Juan Carlos —le llamaremos así porque es policía del condado Miami-Dade y no puede expresarse públicamente, aunque por estos días tiene algo que decir—, se aparece raudo en una esquina del NW de Hialeah. Viene en su carro personal, no en el patrullero donde trabaja nueve horas al día. “Monta”, le dice con un tono ansioso al reportero y sale chillando neumáticos hacia Miami Beach.
Por el camino me cuenta que su departamento está “patas arriba” desde que la semana pasada un policía de Minneapolis, con el concurso de otros tres, matara por asfixia a un afroamericano estremeciendo de costa a costa a un país que vivía ya sobresaltado por una pandemia y por las alucinaciones de un presidente que cree que se las sabe todas.
Juan Carlos se detiene en la acera de un parque. Lo que cuenta es insólito. “Tú sabes que hay un descontento muy grande en los departamentos de policía. La cosa ha comenzado a exteriorizarse con las actitudes de la gente. Lo viste el otro día cuando en Coral Gables algunos de mis colegas pusieron rodilla en tierra y se solidarizaron con los manifestantes”, explica.
El jefe de policía de Coral Gables, Ed Hudak, dijo que su policía, él personalmente y los manifestantes, seguirán conversando durante las próximas semanas sobre los sentimientos de la comunidad y sobre la necesidad de mejorar y reformar los protocolos y entrenamientos.
“Fue muy bonito aquello, pero no una casualidad. Nosotros no queremos abusar de la gente. No hay por qué hacerlo. Aquí en Miami casi no hay incidentes de esa naturaleza. Son raros. Hubo un jefe de policía en Miami, (John Timoney) que estuvo al frente de la fuerza durante cinco o seis años y nunca se disparó un tiro en la calle. Era muy duro con eso, y precisamente por eso logró sacar algunas malas hierbas”, dice.
Pero hay siempre un “pero”, precisa Juan Carlos. Los policías, sobre todo los de las zonas rurales o urbes poco desarrolladas culturalmente, como Minneapolis o Buffalo, son muy brutales porque “las jefaturas son muy conservadoras y muchas veces en los barrios negros dan instrucciones de golpear y reprimir sin mirar las consecuencias”.
“Lo peor” —enfatiza mi fuente—, “es que muy pocos departamentos de policía disponen de un mecanismo de control de la influencia de los segregacionistas en sus filas”. Por eso “la violencia ha aumentado en los últimos años”.
Puede tener razón, le digo, porque estas reacciones ocurren en ciudades donde los agentes tienen una mayor interacción con el público. Ahí esta el caso de Los Ángeles, que después de los incidentes por la absolución de los agresores de Rodney King, hizo una profunda reforma de su Departamento de Policía.
“Es más que eso”, dice. “Estos policías que se solidarizan con los manifestantes lo hacen porque hay una nueva conciencia caminando entre ellos. Muchos son jóvenes que desde chicos tuvieron el ideal de ser policías, otros tienen creencias religiosas que rechazan la violencia, y muchos sienten que no pueden hacer su trabajo si el público no confía en ellos”, analiza Juan Carlos.
Aún así, subraya, “no se piense o se crea que se cierra los ojos a la violencia. Nuestro trabajo es proteger la gente, los negocios y las propiedades. Hay que perseguir la violencia, pero no con violencia. Hay tácticas, inteligencia y experiencia. Los tribunales también tienen que participar porque muchas veces, al cabo de unas horas, liberan al activista violento, lo citan para otro día y no pasa nada. Es muy frustrante para nosotros”.
En estos momentos —confirmaron a OnCuba otras fuentes— el despliegue de solidaridad policial con la ciudadanía se está incrementando. “Muchos colegas me han contado que quieren recuperar la confianza del público. Sé que se está organizando una campaña para mejorar la imagen de la policía en el país porque así no podemos seguir. El hecho de que dos policías en Buffalo [Nueva York)] empujen a un anciano, caiga al suelo, se rompa la cabeza y los demás le pasen por el lado, no quiere decir que todos seamos así”, se lamenta.
De hecho, el promedio del policía estadounidense tiene un nivel de vida modesto. También vive en barrios populares y sus sueldos no se corresponden con la realidad que se encuentran diariamente en las calles. “Yo gano $58,000 anuales y me paso nueve horas en la calle en un ambiente peligroso. ¿Y después me critican por lo que hacen los demás? El otro día mi hija me preguntó si yo hago lo mismo. Insólito que me cuestionen hasta los míos”, subraya.
La “revuelta” y el cuestionamiento policial se afianzan también en el hecho de que ellos mismos miran cómo la mayoría de los policías que han agredido a las personas sin motivos razonables son protegidos por las jefaturas y sindicatos, e incluso absueltos.
Una hora después de revelar el malestar policial y el inicio de la campaña en ciernes, Juan Carlos me presenta a dos colegas que confirman, básicamente, lo que me ha explicado: los agentes están hablando mucho del fenómeno político-social que ha despertado la violencia policial. “La gente ha dicho hasta aquí. Eso nos afecta a nosotros también porque no tenemos culpa y nos la echan encima. Nos miran con recelo y nadie nos protege”, dice uno.
Sería de esperar que los sindicatos policiales asumieran la defensa del cuerpo, pero no lo hacen. Esto se debe a que la mayoría de los líderes sindicales tienen como objetivo arrancarles a los políticos locales mejores beneficios y no parecen tener interés en proteger su imagen. “No les interesa y se guían mucho por su pensamiento político”, afirma la fuente. Por ejemplo, el jefe de la policía de Minneapolis, Medaria Arradondo, solo después de ver la reacción popular ante la muerte de George Floyd a manos de cuatro de sus subordinados, y de escuchar las demandas de políticos locales en el sentido de desmantelar su departamento, tuvo unas palabras de rechazo. “No hay nada que justifique acciones como esta. No somos así. En mi departamento rechazamos este comportamiento, y las sanciones serán duras”, dijo a la cadena CNN al día siguiente de la muerte de Floyd.
Miles de colegas suyos piensan lo mismo. Por eso están enfrentando las protestas con serenidad, solidaridad y diálogo con los manifestantes.