…el hacha está puesta a la raíz de los árboles.
Mateo 3:10
“Cosas veredes, Sancho”, le dijo el viejo medio famélico al aldeano regordete que cabalgaba al lado suyo en un borrico. La foto policial (mug shot en inglés) del prisionero P01135809, llegado al mundo en Queens, Nueva York, el 14 de junio de 1946 con el nombre de Donald John Trump, es la culminación (provisional) de un punto que el racionalismo de los fundadores de la nación jamás imaginó.
Es la primera vez en la historia que un expresidente de Estados Unidos ha acudido a una cárcel para encarar un proceso judicial en su contra, una vez acusado de conspirar, como un mafioso, contra los poderes establecidos junto a un grupo de condotiieri que lo asistió para intentar quedarse en el poder.
Es que una de las características del presidente número 45 consiste en la cantidad de veces que ha figurado como número uno en una suerte de hit parade histórico.
Digamos de entrada que es el presidente con más dinero. El primero que no pasó ni por el ejército, ni por los marines. El primero que no ocupó cargos políticos previos. El primero en ser llevado dos veces a impeachment. El primero en ir a un juicio por pagarle a una ex actriz porno (por debajo de la cuerda) para lograr su silencio ante la proximidad de las elecciones. El primero en ser acusado de violación en una corte de Nueva York.
También el primero en llevarse para su mansión papeles secretos propiedad del Gobierno después de que desde los 70 el Congreso aprobara leyes en sentido contrario. El primero en exponer los contenidos de un documento ultrasecreto en un club de golf ante personal no autorizado. El primero en ser acusado federalmente. El primero en solicitarle a un funcionario que le consiguiera 11 700 votos y en pedirle decir públicamente que se había hecho otro conteo. Pero también el primero en ser grabado con evidencia auto incriminatoria, el sueño más húmedo de todos los fiscales del mundo.
Al anterior inventario, sin dudas, se pudiera incorporar un nuevo número uno, considerando la pose que adoptó el reo en la foto policial que le hicieron en la cárcel del condado de Fulton: el más teatral de los políticos, algo bastante difícil de lograr en los Estados Unidos de hoy.
Una fotografía policial es una representación del sistema penal, un símbolo de la libertad perdida, el tipo de imagen comúnmente asociada a criminales, violadores, asesinos en serie, traficantes de drogas o choferes borrachos que aplastan a las personas en las calles.
Con esa pose, Trump se ha ratificado como un esperpento amarillento y desafiante. Quiere decirnos que está mirando a sus numerosos enemigos detrás de la cámara y advirtiéndoles que al final irá por ellos. Y con una expresión de ira evidentemente estudiada, dirigida a sus seguidores de más abajo, por lo demás pletóricos de ese sentimiento.
Se trata, sobre todo, de una imagen para usos propagandístico-electorales calculados de antemano. “Cuidadosamente preparada, como ocurre con la mayoría de las cosas que hace Trump”, dijo un ex asesor de seguridad nacional suyo. En efecto, meses antes de ser fotografiado en Georgia, su campaña ya había utilizado un mug shot como apoyatura para recaudar fondos.
“Por 36 dólares se podía comprar una T-shirt [pulóver] con una foto falsa de Trump preso y debajo con las palabras No culpable”, refiere un periodista. El jueves, a los pocos minutos de publicada la instantánea, la campaña la utilizó para lo mismo: “ÚLTIMAS NOTICIAS: LA FOTO POLICIAL ESTÁ AQUÍ”. Pero le añadieron lo siguiente: “Esta fotografía policial pasará para siempre a la historia como un símbolo del desafío de Estados Unidos a la tiranía”.
Era parte de un plan. El primer momento se caracterizó por una verdadera avalancha de propaganda, hecha precisamente a base de T-shirts, jarras y otras mercancías con la foto del susodicho. Hasta su hijo mayor, Donald Trump Jr., lo anunció en su cuenta de X —la antigua Twitter— asegurando que todas las ganancias se destinarían al fondo de defensa de su padre. Los resultados no se hicieron esperar.
De acuerdo con Fox News, la campaña presidencial de Trump confirmó el sábado 26 de agosto que se habían recaudado casi 20 millones de dólares durante las últimas tres semanas, lo que coincide con la acusación federal en Washington D.C. y la foto de marras. De esa cantidad, se recaudaron 7,1 millones de dólares después de que le tomaran la foto el jueves por la noche. El viernes, dijeron, se habían recaudado 4,18 millones de dólares.
El otro momento es más ideológico: consiste en reiterar los viejos mantras, los sound bytes tradicionales. El primero, llamar a Fanny Willis “una fiscal de izquierda“ que “me ha ACUSADO a pesar de no haber cometido NINGÚN CRIMEN“; el segundo, considerarse a sí mismo libertario, profético y hasta ungido por no se sabe qué: “NUNCA entregaré nuestro país a estos tiranos“. Una narrativa donde el personaje se pone (de nuevo) en línea con la lucha de los patriotas fundacionales contra la tiranía del poder colonial inglés, evidentemente una herencia del discurso del Tea Party.
Todo esto viene envuelto en un paquete retórico caracterizado por sus flips-flops, es decir, por una inversión del problema, eso que los cubanos llamarían “virar la tortilla”. Se trata de una operación protagonizada por un individuo que ha intentado suplantar la realidad electoral de 2020 repitiendo y repitiendo, goebbelianamente, que hubo un fraude generalizado.
Por obra y gracia de ese procedimiento, “Estados Unidos se está convirtiendo en una república bananera. Estos son días oscuros en la vida de Estados Unidos“. En breve, quien ha intentado bananizarlos figura ahora como sujeto bananizado.
Pero la flecha ya ha sido lanzada, y vuela al margen de las recaudaciones y de la propaganda político-comercial. Entonces queda solo esperar a ver si Donald John Trump figurará en los libros de Historia como el primer expresidente estadounidense en ser condenado a prisión.