Por oposición a lo que se piensa comúnmente, las imágenes de mujeres no siempre han estado ausentes en la historia del dólar norteamericano. En 1865, por ejemplo, circulaba un billete de 20 dólares con la batalla de Lexington y la estampa de Pocahontas, tan occidentalizada que parecía una dama de la corte de Luis XVI y no una joven powhatan de lo que después llamaron Virginia.
En 1886 Martha Washington figuraba en un certificado de plata de un dólar. Y en 1896 fue impresa junto a su esposo en un billete de uno. Pero con el tiempo sobrevino una operación de lavado e invisibilidad que convirtió a los padres fundadores en monarcas absolutos de los retratos monetarios.
Poco antes de abandonar su cargo, el secretario del Tesoro de los Estados Unidos de la administración Obama, Jack Lew, dio a conocer una decisión calificada de histórica: suprimir al presidente Andrew Jackson (1829-1837) del billete de 20 y ubicar en su lugar a Harriet Tubman, mujer, negra por más señas, ex esclava que antes de la Guerra Civil conspiró contra los poderes establecidos mediante un activismo que llevó a centenares de esclavos del Sur a la libertad utilizando el “ferrocarril subterráneo”, y que después trabajó arduamente por el derecho de las mujeres al sufragio. Un cambio que -según se dijo entonces-, por razones técnicas se implementaría en 2020, año del centenario de la entrada en vigor de la Enmienda 19 a la Constitución, Sección 1: “el derecho de los ciudadanos de los Estados Unidos al voto no será negado o menoscabado por los Estados Unidos, ni por ningún estado, por motivos de sexo”.
La movida fue precedida por un intenso debate convocado desde la sociedad civil por Women on 20s (“A Woman´s Place is in the Money”), cuya misión consistió en hacer consultas sobre las mujeres que los ciudadanos proponían para aparecer en el papel moneda. Quedaron cuatro finalistas, dato que reúne las nociones de diversidad, derechos humanos y civiles, cambio, compromiso social y lucha: una blanca anglosajona (Eleanor Roosevelt, 1844-1962), dos afroamericanas (Rosa Parks, 1913-2005, y la propia Tubman, 1822-1913), así como una nativa americana (Wilma Mankiller, 1945-2010), la primera jefa en la historia de la nación cherokee. La Tubman ganó por abrumadora mayoría. El presidente Obama y el Departamento del Tesoro avalaron el dictamen popular.
Bajar del billete a Jackson, que ha estado ahí desde 1928, cuando desplazó a Cleveland, trasladado al billete de 100 dólares, supuso un posicionamiento acerca de su lugar en la historia. Se trata nada más y nada menos que del demiurgo de la llamada democracia jacksoniana, que expandió los poderes electorales de los ciudadanos, aunque por las limitaciones clásicas del imaginario político quedaran excluidos negros, americanos nativos y mujeres. El defensor del hombre común. El héroe nacional de la guerra de 1812 contra Inglaterra, en la batalla de New Orleans, prácticamente a la usanza de George Washington. El que puso una nueva piedra para la expansión. En suma, la figura política más influyente en los Estados Unidos de 1820 a 1830, entre Thomas Jefferson y Abraham Lincoln.
Esto es más o menos lo que suelen enseñar los libros de texto en las escuelas del país, que como norma soslayan los puntos oscuros de su administración, marcados por la historiografía revisionista de los años 60. Para ésta, Jackson, en efecto, fue todo eso y más, pero también un especulador de bienes raíces, un mercader, un dueño de esclavos, un mayor general del ejército que en la batalla de Horseshoe Bend (1814) eliminó a punta de bayoneta a ochocientos guerreros creeks de los mil que componían la tropa. A la manera de Little Big Man, de Arthur Penn: al final contabilizaron los cuerpos de los muertos cortándoles la punta de la nariz y enviando sus ropas como souvenirs a las damas de Tennessee.
Mediante el Tratado de Fort Jackson (1814), los creeks “cedieron” 93,000 km2 de sus tierras al Gobierno Federal, una enorme extensión fértil y pletórica de recursos naturales entre Georgia y Alabama. “El más agresivo enemigo de los indios en la temprana historia de los Estados Unidos”, escribió Howard Zinn en A People´s History of the United States. Jackson siempre los consideró “unos pocos cazadores salvajes”, como al resto de los americanos nativos. Bajo su mandato, el Indian Removal Act (1830) dispuso la relocalización forzosa de varias naciones –cherokees, seminoles, muscogees, choctaws, chickasaws– al oeste del río Mississippi, un auténtico genocidio por la cantidad de almas que murieron en el camino debido a enfermedades y hambre. Los cherokees, en cuyos territorios se había descubierto oro en 1828, perdieron entre 2,000 y 6,000 miembros de los más de 16,000 relocalizados: la historia contada y escrita por los perdedores lo recoge como “the Trail of Tears” (“el Camino de las Lágrimas”).
Pero la idea de poner a la Tubman en el billete ahora está en problemas. El 1 de octubre, durante un mítin en Johnson City, no por azar en el mismo estado que representó Jackson en el Senado, Trump dijo a sus seguidores: “Andrew Jackson sigue en el billete de $20, lo saben”, añadiendo: “Soy un gran fan de Andrew Jackson”. La misma posición que adoptó durante las elecciones de 2016: “Andrew Jackson tuvo una gran historia, y creo que es muy rudo cuando sacas a alguien de un billete”.
Después de eso Trump le declaró a un programa de TV: “Me encantaría dejar a Andrew Jackson […]. Quizás hagamos un billete de $2 o u otra denominación. Sí, creo que es pura corrección política”. Lo mismo había dicho durante su campaña en 2016.
El secretario del Tesoro de la administración Trump, Steve Mnuchin, procedió desde temprano a ponerle freno a la idea: “En última instancia, analizaremos este problema”, dijo el año pasado durante una entrevista televisiva. “No es algo en lo que estoy concentrado en este momento”.
Sería poco menos que redundante, por lo dicho, escribir que Donald Trump tiene un retrato del séptimo presidente de Estados Unidos en la Oficina Oval.