Me apresuré a regresar antes de la puesta del sol. No quería tener las estrellas sobre mi cabeza.
Howard P. Lovecraft, “El color que cayó del cielo“ (1927).
El siglo XX
El 14 de junio de 1947 un ganadero llamado W.W. “Mac” Brazel y su hijo conducían su auto cerca de un rancho en el noroeste de Roswell, una oscura localidad de Nuevo México. De pronto se encontraron con algo nunca visto. Era, dijo el padre, “una gran área de restos con tiras de goma, papel de aluminio y palos de madera”.
El hombre no sabía qué hacer con esos escombros, y menos cómo habían caído en el lugar, de manera que días después decidió llevarlos al pueblo para entregárselos personalmente al sheriff George Wilcox.
Cuentan que Wilcox se puso en contacto con el coronel “Butch“ Blanchard, comandante del 509º Grupo Compuesto del Aeródromo del Ejército de Roswell, ubicado en las afueras. Y que este, a su vez, decidió avisarle a su superior, el general Roger W. Ramey, comandante de la 8.ª Fuerza Aérea en Fort Worth, Texas.
Blanchard también envió al lugar de los hechos al mayor Jesse Marcel, un oficial de inteligencia de la base, para investigar más a fondo. Acompañado por el sheriff y Brazel, el oficial regresó al lugar y recogió lo poco que quedaba de aquellos restos. Pero mientras trataban de averiguar cuáles eran los materiales, optó por hacer una declaración pública.
El 8 de julio la declaración apareció en el periódico local, el Roswell Daily Record. El titular aseguraba que se había capturado un platillo volador cerca de un rancho de Roswel. “La oficina de inteligencia del Grupo de Bombardeo 509 en el Campo Aéreo del Ejército de Roswell anunció hoy al mediodía que el campo ha entrado en posesión de un ‘platillo volador’”.
“Platillo volador“ (flying saucer) era entonces una expresión de nuevo ingreso en el American Standard English. En realidad, lo que había caído a tierra era un globo, parte de del llamado Proyecto Mogul. Mediante este programa clasificado, el Gobierno de Estados Unidos estaba lanzando globos a gran altura de la ionosfera con el objetivo de monitorear posibles pruebas nucleares rusas.
Pero una declaración publicada por el Departamento de Guerra en Washington DC aseguró que los escombros recolectados en el rancho eran los restos de un “globo meteorológico”. El titular de la mañana del Roswell Dispatch fue el siguiente: “El ejército desacredita el platillo volador de Roswell“, pero con una segunda parte: “mientras el mundo hierve a fuego lento con la emoción“.
Estaba claro que el Gobierno había decidido poner fin a la idea de visitantes extraterrestres; pero el tema no murió ahí. El suceso de Roswell marcaría, de hecho, el inicio de la “obsesión extraterrestre“ en Estados Unidos. Su correlato inevitable han sido las teorías de la conspiración; todo signado hasta la médula por una cultura de Guerra Fría en pleno apogeo, que hoy parece regresar a propósito de los globos derribados los últimos días.
El 21 de junio de 1947, el marine Harold Dahl afirmó haber visto seis objetos voladores no identificados en el cielo, cerca de la isla Maury en Puget Sound, estado de Washington. A la mañana siguiente, dijo que fue buscado e interrogado por “hombres de negro”. (Esta es la base del filme Men in Black (1997), con los actores Will Smith y Tommy Lee Jones).
Tres días después, un piloto aficionado llamado Kenneth Arnold dijo que había visto un platillo volador en el cielo cerca de Mount Rainer, Washington. Y a fines de 1947, la histeria ya había hecho sus estragos con más de 300 supuestos avistamientos de “platillos voladores“ solo en los últimos seis meses del año.
En 1950 se produjo otro parteaguas. Un reportero de la revista Variety, Frank Scully, publicó su libro Behind the Flying Saucers, detallando encuentros con extraterrestres. Puede decirse, sin duda, que el libro fijó en piedra la obsesión estadounidense con los ovnis. Dos años después, en el verano de 1952, se reportaron varios avistamientos en el Aeropuerto Nacional de Washington D.C. Para entonces el número de informes de ovnis había alcanzado un nivel de paroxismo. Los aliens eran, de hecho, una suerte de rusos travestidos. Invasores.
En ese contexto, la Agencia Central de Inteligencia instó a formar un panel de expertos para investigar esos fenómenos. Lo encabezaba P. Robertson, un físico del Instituto de Tecnología de Pasadena, California.
En 1953 el panel se reunió durante tres días y entrevistó a oficiales del ejército. Además revisó filmaciones y fotografías de ovnis. Sus conclusiones básicas fueron dos: que el 90 % de los avistamientos podrían atribuirse a fenómenos astronómicos y meteorológicos o a objetos terrestres —aeronaves, globos, y reflectores— y que no hubo una amenaza para la seguridad de Estados Unidos.
Partes del informe se mantuvieron clasificadas hasta 1979, lo cual contribuyó a alimentar aún más la idea de que el gobierno estaba ocultando información y jugando sucio.
A la altura de 1966 se estableció otro comité, esta vez a pedido de la Fuerza Aérea. Dos años más tarde, publicaba sus resultados: Estudio científico de objetos voladores no identificados, conocido como Informe Condon.
Un total de treinta y siete científicos escribieron capítulos para el texto, que cubría en detalle cincuenta y nueve avistamientos de ovnis. El comité concluyó lo mismo que el anterior: no había evidencia de fenómenos extraordinarios, sino comunes. El tema de los ovnis, definitivamente, no justificaba una mayor investigación.
Pero vino la herejía académica. J. Allen Hynek, astrónomo de la Universidad Northwestern en Evanston, Illinois, concluyó que una pequeña fracción de los informes de ovnis más confiables habían dejado trazas definitivas de la presencia de visitantes extraterrestres. Fundó entonces el Centro de Estudios OVNI (CUFOS), entidad que continúa investigando el fenómeno hasta hoy.
En 1980 dos autores volvieron sobre el incidente original. En The Roswell Incident Charles Berlitz y William L. Moore aseguraron que la explicación del globo meteorológico era una “pantalla” (en lo que tenían razón, como vimos); pero argumentaron que los escombros eran los de un auténtico platillo volador y que habían sido trasladados y escondidos en Wright Field, una base militar cerca de Dayton, Ohio.
En 1984 comenzaron a sonar en los medios alusiones a “memorandos clasificados sobre Majestic 12 (MJ-12)”, una supuesta operación secreta lanzada por el presidente Truman para manejar/ocultar el incidente de Roswell.
Sin embargo, más tarde se supo que los documentos eran falsos y, por consiguiente, no se encontraron pruebas que respaldaran la existencia del MJ-12. A esto le siguió algo tan inédito como fuerte: una filmación de 1995 mostraba la disección de un cadáver extraterrestre del incidente de Roswell. (Más tarde su director reconoció que era un fraude).
En 1997 vino el texto “definitivo”, esta vez de la Fuerza Aérea. El informe Roswell: caso cerrado concluyó que las historias de esos cuerpos extraterrestres podrían provenir de testigos civiles que vieron pruebas de paracaídas con maniquíes tenidos por extraterrestres. Sin embargo, muchos “ufólogos” consideraron estas explicaciones otro encubrimiento del Gobierno.
El pueblo de Roswell se convirtió en sinónimo de ovnis y extraterrestres, al punto de constituir una parte no despreciable de la economía local. En 1992 se inauguró el Museo y Centro de Investigación Internacional de ovnis. Y desde 1996 ha sido la sede de un festival anual dedicado al tema.
Segunda entrega de esta serie: Los colores que cayeron del cielo (II)