En un mitin en Grand Rapids, Michigan, el presidente Trump dijo a sus partidarios que había logrado vencer a una camarilla corrupta de demócratas, a los medios de comunicación y la élite de Washington, quienes habían intentado anular su victoria electoral al acusarlo de ser agente de Rusia.
“Después de tres años de mentiras, difamaciones y calumnias, el engaño de Rusia finalmente está muerto. Se acabó el engaño de la colusión. El Fiscal Especial completó su informe y no encontró ni colusión ni obstrucción. Exoneración total, vindicación completa”.
Pero sus críticos no piensan lo mismo.
Como se sabe, hace apenas una semana, el pasado domingo 24 de marzo, el fiscal general William Barr publicó los “hallazgos fundamentales” de la investigación de Bob Mueller para conocimiento del Congreso y el público. En una carta de escasas cuatro cuartillas, anunció en primer lugar que el Fiscal Especial no había encontrado ninguna evidencia de que el presidente Trump hubiera coludido/conspirado con los rusos, por lo cual hizo borrón y cuenta nueva.
Pero en el segundo problema –es decir, el de si hubo o no obstrucción de la justicia– Mueller no lo reivindicó.
Las palabras exactas de su informe, citadas en la mencionada carta, son las siguientes: “Si bien este informe no concluye que el presidente cometió un delito, tampoco lo exonera”. En otros términos, Mueller no encontró pruebas suficientes para determinar obstrucción de justicia, pero tampoco limpió al presidente.
Esa decisión quedó en manos del propio William Barr y Rod Rosenstein, el segundo al mando del Departamento de Justicia: dijeron que no había pruebas suficientes para acusarlo de obstrucción: “El Vicefiscal General Red Rosentein y yo hemos llegado a la conclusión de que las pruebas que se desarrollaron durante la investigación del Fiscal Especial no son suficientes para establecer que el presidente cometió un delito de obstrucción de la justicia “. Mueller, sin embargo, afirma haber encontrado evidencias a ambos lados del camino, pero no más allá de la duda razonable. Ahí está, de nuevo, el detalle.
De acuerdo con críticos y expertos legales, el punto clave consiste en examinar los récords de Barr, individuo de demasiados encabalgamientos y tesituras con el presidente Trump.
En 2017, por ejemplo, nuestro hombre en el Departamento consideró que no había “nada intrínsecamente malo” en los llamados de Trump para investigar a Hillary Clinton durante la campaña presidencial. Un poco más tarde, argumentó que la decisión de despedir a la fiscal general Sally Yates debido a su negativa a defender la Orden Ejecutiva 13769 –el llamado Muslim ban-– estaba más que justificada.
Pero no es todo. De hecho, después culpó a Mueller por enrolar en su equipo a fiscales que habían contribuido monetariamente con políticos demócratas utilizando el argumento de que debería haber tenido más “equilibrio”. También dijo que la pesquisa sobre obstrucción era “estúpida” y que el caso estaba “tomando el aspecto de una operación política para derrocar al presidente”, justamente una de las alegaciones fundamentales esgrimidas por los republicanos durante todo este proceso.
Para decirlo alto y claro, desde los años 90 el hoy fiscal general William Barr ha sido un defensor consistente y sistemático de amplios poderes presidenciales en todas las esferas. Antes había ocupado el mismo cargo bajo el presidente George H. W. Bush. Y ya desde entonces, a sus 41 años, tenía esa marca en su imaginario judicial, como el musguito en la hiedra. Ese es también un rasgo que tienen en común los dos jueces designados por Trump para la Corte Suprema: Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh.
El viernes Barr informó que entregará en abril una versión censurada del informe de Mueller. En una carta a los presidentes de las Comisiones de Asuntos Jurídicos del Senado y la Cámara de Representantes, Barr dijo que desea que el Congreso y el público puedan leer las conclusiones de Mueller, contenidas en el reporte de casi 400 páginas y puso el parche diciendo que aunque el presidente Donald Trump tendría el derecho a ejercer su privilegio ejecutivo sobre ciertas partes del reporte, “él ha declarado públicamente que planea dejarme a mí la decisión y no hay planes de presentar el reporte a la Casa Blanca para una revisión ejecutiva”.
A buen entendedor, pocas palabras. “Si ves flotando sobre un estanque algo amarillo con plumas y haciendo cua-cua es, sin dudas, un pato”, reza un refrán.
Un sociólogo cubano lo pondría de otra manera: al final de la jornada, en política no hay lugar para casualidades.