Recién había cumplido10 años, cuando el 13 agosto de 1961 se construyó el Muro de Berlín. En solo 24 horas se levantaron cientos de kilómetros de barrera física, con la intención, se decía, de evitar las agresiones occidentales. Hacía un lustro que Esmeralda vivía en Hamburgo junto a su familia. Nació en La Habana, pero un contrato de trabajo de su padre músico les llevaría a Europa.
Las noticias sobre las obras constructivas la hacían permanecer frente a aquel televisor. El éxito de la Orquesta Cuba Chachachá, agrupación dirigida por su padre, les había permitido ser una de las primeras familias en tener televisión en Alemania, cuando quizás eran los únicos cubanos radicados en ese país.
Kuba era la marca de aquel aparato, por supuesto en blanco y negro, que cada día compartía noticias angustiosas acerca de la prohibición, ahora convertida en una pared, que tenían los ciudadanos de Berlín Oriental y de la RDA de cruzar hacia territorio enemigo: la RFA. El contexto de la “guerra fría” suponía siempre una amenaza de una tercera contienda de alcance internacional. Alemania había quedado devastada con la Segunda Guerra Mundial; la recuperación constructiva fue casi inmediata, pero la psicológica y moral tardaría en llegar. Ella lo sabía.
Afuera, en las calles, se vivía una marcada preocupación acerca del inminente distanciamiento de las familias a ambos lados de la frontera. La posibilidad perder el contacto con los seres queridos consumía a la gente.
En el interior de su familia se respiraban tensiones y miedos. La sospecha de ser comunista en la República Federal Alemana les hacía intentar pasar inadvertidos. Por la época, ante la pregunta Woher kommst du? se presentaba como sudamericana y más tardíamente como caribeña, para evitar excesivas interrogantes o represalias. Por los años noventa, luego de caído el muro, se presentaría abiertamente como cubana.
Cuenta que en una ocasión estuvo en una aldea cercana a la frontera entre las dos Alemanias, pudo sentir el miedo que inspiraban los soldados socialistas que patrullaban el lugar. La posibilidad de tener un incidente desagradable pesaba sobre la vida de aquella gente.
La única vez que proceder de Cuba se convirtió en una ventaja fue cuando atravesó la RDA en un vehículo. Los militares le apartaron de los otros viajeros, todos alemanes federales, a quienes les interrogaron con alevosía; a ella le otorgaron el beneficio por venir de la Isla.
En otro momento le tocó renovar su pasaporte en la embajada cubana en Berlín oriental, pues en la Alemania Federal no hubo por mucho tiempo consulado cubano. Dicha gestión implicó pasar por el Check Point Charlie, uno de los siete pasos fronterizos entre los dos países. Esa experiencia fue vejatoria, según recuerda.
A finales de septiembre de 1989 comenzaron los incidentes en la frontera de la RDA con Hungría y en la embajada de Alemania en Praga. Cientos de personas llegaron, en condición de asiladas, a la capital húngara. Esmeralda no estaba al tanto, por eso se sorprendió con la noticia de primera plana: Berlin ist wieder Berlin. Die Mauer ist weg (Berlín es nuevamente Berlín. El Muro ya no está). Ese 9 de noviembre de 1989 Esmeralda lloró a mares. Sentimientos encontrados le asfixiaban: la alegría por el reencuentro del pueblo alemán después de 28 años de separación e incertidumbre ante el futuro de los cubanos que se encontraban en el otro lado de la ya no-frontera. ¿Qué iba a pasar con el campo socialista? ¿Y con Cuba? ¿Qué sucedería con los alemanes de la RDA? Eran las interrogantes le que atormentaron cuando vio caer el Muro de Berlín.
Con la reunificación de Alemania, el 3 de octubre de 1990, los cubanos comenzaron entonces a llegar a Frankfurt. Algunos habían ido a trabajar o estudiar a la RDA y decidían ahora pasarse a la RFA.
En el contexto de la apertura del turismo en Cuba y de la crisis económica, se incrementó la presencia de gente de la Isla. También llegaron la música, el baile y las fiestas cubanas. Entonces Esmeralda comenzó a estar menos sola, ahora en una Alemania unificada.