Me pregunto si es posible separar el diseño de la artesanía gráfica como lo hizo el arte. No me refiero a la Alta Artesanía sino a los objetos que producen individuos con algún nivel de destreza, que tienen ciertas habilidades manuales, muy básicas e incluso primitivas.
Es prácticamente imposible que en cualquier grupo no destaque alguien por su facilidad para dibujar. Todos lo hicimos de niño. Muchos seguimos en ello con un propósito u otro. Y unos pocos terminan haciéndolo profesionalmente. Los últimos son caros, o al menos, es la idea que comparte la mayoría. Otro prejuicio común es que un profesional de la imagen es un tiquismiquis, un ser prepotente y difícil al que es mejor ignorar. El mito más extendido en el mundo en desarrollo —en el denominado tercero, para ser más específico y muchísimo más en el nuestro— es que el diseño es un asunto de menor importancia, que lo significativo es lo demás y que los que a ello se dedican son: “zánganos arrogantes” como lo definiría mi cuñada con su cavernoso PH.
Algo que no es creencia, sino realidad contrastada, es que muchos profesionales trabajan como aficionados. Es fácil distinguirlos, tienen acceso, por ejemplo, a locales o empresas de producción gráfica, y saben preparar sus proyectos para corte o preimpresión. De esta tribu me llegan bastantes huellas. Estas tres, por ejemplo, representan tres tipos diferenciados —aunque en la vida real no lo sean, incluso aunque todos fuesen la misma persona.
Amolador no es un logo. Más bien un reclamo. Un signo. Pero hay una cierta intención más allá del sustantivo. La selección de la tipografía. Suelo utilizarla. Es una Futura, diseñada por Isabella Chaeva, Paul Renner y otros tipógrafos para Paratype, hace muchos años. No es una fuente de Word. Además, quien modificó las letras L y O, accede a softwares de edición gráfica: ha invertido tiempo en el mundo del diseño. Aun así, me cuesta calificar este signo. Un divertimento, nada más. Soso. Lo salva cierta contención, un momento de mareo, por poco cae, se recupera, termina erguido.
100PREBELLA es el logo que una vez que resbala no para de rodar. Sustituir el “siem” por 100 es una chacota con algún sentido, y poco, si el salón estuviera en esa avenida. Pero, dentro del mismo chiste, seguimos machacando el buen sentido. De los ceros sacan los anillos de la tijera de peluquería. Por relación de tamaño, junto al rostro, la tijera se me antoja la torre Eiffel, un transbordador espacial o cualquier otra cosa de mejor o peor gusto. Porque una vez que caemos en la borrachera de las transfiguraciones no nos detenemos hasta que nos para la policía. Pedir que un logo de un salón prescinda del cabello ordenado de una bella mujer es pedir demasiado. En un escorzo imposible podemos adivinar los elementos que ilustran el cartel: pelo, tijeras, secador. Instrumentos originalísimos para una peluquería. Hacen la diferencia.
El logo de Onlap me recuerda —demasiado— al logo de esta misma publicación. No me voy a poner suspicaz, porque en comparación con los otros es excelente, aunque su vocalización sea demasiado anglosajona, helada. Si no me equivoco montaron los textos en una tipografía muy común, la Calibri, diseñada por Luc(as), de Groot para Microsoft a principios de los 2000.
No reconozco la que sirve de base al logotipo. Pero muy bien para la media. Muy bien. Estoy seguro de que fue el cliente quien solicitó incorporar el dibujo de la laptop y la llave inglesa. Siempre es posible que un analfabeto tenga una laptop y además, la rompa. Y al final: nuestra firma, la chapuza. Encima del número de móvil representado con un teléfono analógico, otro. A mano y sin permiso.
Funcionan. No importa que sean ñatos, lo que importa es que respiran.