La vaquita Pijirigüa tuvo su canción y Ubre Blanca fue embalsamada y aún adorna la entrada del Centro Nacional de Salud de los Ganados, en La Habana. Pero la verdad es que nadie creyó en los búfalos. Hoy, cuando se va para Isabela de Sagua, se los ve pastar. Hace un par de décadas la importación alcanzó la cifra de 2 mil 984 ejemplares entre búfalos de río y de pantano, los primeros importados de Panamá y Trinidad Tobago y el resto de la lejana Australia. Algunos fueron traídos a esta zona costera, donde los esperaba la muerte, dicen; pero aparentemente les gustó el saborcito a sal de las tierras de la empresa pecuaria Macún. Se quedaron, proliferaron y desde allí se escapan para llegar hasta lugares cercanos a Sagua y Nueva Isabela. El área de reserva ecológica de Los Mogotes sufre los estragos de estos búfalos de agua, que desplazan a las vacas y otras especies. En el paisaje de saltanejos y potreros aparecen como legítimos dueños, reyes en el fanguero de donde nadie se atreve a sacarlos.