Hace cinco años los cubanos se preparaban para un acontecimiento histórico. Miles de personas llegaban a la Ciudad Deportiva desde la madrugada para agenciarse un “hueco” que les permitiera ver por primera vez en vivo a los míticos Rolling Stones. El concierto, gratuito, estaba pactado para los 9:00 pm, pero ya desde la mañana la ciudad era un hervidero de personas de todas las generaciones enfundadas en sus tshirt de Los Rolling y de cualquier otra banda de rock and roll. Algunos vecinos de la localidad alquilaron sus balcones y azoteas como gradas al aire libre donde se veían grupos de seguidores de la banda esperando como el resto el arranque de un sueño que nunca imaginaron podría concretarse en este país.
En ese momento no había acto más glorioso que alcanzar un lugar lo más cercano posible al escenario. Por eso incluso hubo un rocker que durmió desde días antes en los predios de la Ciudad Deportiva. Su imagen, en medio de un rincón acondicionado para pasar los días que lo separaban del concierto, ilustraba a la perfección uno de los tantos significados de aquella noche. Salió publicada en varios periódicos del mundo junto a otra imagen más grande: la de más de un millón de personas envueltas en la onda expansiva de un grito que clamaba por los Rolling y que cantaban sus canciones antes de abrir el espectáculo para confirmar que allí estarían frente a sus Majestades Satánicas, que aquello no era producto de la imaginación, que se podía matar todo menos ese anhelo que si bien parecía imposible estaba por cumplirse.
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El concierto de Los Rolling Stones se mantuvo casi como un secreto de estado. Hasta que el bueno de Keith Richards soltó en una entrevista a un medio europeo que la banda estaba organizando un concierto en La Habana como parte de su próxima gira por América Latina, Olé Tour. Las alarmas se dispararon. La noticia le dio la vuelta al mundo y llegó, por más que se le puso el freno, a los medios de la isla. A partir de ahí, todo fue un torbellino. Los miles de seguidores del grupo solo se preguntaban en las calles si era cierto y los almendrones empezaban a lucir en los cristales el famoso logo con la lengua afuera de los Stones, incluso antes que la noticia corriera de boca en boca, como es característico en estos predios insulares.
En mi carrera profesional nunca pensé ser testigo de un hecho como ese. Y menos ser testigo de primera fila. El día antes del concierto fui a “recibir” a Los Rolling al Aeropuerto Nacional José Martí con muy pocos periodistas nacionales y toda la prensa extrajera acreditada en Cuba. El vuelo salió desde Miami y duró apenas 40 minutos. Cuando abrió la puerta del avión los cuatro, Mick Jagger, Keith Richard, Charlie Watts, y Ronnie Wood, estaban juntos para posar para una foto que saltó a los titulares de periódicos todo el planeta. Los músicos, como viejos lobos que son, tenían una risa plena que les cubría todo el rostro, mientras Keith le dio algunas palmadas burlonas a sus compañeros sobre los hombros. Descendieron la escalerilla con la total certeza de que desde Cuba estaban volviendo a hacer historia, que, en definitiva, ellos mismos eran la historia.
Un miembro del equipo los Rolling Stones los guía hasta la fila de periodistas. El mismo productor había dicho que solo tendríamos unos cinco minutos para hablar con la banda. Mick Jagger, con una gorra playera y una camisa tipo bacteria, acompañado de sus colegas de giras, excesos, confrontaciones, y secretos que solo ellos saben, se acerca para responder la batería de preguntas que le disparan de todos lados. Le lanzó una interrogante que se pierde entre tantas otras hechas por reporteros de varias partes del planeta. De las exclamaciones teatrales de Mick solo sale algo en claro. La banda hará un “show muy especial” para los cubanos y “habrá Rolling Stones para rato”.
Cuando los principales miembros de la banda se retiraron siguieron bajando del avión otros integrantes del grupo. Saludé al vocalista Bernard Fowler, a quien había entrevistado por correo electrónico y conocido cuando viajó a Cuba en 2015 junto a la superbanda The Dead Daises, un concierto que de alguna forma influyó en la llegada, un año después, de los Stones. Cruzamos unas breves palabras y le desee suerte para la noche siguiente. “Thanks, man”, me dijo con un apretón de manos.
El concierto, sin embargo, estuvo a punto de no concretarse. Estaba fijado para el 21 de marzo, la misma fecha elegida por el ex presidente Obama para viajar a Cuba. El propio Mick lo dijo en un documental sobre la presentación en La Habana. A Cuba no va un presidente estadounidense hace décadas y ahora Obama se empeña en ir el mismo día de nuestro concierto. Se realizaron gestiones apuradas, contra tiempo, entre las autoridades cubanas y el equipo de la banda y finalmente lograron que tantos meses de preparación en silencio no se despeñaran al vacío. Acordaron una nueva fecha y continuó la aceitada maquinaria de preparación del concierto. Llegaron grandes contenedores con la infraestructura para armar el escenario, las luces, los kilos de audio. Todas las personas encargadas de armar ese monstruo de escenario y garantizar la seguridad de las personas trabajaron con una exactitud impresionante. Apenas era un grupo de especialistas, técnicos y obreros pero todos sabían a lo que iban y que el tiempo era oro. El escenario estuvo levantado en unos pocos días y comenzó a recibir desde la distancia la visita de periodistas y seguidores de la banda que estaban viviendo aquellos días con un fervor inaplazable.
Los Rolling Stones fueron recibidos en la embajada británica antes del concierto. A la recepción fue invitado un grupo personalidades y artistas cubanos. En un momento de la tarde Mick se acercó rápidamente a los invitados escoltado por alguien de su cuerpo de seguridad, y varios trataron de acercarse al líder Stone para sacarse como fuese una foto. Incluso alguno fue más allá y trató de pasarle el brazo por el cuello al sonriente Mick para dejar testimonio para las redes de que estuvo cerca de aquel icono que ha desafiado el tiempo con total desparpajo y sigue en pie para contarlo.
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En el concierto ocupé una pequeña rampa preparada para la prensa en medio de la instalación que contaba digamos con una vistas más o menos privilegiada. Cuando la banda salió al escenario ya todos sabían lo que iba a pasar. La multitud, enfebrecida, gritaba y se agitaba al ritmo de una música que definió el rock and roll y que en aquella noche parecía que cubría toda de la isla. Mick Jagger salió interpretando su mejor versión y saludando a los cubanos para incrementar una dosis de euforia que dicen le reventó el corazón a más de uno entre el público. “Hola Habana, buenas noches mi gente de Cuba”; dijo y aquello encendió los ánimos ya encendidos.
La Ciudad Deportiva parecía un Woodstock moderno desde temprano. Cuando salieron sus Majestades Satánicas la multitud, sobre todos los más auténticos fanáticos de la alineación, comenzaron a repetir esas canciones que los acompañaron durante toda la vida y que en un momento también debieron escuchar con la precaución del silencio. Mick lo sabía. Y lo dijo. Fue en medio de una de esas canciones que recordó que la música de la banda estuvo prohibida en Cuba pero ya las cosas estaban cambiando. Y que mejor muestra de cambio que la presencia de ellos ahí, pensaron posiblemente los Stones.
La banda acudió a la mayoría de sus clásicos como Jumping Jack Flash, It’s only rock and roll, Sympathy for the Devil, Brown Sugar, y la infaltable Satisfaction. Yo miraba aquellos monstruos encima del escenario y tampoco me lo creía. Había crecido con Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden y por supuesto la influencia de los Stones, Los Beatles, Black Sabbath. Cerca de la tarima instalada para los periodistas también todos se armaban su propio concierto. Había entre el público celebridades estadounidenses del espectáculo. A solo unos pasos estaba Naomi Campbell y luego se acercó el actor Richard Gere, quien me confesó que siempre que podía se desplazaba para ver a los Rolling en cualquier parte del mundo. “Soy un gran fanático y amigo de la banda y este concierto en Cuba me parece increíble” me dijo en unas declaraciones hasta hoy inéditas.
Los organizadores calcularon que hubo cerca de un millón y medio de personas aquella noche en La Ciudad Deportiva. La cifra es bastante fiel a la imagen que se vio en las fotos que recorrieron el mundo y que, según especialistas, hablaban de una nueva época para Cuba. Autoridades británicas me comentaron la posibilidad de que luego de los Rollling también llegaran a Cuba Paul McCartney, U2, Coldplay para mantener esa apertura hacia grandes conciertos que nunca se había vivido en la Isla. Sin embargo, la llama se apagó tras la salida del gobierno demócrata de Barack Obama de la presidencia de La Casa Blanca y las restricciones a los intercambios impuestos por su sucesor, Donald Trump, además de la burocracia institucional y la serie de requisitos que debe cumplir un grupo de esta categoría para tocar en Cuba .
El concierto sigue resonando entre los miembros de la banda. El pianista de la alineación dijo recientemente a OnCuba a través del colega Ed Hula, que la presentación estuvo entre las cinco mejores en la historia de la banda y la comparó con la caída del Muro de Berlín.
Hoy a cinco años de aquella noche que permitió a miles de cubanos soñar con conciertos de grandes bandas en el país, no son pocos los que recuerdan esa época en la que parecía que muchas cosas eran posibles en Cuba. Incluso hasta un concierto de sus Majestades Satánicas en el mismo corazón de La Habana.