La semana pasada comentamos un cartel que encontré en la calle Obispo, en 2006. Revisando los mismos archivos encontré otros: rótulos, carteles y señales de todo tipo que ya entonces ilustraban perfectamente vicios muy propios de nuestro sistema de comunicación visual. Diez, veinte, treinta años son poco para notar cambios sustanciales en la manera en que nos dirigimos al otro. Somos muy similares a nuestros abuelos. Apenas cambian las apariencias.
Seleccioné tres imágenes que tomé durante un mismo día. En un paseo largo. La suma de ellas me habrá dejado alguna impresión. Y, como a mí, a todos los que las notaron. Son las que nutren a diario nuestra cultura visual y dejan los sedimentos que, con el tiempo, se convertirán en piedra. La ciudad dejó claro que prohíbe arrojar basura y escombros. No obstante, alguien fue y los dejó. Uno más, y otros. Un “gracioso” posiblemente advirtió la impunidad con que se ignoraron las normativas y arrancó del cartel algunas letras. No se advierte en esa acción la menor intención dialógica. Sin embargo, la casualidad cierra un mensaje que cuestiona la política del ahorro. Cierta belleza emana de la imagen. El predominio de los azules como continentes, los blancos efímeros. La enclenque pureza. Esta escena se reproduce sin cesar año tras año.
En segundo lugar, está el grafiti. Por mucho que me esfuerzo no logro entender qué dice. Es probable que esté justamente concebido para que pueda ser leído por determinado grupo social. El lector universal lo asume más o menos como una disidencia cultural. Pero por mucho que intente encriptar el contenido —que a su vez hace notoria su necesidad de pertenencia a un grupo determinado— se le escapa un signo, una expresión que es común y compartida por todos y sobre la que nos hemos cansado de hablar. Ese apetito vital de resultar un “cabroncito”.
Nuestros dibujos animados, desde Elpidio hasta el menos reconocido, todos, han mostrado esta expresión como un símbolo posiblemente anticolonial, nacionalista y hasta patriótico. La he visto en todo tipo de mascotas, de productos, carteles para niños y adolescentes, en círculos infantiles. En todas partes. Un niño cubano, es decir, su representación, no ha sido nunca “inocente”. Excepto cuando lo es hasta lo ridículo. El punto medio, el exacto, casi nunca se consigue. Eso nos distingue. O no llegamos o nos pasamos.
Sin embargo, uno se topa con bellos reclamos. Aquellos fueron unos años donde Eusebio Leal puso mucha voluntad en cambiarle la cara a La Habana Vieja. Casi todo lo que allí se emprendió tuvo un acabado muy digno. Desde el diseño recuerdo la calidad de Opus Habana, casi toda la publicidad, los sistemas de marcas y logos. Se contrataron excelentes profesionales para garantizar que la visualidad del entorno tuviera nivel internacional. No conozco los detalles. Alguien estará al tanto. Hablo desde la posición de un transeúnte que disfruta la belleza donde la encuentra.
Recuerdo perfectamente la Casa del Jabón de Marsella porque los usaba. Los compré muchas veces sobre todo porque la tienda me gustaba, no tanto por la calidad del jabón, que era buena naturalmente. Lo más probable es que esto no sea más que una impresión de un cartel original europeo, o nacional, de cuando estas cosas importaban. El gesto es de agradecer. Si se fijan en la expresión de la lavandera notarán que no es ni inocente ni picarona: es la justa. Un reclamo armónico en todas sus partes. Tiempos gloriosos de fé.
De regreso a la casa… —y me doy cuenta por el horario en que las fotos fueron tomadas, que esta última la hice ya de camino a recoger una motocicleta que rodó conmigo varias veces la circunferencia del globo terráqueo— cada una de estas imágenes fue acomodándose en los estantes desordenados de la memoria. Y empezaron a interactuar entre sí, a aportarse sabor como hacen las especias cuando caen en los caldos. Y ese sabor peculiar… ¿en qué nos convierte como ciudadanos? ¿Cómo abordamos entonces la ciudad? ¿Como parte de ella o como depredadores? ¿De dónde se nutre el orgullo de ser habanero? ¿De la basura, o del jabón habanero de Marsella?