Auge y decadencia de la escritura

Estas expresiones populares posiblemente nunca fueron tan malas en la historia de las civilizaciones.

No sé si hay momentos donde por respeto —ante eventos desgraciados— debemos dejar de acechar el cardumen de contrasentidos que ofrece nuestro registro visual cotidiano. Como todos, seguí atentamente la catástrofe que aún transcurre en la Base de Supertanqueros de Matanzas. Y no lo puedo evitar, también sigo las estrategias de representación —si es que existen— y el sistema de mensajes que ha sido utilizado para compartir con un pueblo expectante e impresionado, las maneras con que se está manejando la crisis. Lamento lo ocurrido y siento un pesar hondo por las familias que han perdido a sus hijos. Más allá de que se pudieran analizar “en caliente” una buena cantidad de mensajes desafortunados, es preferible, de momento, poner la atención en otro lado.

Esta columna se sostiene fundamentalmente de colaboraciones. De personas que desde Cuba envían la gráfica que encuentran en las calles y consideran comentables. A menudo no se trata propiamente de diseño, sino de señalizaciones rústicas, letreros manuscritos para nombrar las cosas del modo más ingenuo. Y pensaba —y me entretuve con la idea—, de que estas expresiones populares posiblemente nunca fueron tan malas en la historia de las civilizaciones. Lo que me parece tremendo. Por ejemplo, en la época en que los sumerios de la Mesopotamia de hace más de 5000 años, se desarrollaron los primeros signos cuneiformes, presumiblemente sus sacerdotes; predominaba una cultura visual muy delicada.

En la región, desde el Neolítico, proliferaron diversos asentamientos humanos. La cultura de Jarmo y la de Hassuna-Samarra. En el período de Uruk se inventa primero la rueda y unos doscientos años después la escritura. Se pudiera pensar que de tan nuevecitos y novedosos las usarían de cualquier manera. Pero es difícil que la rueda ruede si no es lo bastante redonda y pensando en la escritura, teniendo en cuenta la cantidad de personas que podían escribirla y leerla, tampoco dejaría muchas libertades porque sería ilegible. Todos conocemos personas que tienen una caligrafía pésima, lo que hace bastante inútil la escritura como registro o como sistema de comunicación. Los médicos por ejemplo escriben —asegura la cultura popular— de manera que nadie excepto ellos puedan leerlo.

Si miro atrás y de lo que recuerdo de las expresiones artísticas de los pueblos de entonces hasta hoy pareciera que acabamos de inventar la chapucería: nuestros contemporáneos. Las artes siempre estuvieron en manos de artesanos. Eran los tiempos de la división social del trabajo. Los gremios de productores se especializaban en sectores específicos. Y lo relacionado con la comunicación y el registro estaba en manos de alguno de ellos. Así fue durante miles de años hasta que labores cotidianas fueron convertidas en misiones y estrategias de supervivencia.

Me sorprende notar cómo nuestros modos de representación están haciendo el camino de vuelta hacia el Neolítico. Pero si repaso su visualidad, su ideografía me doy cuenta de que el sistema popular de registro y comunicación parece pertenecer con más justeza al paleolítico. Hablando solo de voluntad figurativa —porque nosotros dominamos, al menos en teoría, la escritura—, los artesanos de hace diez milenios tienen mucho que enseñarnos.

Aquellos primitivos, los primeros más o menos sedentarios que recién salían de las cuevas y que nos dejaron en ellas magníficas escenas de caza, criaturas divinas talladas en madera y piedra… cuando se asentaron para dedicarse a los cultivos y a la ganadería dieron en poco tiempo un salto brutal en sus artes manuales y en la fabricación de sus instrumentos. Y en nada levantaron impresionantes ciudades, imperios, murallas, las siete maravillas del mundo.

Hoy vemos a nuestros compatriotas emulando a duras penas con ellos en los signos que dejamos a nuestros descendientes. Apenas rasgan las paredes con un palito enchumbado depintura. Incapaces de modelar el barro, de tallar la piedra, de tejer el junco. Dominan la caligrafía lo mínimo, la ortografía es para ellos como el retumbar del trueno. Nuestra expresión popular vuelve a la pintura rupestre, a los muros y a las paredes. Nada que ver con el arte laberíntico y sofisticado del graffiti. Arte primitivo, no mucho más.

Un ejemplo magnífico que recuerda el arte de la prehistoria, por como luce, es este busto que no puede tener más de diez o veinte años pero parce que ha soportado diez mil años de lluvias, invasiones y vandalismo. Queda adivinar por los eruditos y arqueólogos el héroe que lo coronaba. Afortunadamente la inscripción es bastante clara a pesar de que algunas letras aparecen descolocadas. Y es el texto precisamente el que nos deja un trágico sarcasmo. Porque si bien el triunfo es de los que se sacrifican, el triunfador está descabezado. Este conjunto es mucho mejor que no sea en absoluto a exponer tanta ruina y miseria.

Estos ejemplos son tan básicos que deben ser considerados arte popular o naíf. Como ocurrió en tiempos de sumerios, estos restos permitirán a los cubanos del futuro reconstruir y comprender los modos de vida actuales, nuestras aspiraciones, nuestro propósito como sociedad y como nación.

 

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