A nueve meses de las elecciones de noviembre, Donald Trump utilizó su discurso sobre el estado de la Unión para energizar a sus bases con lo que llamó un “gran regreso estadounidense” y remarcar así la lucha contra los demócratas como una gran batalla dirigida a detener el surgimiento del socialismo en Estados Unidos.
Fue un inicio sin precedentes. Nancy Pelosi le extendió su mano al presidente y este la ignoró. Pelosi le devolvió el desaire con un gesto.
Trump fue a la carga: “En solo tres cortos años, hemos destrozado la mentalidad del declive estadounidense. Estamos avanzando a un ritmo inimaginable”, dijo.
Después pasó revista a lo que consideró logros de su administración en términos de recortes de impuestos, desregulación, renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y acuerdo comercial con China, mientras denostaba los planes demócratas para la atención médica. “Para quienes nos ven en sus casas esta noche, quiero que lo sepan: nunca dejaremos que el socialismo destruya la atención médica estadounidense”, dijo.
Al pedirle al Congreso aprobar medidas para reducir el costo de los medicamentos recetados, varios demócratas se pusieron de pie, levantaron tres dedos y gritaron: “H.R. 3! H.R. 3!” refiriéndose a un proyecto de ley que la Cámara aprobó el año pasado para reducir el costo de esos medicamentos, muerto en el Senado controlado por los republicanos.
Asimismo, reiteró su tradicional postura antinmigrante al emprenderla contra las ciudades santuarios y al llamar a California “un santuario muy terrible”, expresión no incluida en el discurso escrito. “El estado de California aprobó una ley escandalosa que declara que todo su estado es un santuario para inmigrantes ilegales criminales, un santuario muy terrible, con resultados catastróficos”, dijo.
“Los Estados Unidos de América deberían ser un santuario para los estadounidenses respetuosos de la ley, no los extranjeros criminales”, dijo presentando a un alto funcionario de la Patrulla Fronteriza y al hermano de un hombre asesinado en una estación de gasolina.
A juicio de muchos observadores, se trató de un acto concebido y pensado para la televisión con el despliegue de toda una dramaturgia de reality show al llevar a la sala a un soldado de Afganistán y reunirlo con su familia, otorgarle una beca a una niña afro-americana de nueve años y darle al ultraconservador y divisivo comentarista radial Rush Limbaugh, quien padece de un cáncer pulmonar terminal, la Medalla Presidencial de la Libertad, colocada en su cuello por la Primera Dama.
También hubo un momento para el venezolano Juan Guaidó, presente en el recinto. Lo llamó “el verdadero y legítimo presidente de Venezuela”. “Señor presidente, lleve nuestro mensaje al pueblo venezolano: los estadounidenses están unidos en la lucha por su libertad”, le dijo a Guaidó.
Y otro para lo que llamó los “valores estadounidenses” y las “libertades religiosas”, una de ellas –dijo– orar en las escuelas públicas, tema introducido para continuar cortejando a votantes evangélicos y conservadores, una parte importantísima de sus bases.
Distintos analistas y medios subrayaron de inmediato los datos falsos introducidos por el presidente en materia de supremacía energética, atención médica y economía, así como las distorsiones sobre las políticas de su predecesor, Barack Obama, contra quien Trump parecía estar lidiando. “Si no hubiéramos revertido las políticas económicas fallidas de la administración anterior, el mundo ahora no sería testigo de este gran éxito económico de Estados Unidos”, dijo.
Y luego: “Es por eso que mi administración revirtió las políticas fallidas de la administración anterior sobre Cuba”.
Cuando Trump terminó, Pelosi se levantó de su asiento, tomó la copia impresa del discurso y la rompió en pedazos. Los tiró sobre la mesa mientras el presidente se dirigía a saludar a los republicanos del Congreso.
Preguntada acerca de por qué había roto el discurso, Pelosi le dijo a los periodistas que “era algo cortés considerando la alternativa. Fue un discurso muy sucio”.
El acto evidenció, una vez más, la polarización que se vive en Estados Unidos hoy. Los republicanos apoyaban al presidente de manera estridente; los demócratas miraban y callaban, aunque con frecuentes gestos de desaprobación y hasta abucheos.
Otros como el representante Tim Ryan, demócrata de Ohio, y el representante Bill Pascrell, demócrata de Nueva York, se marcharon de la sala.
que falta de respeto el guanabana este, realmente se necesita un cambio rotundo en la política americana, todos esos partidos son arina del mismo saco, pero tengo fe de que el pueblo americano algún día despertará