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Según South African History Online, “el afrikáner moderno desciende de los europeos occidentales que se asentaron en el extremo sur de África a mediados del siglo XVII. Una mezcla de colonos holandeses (34,8 %), alemanes (33,7 %) y franceses (13,2 %), formó un grupo cultural que se autoidentificaba completamente con el suelo africano”.
Pero al echar raíces en África, los afrikáners, al igual que otras comunidades blancas, obligaron a los habitantes originales a abandonar sus tierras mediante la violencia.
A los afrikáners también se les conoce como bóers, palabra que significa “agricultor”, y el grupo aún está estrechamente vinculado a la agricultura.
En 1948, el Gobierno sudafricano, liderado por afrikáners, introdujo el apartheid, llevando la segregación racial a un nivel extremo. Entre otras cosas, aprobaron leyes prohibiendo los matrimonios interraciales, reservaron los trabajos calificados para los blancos y obligaron a la población negra a vivir en townships y homelands.
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El pasado 7 de febrero el presidente Donald Trump emitió una orden ejecutiva que recortaba toda la ayuda financiera estadounidense a Sudáfrica y acusaba a sus autoridades de maltratar a los agricultores afrikáners blancos, y de confiscar sus tierras.
El documento asegura que el Gobierno del presidente Cyril Ramaphosa fomenta “una violencia desproporcionada contra terratenientes racialmente desfavorecidos”.
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Uno de los asesores en ese entonces más cercanos a Trump, el sudafricano Elon Musk, afirmó que se estaba produciendo un “genocidio de blancos” en el país y acusó al Gobierno de aprobar “leyes de propiedad racistas”.
El presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, le dijo a Trump durante una llamada telefónica que su evaluación de la situación era “falsa”.
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Un primer grupo de sudafricanos blancos, integrado por 59 personas, llegó a Estados Unidos el pasado 12 de mayo con el estatus de refugiado.
El presidente Trump dijo que las solicitudes de la minoría afrikáner se habían tramitado con celeridad porque se trataba de víctimas de “discriminación racial”.
Recibieron una cálida bienvenida. El procesamiento de acogida a refugiados suele tardar meses, incluso años. Pero en el caso de este grupo fue tramitado en un tiempo récord.
El Gobierno sudafricano reiteró que los recién llegados no sufrían persecución alguna que justificara la concesión del estatus de refugiado.
“Un refugiado es alguien que tiene que abandonar su país por miedo a la persecución política, religiosa o económica”, declaró. “Y no encajan en esa descripción”.
Hubo actores de la sociedad civil global que se le sumaron. Human Rights Watch calificó la medida de “cruel manipulación racial”, afirmando que a miles de personas, muchas africanas y afganas, se les había negado el refugio en Estados Unidos.
En el plano doméstico, Gregory Meeks, el miembro demócrata de mayor rango del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara, afirmó que el reasentamiento de refugiados de la Administración Trump “no era solo un hecho racista, sino también una rescritura de la historia con motivaciones políticas”.
La Iglesia Episcopal declaró que no colaboraría con el Gobierno Federal en el reasentamiento de los sudafricanos debido al “trato preferencial” que se les había otorgado.
Melissa Keaney, del proyecto de Asistencia Internacional a los Refugiados, declaró que la decisión de la Casa Blanca de acelerar la llegada de los afrikáners equivalía a “mucha hipocresía y trato desigual”.
Su organización está demandando a la Administración Trump luego de la suspensión indefinida, en enero, del Programa de Admisión de Refugiados de Estados Unidos (USRAP). Esa política ha dejado en el limbo a más de 120 mil refugiados aprobados condicionalmente.
Finalmente, el escritor afrikáner Max du Preez declaró que las acusaciones de persecución de sudafricanos blancos eran un “absurdo total” y “no se basaban en nada”.
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Una semana después de la llegada del grupo, el presidente Ramaphosa visitó la Casa Blanca para tratar de enfriar la temperatura de las relaciones entre ambos países. Pero Trump lo hostigó públicamente con el mismo mantra. E incluso con cosas peores.
En un nuevo acto de bullying, el presidente hizo proyectar un video en el Despacho Oval mostrando los lugares de entierro de más de 1 000 agricultores blancos. “Esto es muy malo”, dijo. “Estos son cementerios, justo aquí. Cementerios, más de mil, de agricultores blancos”.
El principal funcionario policial de Sudáfrica, Senzo Mchunu, declaró que el presidente tergiversó los hechos para impulsar una narrativa falsa sobre los asesinatos masivos de personas blancas en su país.
“Respetamos al presidente de Estados Unidos […] pero no respetamos en absoluto su historia de genocidio”, dijo.
Al ser preguntada sobre las declaraciones de Mchunu, la Casa Blanca recordó los comentarios de la secretaria de Prensa, Karoline Leavitt, un día antes en su sesión informativa, cuando dijo que “el video mostraba cruces que representaban los cadáveres de personas que fueron perseguidas racialmente por el Gobierno”.
Pero sucede que las cruces no marcaban tumbas, ni lugares de entierro. Eran un monumento temporal erigido en 2020 para protestar por los asesinatos de agricultores en Sudáfrica.
Se colocaron durante una procesión fúnebre en memoria de una pareja blanca asesinada durante un robo en su granja, dijo Mchunu. Tanto un hijo de esa pareja, como varios miembros de la comunidad local, expresaron que las cruces no eran cementerios y que fueron retiradas después de la protesta.
Pero a los acusadores no les importaban los datos a la hora de repetir la letanía. Mnchu anunció que, de los más de 5 700 homicidios ocurridos en Sudáfrica entre enero y marzo de este año, seis fueron en granjas y, de ellos, solo una víctima era blanca.
Un exlegislador sudafricano fue más allá. Lourens Bosman afirmó haber participado en la procesión que se muestra en el video reproducido por Trump. Ocurrió cerca de la ciudad de Newcastle, en la provincia oriental de KwaZulu-Natal, en septiembre de 2020.
Las cruces simbolizaban a los agricultores y trabajadores agrícolas blancos y negros que habían sido asesinados en toda Sudáfrica durante los últimos 26 años, afirmó Bosman.
Esta campaña de oportunismo y desinformación ha circulado entre grupos de ultraderecha durante muchos años. En su primer mandato, Trump se refirió a la “matanza a gran escala de agricultores” en Sudáfrica. Esto es apenas un reciclaje.
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Los afrikáners suman más de 2,5 millones en una población de más de 60 millones. Representan, aproximadamente, el 4 % del total. Ninguno de los partidos políticos sudafricanos, incluidos los que los representan, ha afirmado que se esté produciendo un genocidio en Sudáfrica.
Jaco Kleynhans, un alto funcionario del grupo de presión afrikáner Solidaridad, afirmó haberles hecho saber a funcionarios estadounidenses que “no hay genocidio ni confiscación de tierras por parte del Gobierno”.
Un juez sudafricano descartó la idea de un genocidio, calificándola de “claramente imaginaria” e “irreal.
La pregunta maestra es entonces por qué la Administracion Trump ha suspendido prácticamente todas las admisiones de refugiados para quienes huyen de la hambruna y la guerra desde lugares como Sudán y la República Democrática del Congo.
Y, por el contrario, por qué ha facilitado el ingreso de afrikáners. Se trata de la minoría étnica blanca que logró el poder en 1948 y lideró el régimen del apartheid en Sudáfrica.
La respuesta está en el viento. Ya lo dice la Biblia: por sus obras los conoceréis.