If voting made any difference, they wouldn´t let us do it.
Mark Twain
Nunca había tenido la oportunidad de seguir en vivo durante casi toda la madrugada unas elecciones. Por primera vez pude estar, desde la noche del martes 8 de noviembre hasta las primeras horas del día 9, al tanto de un ejercicio cívico tan importante como sufragar. La expectación estaba motivada por la decisión de los estadounidenses sobre cuál sería su presidente. En definitiva eso es algo que, de una manera u otra, nos afecta a todos.
Ante los ojos incrédulos de muchos y la estupefacción de otros; las previsiones destruidas de los grandes medios de información y agencias encuestadoras alrededor del mundo; así como las opiniones y vaticinios derribados de los súper-analistas de todas las tendencias ideológicas: ganó Donald Trump. De ahí para acá no ha quedado más que asimilar el resultado y preguntarnos cómo pudo pasar algo así. A mi juicio, y como casi siempre creo que ocurre en la vida, no hay una sola causa que lo explique.
La primera realidad que debemos afrontar es que ha ganado el candidato menos votado por el pueblo de EE.UU. Algunos amigos que residen allí me han dicho que ciudadanos alejados de las urnas por décadas concurrieron a votar, y la mayoría con quienes ellos conversaron lo hicieron por Trump. Mi respuesta en todos los casos ha sido la misma: no dudo que eso haya ocurrido, pero aun así Hillary Clinton le sacó más de 700 000 votos al candidato republicano. No obstante, este último ganó producto de un sistema electoral donde lo que menos vale es el criterio que contiene la boleta depositada en la urna por el elector. El adjetivo para definir al mecanismo de Colegio Electoral de EE.UU. es disfuncional. Sencillamente rompe con el sacrosanto principio, por demás de origen liberal-burgués pero válido en cualquier concepto de democracia que se defienda, de un elector un voto. La próxima vez que alguien oiga a un Presidente de Estados Unidos hablar de democracia, sobre todo si es Trump, piensen en este tema.
Otro elemento a considerar es que desde el marketing político la campaña del presidente electo fue excelentemente montada. Los que un día le tildaron de loco por sus discursos hoy deben estar pensando lo contrario. El núcleo de la retórica de Trump fue hacerse eco de los pensamientos de muchos estadounidenses asqueados del sistema político y económico. Mientras, identificaba los problemas y a los que para él son responsables. De esta forma ganó votos de desempleados, personas de bajo nivel cultural, población rural e incluso inmigrantes de origen latinoamericano que han podido regularizar su situación legal en EE.UU.
Aquí quiero detenerme en dos temas esenciales: las encuestas por regla general se desarrollan en grandes ciudades y en esos núcleos poblaciones Hillary Clinton ganó. Por tanto, la matriz de opinión que mostraron no estuvo del todo errada si lo vemos desde esta óptica. Además, debe destacarse que mientras los grandes medios le daban la victoria a la demócrata, las redes sociales mostraban un terreno donde también concurren manifestaciones de voluntad que mostraban un franco apoyo a Trump.
En el caso del voto latino la cuestión se resume, en mi criterio, al mercado laboral. Para un obrero blanco anglosajón su principal competencia son los trabajadores inmigrantes, por regla general provenientes de nuestra región. Pero para una persona de origen latino asentada legalmente en EE.UU. su rival a la hora de buscar trabajo son los propios inmigrantes que no tienen papeles, pues son la mano de obra más barata que puede haber. Entonces mientras Trump ganaba el voto de los anglosajones desempleados y de aquellos sin preparación cultural para comprender las causas de los problemas del país, achacándole la culpa de sus males económicos entre otros factores a los inmigrantes, se aseguraba que el 29 por ciento de las personas de origen latino votaran por él porque, según sus discursos de campaña, expulsará a los indocumentados. Muchos pensarán que en definitiva no ganó el voto latino ni el de otras minorías de inmigrantes. Tampoco el de la comunidad negra o LGBTI. Pero en un contexto donde prima el voto de los compromisarios electorales y donde en 48 de 50 estados la regla es que the winner takes it all, cada elector que se reste al oponente puede ser decisivo en la carrera por la presidencia.
Tampoco se puede olvidar el denominado Efecto Bradley. Nadie declara públicamente ser un homófobo, anti-musulmán, racista, machista o cualquier otra característica con las que se identifica a Trump. Pero como me decían en estos días algunos estudiantes durante un debate sobre las elecciones: “en la soledad ante la urna cualquier cosa puede pasar”.
Sobre Trump como personaje político creo que no hay que decir mucho más de lo que todos hemos visto. Por una parte puede afirmarse que Hillary Clinton encarna lo más tradicional de la clase política de EE.UU. con todos sus defectos y vicios. Sin embargo, Trump simboliza lo más oscuro del imaginario social y político de ese país. La opción vencedora en esta elección es la respuesta a una coyuntura de crisis sistémica dentro de la sociedad y el sistema político. Mientras el bipartidismo sigue imperando en la dinámica funcional de este, el entramado social dejó de ser hace mucho tiempo solo una división entre “azules” y “rojos”. Entonces ante esta realidad no queda otra opción para muchos que confiar en quien surge como el súper crítico de esas circunstancias que los agobia y frustra. Eso fue lo que Trump y sus asesores entendieron, y en torno a eso montó su campaña.
La discursiva del triunfador se identifica, y creo que es lo más grave, con rasgos que son palpables en amplios sectores poblacionales estadunidense, en los cuales calaron los argumentos para protegerse de los negros, los fundamentalistas, los negocios chinos, entre otros. Salvando las diferencias históricas y de contexto me recuerda el discurso hitleriano que colocaba sobre los hombros de comunistas, anarquistas, homosexuales y otras minorías, los problemas de la Alemania en los años treinta del siglo pasado. Sumen en un mismo individuo oratoria estridente, capacidad de identificar los problemas sociales de la manera más sencilla (también más superficial) y por ende mejor comprensible para un ciudadano promedio; y que además sea un ícono del american dream dada su condición de multimillonario, y tendrán el candidato perfecto.
Donald Trump es un producto de la lógica con que opera del sistema sociopolítico de EE.UU y apostaría, aunque aún no ha siquiera asumido la presidencia, porque a la postre será más de lo mismo. Creo que llegado el punto en que sea necesario desaparecerá cual acto de magia la perorata anti-establishment, y se sumará al menos discursivamente a ese establishment puesto que en el orden ideológico creo que nunca dejó de serlo. Para concluir solo quiero mencionar un aspecto sobre su potencial política exterior. Me temo que quienes piensan que la misma dejará de ser injerencista están en un error. Para ese rasgo habría que destruir los cimientos ideológicos en los que aquella se asienta, y Trump está muy lejos de ser la persona para alterar algo así. La idea de que “queremos llevarnos bien con los que estén dispuestos a llevarse bien con nosotros”, operará solo dentro de la lógica de la pax americana.
Sr Peña,Usted no entiende nada del sistema que esta criticando.Los votos electorales es debido a que los estados tiene una gran diferencia poblacional y se hacen proporcional a la cantidad de votantes por estado.
Debería criticar también el famoso “Voto Unido” que con solo una cruz elegíamos a todos los delegados de un golpe…!!!
Por favor mas respeto a la inteligencia de las personas que leemos este blog
Gracias por su atencion
Albio