En el verano de 1967, Martin Luther King Jr. presentó al principal orador del banquete del décimo aniversario de la Conferencia de Liderazgo Cristiano del Sur. Su invitado, dijo, era su “hermano del alma”.
“Se ha labrado un hueco imperecedero en los anales de la historia de nuestra nación”, dijo King a la audiencia de 2 000 delegados. “Le considero un amigo. Le considero un gran amigo de la humanidad”.
Ese hombre era Sidney Poitier.
Poitier, que murió el 7 de enero de 2022 a los 94 años, rompió el molde de lo que podía ser un actor negro en Hollywood. Antes de la década de 1950, los personajes negros del cine reflejaban generalmente estereotipos racistas, como sirvientes perezosos y mamás rollizas. Entonces llegó Poitier, el único hombre negro que consiguió sistemáticamente papeles protagonistas en grandes películas desde finales de los años 50 hasta finales de los 60. Al igual que King, Poitier proyectaba ideales de respetabilidad e integridad. Atrajo no sólo la lealtad de los afroamericanos, sino también la buena voluntad de los liberales blancos.
En mi biografía sobre él, titulada Sidney Poitier: Hombre, Actor, Icono, traté de captar toda su vida, incluyendo su increíble trayectoria de éxito, su chispeante vitalidad en la pantalla, sus triunfos y debilidades personales y su intento de estar a la altura de los valores establecidos por sus padres bahameños. Pero el aspecto más fascinante de la carrera de Poitier, para mí, fue su simbolismo político y racial. En muchos sentidos, su vida en la pantalla se entrelazó con la del movimiento por los derechos civiles, y con la del propio King.
Una época de protestas
En tres columnas distintas en 1957, 1961 y 1962, una columnista del New York Daily News llamada Dorothy Masters se maravilló de que Poitier tuviera la cordialidad y el carisma de un ministro. Poitier prestó su nombre y sus recursos a las causas de King, y participó en manifestaciones como la Peregrinación de Oración por la libertad de 1957 y la Marcha sobre Washington de 1963. En esta época de sentadas, manifestaciones por la libertad y marchas masivas, los activistas optaron por la actitud no violenta no sólo para poner de manifiesto la opresión racista, sino también para ganar mayor simpatía para la causa de los derechos civiles.
En esa misma línea, Poitier eligió deliberadamente retratar a personajes que irradiaban bondad. Tenían valores decentes, ayudaban a los blancos y a menudo se sacrificaban. Obtuvo su primer gran papel en 1958, en Fugitivos, en la que interpretaba a un preso fugado esposado a un racista interpretado por Tony Curtis. Al final, con la cadena ya rota, Poitier salta de un tren para continuar junto a su nuevo amigo blanco. El escritor James Baldwin dijo haber visto la película en Broadway, donde el público blanco aplaudió con tranquilidad, aliviando su culpa racial. Cuando la volvió a ver en Harlem, los miembros del público, predominantemente negro, le gritaron: “¡Vuelve al tren, tonto!”.
King ganó el Premio Nobel de la Paz en 1964. Ese mismo año, Poitier ganó el Óscar al mejor actor por Los lirios del valle, en la que interpretaba a Homer Smith, un manitas ambulante que construye una capilla para unas monjas alemanas por la bondad de su corazón. La película, dulce y de bajo presupuesto, fue un éxito inesperado. A su manera, al igual que las espeluznantes imágenes de las mangueras de agua y los perros de la policía atacando a los activistas de los derechos civiles, fomentó el creciente apoyo a la integración racial.
Un hombre mejor
Cuando el actor pronunció su discurso en la Conferencia de Liderazgo Cristiano del Sur, tanto King como Poitier parecían estar perdiendo el control del público estadounidense. Disturbios sangrientos y destructivos asolaban las ciudades del país, reflejando el persistente descontento de muchos afroamericanos pobres. Los crecientes llamamientos al “Poder Negro” desafiaban los ideales de la no violencia y la hermandad racial, ideales asociados tanto a King como a Poitier.
Cuando Poitier subió al atril esa noche, lamentó la “avaricia, el egoísmo, la indiferencia ante el sufrimiento de los demás, la corrupción de nuestro sistema de valores y un deterioro moral que ya ha marcado nuestras almas irremediablemente”. “En mis días malos”, dijo, “soy culpable de sospechar que hay un deseo de muerte nacional”.
A finales de la década de 1960, tanto King como Poitier se encontraban ante una encrucijada. La legislación federal estaba desmantelando las leyes segregacionistas del Sur, pero los afroamericanos seguían sufriendo la limitación de oportunidades. King recetó una “revolución de valores”, denunció la guerra de Vietnam y lanzó la Campaña de los Pobres. Poitier, en su discurso de 1967 para la Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano, dijo que adherirse a las convicciones de justicia social y dignidad humana de King, “ha hecho de mí un hombre mejor”.
Personajes excepcionales
Poitier trató de adherirse a sus propias convicciones. Mientras fue el único protagonista negro, insistió en interpretar el mismo tipo de héroe. Pero en la era del Poder Negro, ¿se había convertido el santo héroe de Poitier en otro estereotipo? Su rabia fue reprimida, su sexualidad sofocada. Un crítico negro, escribiendo en The New York Times, se preguntaba “¿Por qué la América blanca ama tanto a Sidney Poitier?”.
Ese crítico tenía razón. Como el propio Poitier sabía, sus películas creaban personajes demasiado perfectos. Aunque los filmes permitían al público blanco apreciar a un hombre negro, también daban a entender que la igualdad racial dependía de esos personajes excepcionales, despojados de cualquier carga racial. Desde finales de 1967 hasta principios de 1968, tres de las películas de Poitier ocuparon el primer puesto en la taquilla, y una encuesta lo calificó como la estrella más rentable de Hollywood.
Cada película mostraba un héroe que calmaba el centro liberal. El respetable maestro de escuela de Rebelión en las aulas domina a un grupo de matones adolescentes en el East End de Londres. El agudo detective de En el calor de la noche ayuda a un malhumorado sheriff blanco del sur a resolver un asesinato. El médico de renombre mundial de Adivina quién viene esta noche se casa con una mujer blanca, pero sólo después de obtener la bendición de sus padres.
“Intento hacer películas sobre la dignidad, la nobleza y la grandeza de la vida humana”, declaraba. El público acudía a sus películas, en parte porque trascendía la división racial y la desesperación social, incluso cuando los afroamericanos, baby boomers y críticos de cine se cansaban del anticuado espíritu benefactor de estas películas.
Vidas entrelazadas
Y entonces, las vidas de Martin Luther King Jr. y Sidney Poitier se cruzaron por última vez. Tras el asesinato de King el 4 de abril de 1968, Poitier se convirtió en el representante del ideal que King encarnaba. Cuando se presentó en los premios de la Academia, Poitier se llevó una gran ovación. En el calor de la noche y Adivina quién viene esta noche acapararon la mayoría de los premios más importantes. Hollywood volvió a tratar la agitación racial de la nación a través de las películas de Poitier.
Pero tras el violento asesinato de King, el icono Poitier dejó de captar el ánimo nacional. En la década de 1970, una generación de películas de “Blaxploitation” presentaba héroes violentos y con una gran carga sexual. Eran una reacción contra la imagen del protagonista negro asociada a Poitier. Aunque su carrera evolucionó, Poitier ya no era una superestrella, y ya no cargaba con el peso de representar el movimiento por la libertad de los negros. Sin embargo, durante una generación había sido la principal expresión en la cultura popular de los ideales de Martin Luther King.
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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.