxime a Florida por el condado de Palm Beach, el único donde hasta el cierre hubo evacuaciones: unas 170 personas refugiadas en albergues públicos. Por lo demás, los servicios de emergencia no se han movilizado. Los bomberos y la Guardia Nacional siguen acuartelados. No ha habido interrupciones del fluido eléctrico.
Se sabe que estos fenómenos atmosféricos son muy caprichosos. Es su naturaleza, igual que la de los humanos. Estos terminaron por no prestarle gran atención al evento, cansados de un gran encierro por el coronavirus y agobiados por el calor. Tienen en la playa un entretenimiento relativamente barato para compensar los gastos que desencadenó la alarma. Las autoridades estimularon a correr a los almacenes para acumular baterías, agua, maderas para ventanas y abastecimientos, todo ilustrado con las coloridas imágenes alarmistas de televisión. Es lo que en la ciudad se denomina “el síndrome de Home Depot”.
Hasta ahora Isaías ha sido generoso, al menos con su ruta, sus vientos y su lluvia. Como me dijo un vecino mío: “tanta alharaca para un viento platanero”.
Sociedad anarquica ingobernable