Putin ha cometido un error

Rusia ganará su guerra porque ningún país, ni todos juntos, pueden vencerla excepto que se expongan a la destrucción mutua asegurada.

Presidente ruso Vladimir Putin. Foto: DPA VÍA EUROPA PRESS (EUROPA PRESS)

El conflicto entre Rusia y Ucrania es en realidad entre Rusia, la OTAN y Estados Unidos, en esencia parte de la zaga de la Guerra Fría, uno de cuyos componentes fue el anticomunismo y el antisovietismo que, con el colapso de la URSS, devino rusofobia que impidió aceptar a Rusia cuando Yeltsin y Putin, con los cañones enfundados, se aproximaron a occidente, pidiendo solo que la OTAN no desembarcara en sus fronteras, cosa que le fue prometida.

Durante treinta largos años, la dirección rusa asistió al incumplimiento de esas promesas, cosa que no era trascendental hasta que, con el golpe de estado contra el presidente ucraniano, pro ruso Víktor Yanukóvich en 2014, llegó al poder una casta política que convirtió la integración a occidente, en particular a la OTAN y la rusofobia y en política de estado.

Tal orientación provocó la secesión del Donbass, territorio inequívocamente ucraniano, con una población predominantemente rusa que, sintiéndose acorralada, se declaró en rebeldía, apeló a Rusia y con su apoyo proclamó la independencia que dio lugar a una enconada guerra civil que recién condujo al reconocimiento por Putin de Donetsk y Lugansk como repúblicas independientes, lo cual ha sido el detonante para una confrontación largamente incubada y de pronóstico reservado.

De haber ocurrido en otro lugar el entuerto se hubiera saldado de maneras diferentes al curso que ha tomado, pero se trata de Europa y del ajuste de cuentas a la experiencia soviética realizada, no solo por occidente, sino también por la nostálgica Rusia.   

El espíritu de la Ostpolitik o el desastre a las puertas de Europa

Europa, es el más pequeño de los continentes, aunque es el que más países alberga y el de mayor significación para la cultura universal, incluida la cultura política, el más creador y artísticamente sensible, pero es también el más violento, tanto que allí se gestaron las cruzadas, la inquisición, el antisemitismo y la “solución final”. El militarismo y la tradición bélica son atavismos europeos.

En esa fragua de los grandes imperios, se adora la democracia y también funciona el autoritarismo. Allí donde más se había progresado en la convivencia, registrándose avances en la integración económica y política que dieron lugar a la Unión Europea, en el siglo XX los estados saldaron sus diferencias con dos guerras mundiales y 100 millones de muertos y, para ahogar al comunismo en su cuna, auspiciaron la más violenta de las respuestas contrarrevolucionarias.

En la Europa de la Ilustración y el Renacimiento, fragua del liberalismo, el marxismo, la socialdemocracia y los partidos de inspiración cristiana, acaban de fallar la diplomacia y la intimidación. La OTAN y Ucrania no pudieron ser convencidas de detener su expansión, ni Rusia paralizada en su afán por evitarlo. En estos minutos hablan las armas.

Lo que pudo terminar con el aseguramiento de las fronteras del Donbass, requiere ahora el control del país y la toma de sus grandes centros urbanos, incluida la capital. Putin se ha dirigido a los militares ucranianos exhortándolos a deponer al gobierno y a tomar el poder.   

Según la explicación, probablemente correcta, del presidente de Rusia Vladimir Putin, la guerra que ha regresado a Europa es parte de la resaca del proyecto bolchevique, de la construcción de la Unión Soviética y de su colapso. A tenor con su particular interpretación de la historia, Putin considera que, sumar a Ucrania, la península de Crimea y la región de Donbass fueron equívocos históricos de los bolcheviques que él se encarga ahora de rectificar por vía de las armas y la anexión.

El líder ruso, legitimado en las urnas que se forjó una imagen de estadista al lograr una razonable cohesión de su país, restablecer la economía de Rusia, devolverle la condición de potencia que tuvo la Unión Soviética, sufre una metamorfosis recesiva para presentarse como un político europeo del pasado y homologarse a aquellos que creyeron en la fuerza, la utilizaron y con ella sembraron vientos que nunca dejan de soplar.  

En defensa de su decisión, Putin alega que la entrada de Ucrania en la OTAN era inminente y que, al hacerlo emplazaría armas ofensivas que pondrían en peligro la seguridad de Rusia. Lo cierto es que nada de eso ocurrió. Lo que sí sucedió, fue la entrada de tropas rusas en número abrumador y el empleo de armas de precisión de alta tecnología en un ataque que rebasa los límites de los autoproclamados estados de Donbass.

Rusia ganará su guerra porque ningún país, ni todos juntos, pueden vencerla excepto que se expongan a la destrucción mutua asegurada, lo que no puede es justificarla ni legitimarla. Sus argumentos son ciertos, pero no conducen a un corolario aceptable, tampoco hace justicia la comparación de que en otras ocasiones Estados Unidos lo ha hecho peor.

Cuentan que, al recibir la noticia de un ajusticiamiento ordenado por Napoleón, Talleyrand comentó: “Es peor que un crimen, es un error”. Putin ha incurrido en un error. 

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