El viernes 28 de octubre la campaña presidencial estadounidense fue de nuevo sacudida por una sorpresa: la revelación del Director del FBI –un republicano– de que durante una investigación independiente se había encontrado una cantidad indeterminada de correos electrónicos de Huma Abedin, una de las principales colaboradoras de Hillary Clinton, que podrían estar relacionados con la candidata cuando era Secretaria de Estado. Se avivaba así, a unos días de los comicios, el caso aparentemente ya cerrado del servidor privado que la candidata usaba en el Departamento de Estado. Como en otras ocasiones, probablemente sea un caso de mucho ruido y pocas nueces.
A pesar de la tensión en que ha puesto a toda la clase política, es probable que no impida la elección, por primera vez, de una mujer Presidente. Hillary Rodham Clinton, ex Primera Dama de Arkansas y de los Estados Unidos, ex Senadora por Nueva York y ex Secretaria de Estado, rompería así el máximo “techo de cristal”* de ese país.
La candidata enfrentará graves desafíos para gobernar el país después de una controvertida campaña en que ha intercambiado todo tipo de acusaciones con su contrincante, Donald Trump.
En realidad, a pesar de sus enfrentamientos, Clinton y Trump tienen mucho en común. Por la fecha de su nacimiento, ambos son baby-boomers, clasificación dada a la generación de nacidos inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Los estudios al respecto se pueden resumir en lo siguiente: los baby boomers fueron una generación privilegiada pues alcanzaron la adultez en una etapa de expansión del capitalismo norteamericano. Estuvieron marcados o influidos por los eventos definitorios de la época, dos de ellos muy significativos: la lucha por los derechos civiles y la guerra de Vietnam.
Además, tanto Rodham Clinton como Trump pertenecen a la elite del poder según la definición de C. Wright Mills. Son parte del 1 por ciento y no del 99 por ciento, según la clasificación del movimiento Occupy Wall Street. Los dos son residentes de Nueva York, el centro financiero del capitalismo estadounidense.
Ello significa que quienquiera que gane las elecciones y se convierta en Presidente llevará adelante políticas diseñadas para mantener la hegemonía estadounidense en el mundo y la de las clases dominantes al interior.
Dicho esto, conviene apuntar que la Sra. Rodham Clinton, a diferencia del Sr. Trump, no nació ni se desarrolló en una familia de altos ingresos. Nacida en Chicago, en una familia de clase media alta, sus padres la enviaron a estudiar a Wellesley College (Boston, Massachusetts), una prestigiosa universidad privada para mujeres. Ya desde entonces se unió a los Jóvenes Republicanos, cuya organización en Wellesley presidió. El momento más significativo de su temprana trayectoria sobrevino en la convención republicana que eligió candidato a Richard Nixon en 1968. Asistió como delegada pero salió disgustada por el menosprecio a la corriente liberal del partido, encabezada por Nelson Rockefeller, con la cual estaba identificada.
Posteriormente, estudiando en la Escuela de Derecho de la Universidad de Yale y habiéndose unido al Partido Demócrata, hizo una pasantía en la Cámara de Representantes, participando en la investigación del caso Watergate que obligó a Nixon a renunciar. En la Universidad conoció y se casó con Bill Clinton.
Su temprano devenir en la política está marcado por haber participado activamente en organizaciones por la defensa de los niños y las mujeres.
“I’m reaching out to Republicans and Independents as well as Democrats because I want to be president for all Americans.” —Hillary
— Hillary Clinton (@HillaryClinton) 1 de noviembre de 2016
Es bien conocida su trayectoria desde entonces. Casi siempre se vio envuelta en controversias de toda índole, particularmente por el papel que jugó durante la Administración de Bill Clinton, en parte motivado por el rechazo de una clase política masculina a que una mujer tuviera tanto protagonismo. Encabezó los fallidos esfuerzos por lograr una reforma de salud en 1994-95. Ese hecho y el respaldo a su esposo cuando el caso Monica Lewinsky, que motivó un fallido juicio político (impeachment) en su contra, le han granjeado un odio visceral de la derecha republicana.
Su posterior itinerario como Senadora por Nueva York y, sobre todo, Secretaria de Estado del Presidente Obama, le merecieron también animadversiones, esta vez entre sectores progresistas dentro y fuera de su Partido. Vale mencionar su voto favorable a la Guerra en Irak y su posición agresiva durante la intervención militar de la OTAN en Libia, como temas que le han costado esos apoyos.
Después de su fallida aspiración a ser nominada contra Barack Obama en 2008, volvió a enfrentarse a una dura campaña, esta vez frente al Senador Bernie Sanders, quién apuntó sus vínculos con Wall Street, entre otros.
Lo que se debe subrayar de estos breves elementos es que Rodham Clinton es una candidata persistente, con suficientes credenciales, pero cuestionada desde ambos extremos del panorama político estadounidense. Eso no la ha ayudado ni la ayudará si se convierte en Primera Mandataria.
Aunque se da por descontada su victoria el 8 de noviembre, no puede desecharse una derrota, que tendría mucho que ver con la enorme negatividad que su candidatura provoca entre amplios sectores del electorado. Las revelaciones de Wikileaks demuestran que es lo que es, una política norteamericana que ha servido bien los intereses de su clase. Adicionalmente, no tiene el carisma ni los vínculos con las amplias bases sociales emergentes que favorecieron al presidente Barack Obama. Su imagen es arrogante y opaca. Además, enfrenta en Donald Trump a un peligroso contrincante.
Las proyecciones de una Administración Rodham Clinton dependen del tipo de victoria que obtenga. Hay efectivamente tres escenarios: un triunfo resonante en toda la línea, que signifique la recuperación del control del Senado y la Cámara por el Partido Demócrata; un triunfo también resonante pero sin que se logren revertir las actuales mayorías republicanas en el Congreso, incluso con la recuperación solo del Senado; un éxito apretado en que Trump sea derrotado por escasos márgenes y con el Partido Republicano manteniendo el control de ambas cámaras.
Al analizar su posible proyección una vez en la Casa Blanca, se hace inevitable contextualizar lo que podría ser en comparación tanto con la Administración de su esposo, Bill Clinton, como con la de Barack Obama. Lo primero a tener en cuenta es que asumirá en un momento políticamente distinto a 1992 y 2008. Tanto Bill Clinton como Obama sucedieron a administraciones republicanas que habían entrado en crisis por razones económicas, lo cual, no hay duda, los ayudó a triunfar. Estos problemas son estructurales y no han sido resueltos. Rodham Clinton también tendrá que lidiar con ellos. Finalmente, sucederá a Barack Obama y tendrá que basarse en sus políticas y en su legado, sobre todo en política exterior.
Si partimos de la premisa de que Bill Clinton gobernó sin separarse mucho de las políticas neoliberales de sus predecesores, y Obama introdujo algunas políticas que están claramente en la agenda progresista tanto dentro como fuera del Partido Demócrata, Rodham Clinton probablemente se encuentra a mitad de camino entre los dos.
Adicionalmente, la base social que la lleve a la Casa Blanca va a ser esencialmente la misma que llevó a Obama, pero con la peculiaridad de que tendrá que tener en cuenta las propuestas de los Senadores Elizabeth Warren y Bernie Sanders, quienes tanto apoyo le han dado y representan la tradición más liberal progresista del Partido Demócrata. En sus respectivos primeros mandatos, Bill Clinton y Obama enfrentaron retos parecidos, pero no de la envergadura que va a enfrentar Rodham Clinton, quien, en todo caso, ha tenido un record liberal en el Senado en los ocho años en que sirvió.
Si el asunto de los correos electrónicos se mantiene o se recrudece, lo más probable será que la victoria sea la descrita en el tercer escenario. Por otra parte, ya es evidente que los republicanos continuarán la campaña contra su integridad y honestidad, lo que puede llevarlos a enjuiciarla si tienen las mayorías necesarias, con las inevitables consecuencias sobre su acción de gobierno.
En política doméstica probablemente veremos una administración Rodham Clinton que se parecerá más a la de Barack Obama que a la de Bill Clinton. Un asunto pendiente es qué rol le será asignado a este último.
“Let’s work our hearts out so we can finally say ‘Madam President.’” —@MachadoOficial https://t.co/3TKJ4H68Kz https://t.co/3lehgELwQ4
— Hillary Clinton (@HillaryClinton) 1 de noviembre de 2016
La Administración Rodham Clinton propondrá nuevos jueces liberales a la Corte Suprema, asunto de la mayor importancia; apoyará el mantenimiento de la Affordable Care Act de Obama y tratará de expandirlo; defenderá el aborto; fomentará la igualdad de género y de preferencia sexual; tratará de controlar el uso de armas; continuará promoviendo políticas educacionales reformistas; y en materia medio ambiental y energética también continuará con las actuales. Por supuesto, todo ello lo hará sin afectar intereses esenciales del capital financiero, como lo hizo su esposo y también Barack Obama. Ello es una aguda contradicción.
En materia de política exterior y de seguridad, la mayor parte de los observadores consideran que, aunque continuará las políticas de Obama –sobre todo en lo que respecta al uso del “poder inteligente” y la diplomacia–, la posible Presidenta es mucho más agresiva, pero estará obligada a tener en cuenta el rechazo que existe en la sociedad estadounidense a nueva aventuras militares. Hay dudas sobre cómo manejará las relaciones con China y Rusia.
En cuanto a Cuba, está prácticamente garantizado que continuará con la actual política de buscar la normalización tal y como el presidente Obama la ha definido en su más reciente Directiva. Aunque no se percibe que se desviará mucho de ella, un tema que podrá tener matices es el de los llamados “programas de promoción de la democracia” pues, dependiendo de los asesores de que se rodee, pudiera adoptar una actitud aún más injerencista. Si se diera el primer escenario (victoria total con los demócratas recuperando el control del Legislativo), el proceso de normalización podría dar un importante paso de avance con el levantamiento del bloqueo.
En todo caso, es obvio que Hillary Rodham Clinton, con todas sus deficiencias, es una opción menos negativa que la de Donald Trump para Estados Unidos, para el mundo y para Cuba.
*Traducción de la frase “glass ceiling”, frase con la que el movimiento feminista en Estados Unidos define la meta, hasta ahora inalcanzable, de que una mujer sea electa Presidenta.
Si lo pensamos como cubanos, si, Hillary es la mejor. ( O la menos mala ). Por lo menos a igual que Obama toman en consideración a los cubanos de la isla y a los cubanos-americanos. A Trump el pueblo cubano le importa un pepino. No es nada “injerencista”. No mencionaría ni la Declaración Universal de Derechos Humanos. El hombre esta hasta a favor de utilizar la tortura como dijo en el tercer debate. Hasta el Libertarian Party ha dicho que es mejor que salga Hillary. La mayoría de ellos van a votar por ella y no por Johnson como ultima alternativa para que no salga. Una ayudita importante en unas elecciones que van a ser muy cerradas.
Menos mal que las elecciones son el dia 8. Si fueran el 18, ganaría Trump. Aun así, tengo un mal presentimiento
Un buen análisis Carlo, bien presentado y considerando las partes más relevantes de la Sra. Clinton. Ahora hace falta hagas otro sobre Trump.
Barbara, gracias. Lo había escrito antes en este mismo sitio:
https://oncubanews.com/sociedad/donald-trump-debe-perder-pero-y-si-gana/
Mi desprecio por Donald Trump es lo suficientemente grande como para que yo no lea el artículo donde se contempla la posibilidad de que gane. Eso sería una catástrofe tan grande que no se puede concebir. Como ciudadano americano (y cubano) para mi es una tarea patriótica laborar y contribuir financieramente en la medida que puedo al derrote de ese demagogo, inescrupuloso y cruel. Donald Trump no tendría reparo en deshacer todo lo que se ha avanzado y todo lo bueno logrado durante la presidencia de Obama, y esto incluye el completo dismantle de las nuevas relaciones entre Cuba y EE UU.